jueves, 16 de diciembre de 2010

Otro año más


Celia está escribiendo, como todos los años, la carta a los Reyes Magos. Es una carta larga y extensa; en ella hay sitio para su marido, sus hijas, sus nietos y otros miembros de la familia, a los que en ese día se obsequia con los detalles que hayan dejado los magos de Oriente bajo el árbol.
El cabeza de familia ocupa siempre el primer lugar de la misiva y por ello Celia pregunta a su marido qué le pide este año a los Reyes. La contestación llega rauda y veloz para sorpresa de su mujer, ya que siempre suele contestar que nada, que tiene de todo y como mucho recurre al calendario zaragozano.

Pero en esta ocasión no da crédito a lo que está oyendo. Por primera vez en su vida de casada le llega una idea genial de su marido, a saber:
- Quiero algo que tengo pero que no me funciona.
Celia, a quien le ha cogido por sorpresa esta salida de tono de su marido, hace una traducción inmediata de su propuesta, suelta la carcajada, le mira de reojo y dice a su marido:
- Hijo, eso ya no tiene remedio por muchos milagros que quieran hacer los Reyes Mayos.
- Pero es que me viene muy bien para hacer mis operaciones.
- ¿De que estas hablando?.
- De una calculadora.
- Entendámonos, chiquillo. Ya creía que me estabas vacilando.
- Pero mira que eres mal pensada.
- Es que lo has dicho con un retintin y de una forma tan real…que una piensa y piensa.
- Vamos a dejarlo que ya te veo venir. Piensa que ya somos abuelos-abuelos o sea muy abuelos y hay lujos que no nos podemos permitir.
- “Pero a pesar de todo, yo”, canturrea Celia, quien añade con contundencia: eso no me impide que me vista de rojo. ¡Hale!.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Días de lluvia


No hay peor cosa que caminar por las calles durante un día de lluvia. Es como ir en un coche, a velocidad de tortuga y, como si de un vehículo se tratara, encima tienes que estar pendiente de los que vienen de frente. Tela marinera. Te acechan por un lado y por otro, tienes que irles sorteando, meneando el paraguas arriba, abajo, hacia medio lado. Vamos que entre unas cosas y otras acabas caladita con el trajín del dichoso paraguas. ¿Y cómo acaba la muñeca?.

¿De qué te ha servido el paraguas?. Echas pestes de la dichosa lluvia y al final te preguntas cómo puede haber personas a quienes les guste esos días grises y de lluvia. Claro que todo se explica si estas detrás de una ventana. Así es como sorprendió Celia a una de sus nietas, quien arrodillada en una silla observaba tras los cristales cómo caía al agua. No oyó los pasos de su abuela; estaba tan ensimismada y concentrada que no veía ni oía más allá del caer de las gotas de agua intermitentemente.

No es el caso de Celia, pese a que tiene por costumbre dar su paseo cotidiano haga como haga; pero lo de los paraguas ya es otro cantar. Encima, durante la transformación de algunas calles se han plantado una especie de árboles muy monos, sí, porque les puedes podar adoptando ciertas formas caprichosas bien redondas o cuadradas. Pero he aquí que sus ramas son bajas y muchas veces te das cada leñazo con el paraguas que peligra la salud de este último y no tanto la del arbolito en cuestión.

Celia camina por la acera, no es ancha y por ello tiene que estar pendiente de los que vienen de frente. Instintivamente ella sube el paraguas, pero los otros también han tenido esa ocurrencia y ahí que se produce el primer tortazo paragüeríl (vaya palabreja que ha salido). Sigue andando, ahora con más cuidado de los peatones y entonces para que no haya un encontronazo como el anterior, echa el paraguas hacia su derecha y entonces se armó la de San Quintín, porque daba la casualidad de que en ese momento alguien que no llevaba bocina estaba intentando adelantarla. Como consecuencia, todo el agua del paraguas cae en la cabeza del susodicho transeunte a quien oye despotricar: ¡Señora tenga cuidado! (bueno eso es lo más fino que dijo).
-Pero qué culpa tengo yo. ¿Y usted por qué no ha tocado el claxon? Y además me estaba adelantando por la derecha, añade Celia, quien ya se empieza a cabrear e inventar un código de circulación de peatones en días de lluvia y con paraguas.

Parece que no, pero el tema da para hablar y mucho: luego están los choques frontales. Se suelen producir cuando hace viento y llevas el paraguas muy bajo para que el agua no moje la parte frontal de tu abrigo o cualquier prenda que lleves puesta. Y es entonces cuando se produce la catástrofe. Si logras que el paraguas salga indemne ya has conseguido unos cuantos puntos; de lo contrario lo mejor es dirigirse a la papelera más cercana y depositar allí las cuatro varillas que han quedado desvencijadas. Sin duda son los estragos de la lluvia y si a este fenómeno tan incómodo sumamos el viento entonces los comerciantes harán el negocio con la venta de más paraguas.

martes, 23 de noviembre de 2010

Karaoke para todos


Durante uno de sus paseos vespertinos. Celia y Mariquilla Terremoto se encontraron en la calle con una mujer que, sentada sobre un taburete, cantaba una dulce canción acompañada de música enlatada. Habría superado ya los sesenta y cinco años, era rubia de pelo corto, tenía los ojos azules y unas facciones muy dulces. Parecía centroeuropea. Ambas se la quedaron mirando y Mariquilla dirigiéndose a Celia la pregunto: ¿Alguna vez has cantado karaoke?.

- Ocasiones las he tenido bien cuando sales con grupos de amigos y amigas o cuando te alojas en algún hotel donde suele ser una de las distracciones favoritas para entretener a los huéspedes mientras toman una copa tras otra. Así salen luego las canciones.
- Si te dieran la oportunidad, ¿qué canción te gustaría cantar?, dice Mariquilla.
- Pues mira una que va muy bien con el día de hoy: ‘Piove’, te acuerdas, aquella que cantaba Domenico Modugno. Y mientras dice eso Celia, que camina con sus botas katiuska y bajo el paraguas, empieza a entonar la canción: “Mille violini suonati dal vento, tutti i colori dell´arco baleno, vanno a formare una pioggía d´argento, ma piove, piove sul nostro amore. Ciao, ciao banbina…..

- Oye para que te está mirando la gente.
- Bueno chica, a lo mejor es la oportunidad de mi vida. Te imaginas, yo la maravillosa Celia, con mi vestidito rojo, subida en un escenario, la alcachofa en mano y recordando a Modugno. Por cierto no me has dicho a quien te gustaría interpretar a ti.
- Mariquilla no lo duda ni un instante: al ‘Dúo Dinámico‘. Me sé todas sus canciones o sea que no necesito carteles que me vayan poniendo la letra.
Para asombro de Celia, Mariquilla empieza a entonar la canción también italiana de ‘Volare’.

Ambas siguen caminando, como dos cabras locas pero felices, metiéndose en todos los charcos que se les pone por medio. Hoy tienen clase de pilates y cuando llegan allí preguntan a la profesora: ¿Conoce la canción de Piove?
Esta frunce el entrecejo y responde con un no rotundo.
Celia no se lo puede creer. Recuerda que fue una de las canciones que además de ganar el festival de San Remo, se convirtió en una de las más populares de principios de los años sesenta. De pronto se la queda mirando y cae en la cuenta de que la diferencia de edad es abismal. Estas perdonada mi niña, pero no sabes no lo que os habéis perdido vuestra generación.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Elecciones sexistas


Falta solo una semana para que se celebren las elecciones catalanas y, sin duda, han sido las primeras celebradas en nuestra querida España en cuya campaña un buen número de partidos ha abogado por utilizar el sexo para captar a sus votantes, a los indecisos y a los desencantados. ¿Lo conseguirán?. Vamos que últimamente los extremeños, los andaluces y los catalanes se están soltando la melena: primero fue en el área educativa, en el que se planteaban clases específicas sobre la sexualidad. Como si los enanos de ahora no supieran griego, latín y de todo. Y ahora esto.

Después de ver a un presidente de la Generalitat disfrazado de ‘superman’ al más puro estilo de los cómics americanos y bajo el lema de ‘El increíble hombre normal’ (no sé a quién se referirá), su campaña se centra en aquellas cosas que interesan a los más jóvenes y ojo que como tal ’superman’ tiene poderes para cambiar las cosas. Pero ahí no acaba todo, ya que la campaña del partido al que representa, ha hecho un vídeo en el que hace alusiones al sexo. Lo llaman el ‘vídeo orgásmico‘, toma ya, y nos muestra el indescriptible placer que siente una votante al depositar su voto en la cajita de cristal. ¿Se imaginan a toda una cola, que espera pacientemente dejar su papeleta en las urnas, haciendo alarde de su inconmensurable placer? Algunos pensarían si se habrían confundido de local y estarían en uno de alterne.

Pero vamos a por más, pues también la actriz del cine pornográfico María Lapiedra ha grabado un vídeo de apoyo al ex presidente del Barça, otro de los candidatos, en el que aparece en ropa interior paseándose por los lugares más emblemáticos de la capital madrileña, calle arriba, calle abajo, ondeando la bandera independentista al tiempo que para la circulación mientras se grababa el vídeo en cuestión. Y yo me pregunto: ¿Por qué no lo grabó en Cataluña? No es por nada.

Otra candidata, Montserrat Negrera no ha querido ser menos y se ha unido a esa moda de hacer spots publicitarios con poquita ropa. Para ello recorre los pasillos y otras estancias de una casa en las que se observa ropa interior tirada por el suelo, copas de cava, botellas, camas con la ropa revuelta y al final se dirige a su público para decirles que si quisiera montar un escándalo se quitaría la toalla que lleva puesta (se supone que acaba de salir de la ducha). ¿Qué querrá decirnos con esto? A lo mejor no estamos en su onda y su lema transmite algo así como que si llega al Gobierno catalán va a bajar los impuesto o va a crear más puestos de trabajo. ¡Qué se yo!.

Y ya por último, a que viene ese spot, que bajo el lema de ‘Rebélate’ aparece una procesión de ciudadanos todos desnuditos cual ‘evas’ y ‘adanes’ en el paraíso terrenal.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Disfrutar el día a día


No hay mejor cosa que disfrutar del presente, del día a día. Dicen que después de la tempestad siempre vine la calma y Celia aprovechando un día soleado fuera de lo común en este otoño, sobre todo por la temperatura, se pone ropa cómoda, incluidos los zapatos y sale de casa con la intención de dar un maravilloso paseo y digo maravilloso porque ha decidido cambiar de su rumbo habitual y encaminar sus pasos hacia una zona más tranquila de la ciudad, lejos de bullicio que engendra el tráfico, las cafeterías, el comercio en general y el deambular de la gente de acá para allá siempre con prisas.

Después de una caminata de al menos tres kilómetros, siente la necesidad no ya física sino psicológica, de sentarse en un banco. ¡Qué placer contemplar ese mar en calma y al mismo tiempo dejarse acariciar por un sol que ya no quema y respirar el olor a mar y, que casualidad, a hierba recién cortada!. ¿Se puede pedir más?.

Tras de sí, una carretera bordea toda la costa por la que transitan coches y más coches, autobuses y más autobuses. No es que provoquen un ruido infernal, pero de pronto nota la diferencia cuando todo queda en silencio. ¿Qué ha pasado? Nada digno de mención. Solo que por un momento la circulación se ha parado. El silencio se nota, se respira, se palpa. Todos los sentidos se concentran en ese momento y entonces Celia cierra los ojos, agarra bien el bolso por si las moscas, y hasta sus oídos llega el ruido de las pequeñas olas cuando llegan a la orilla. Es solo un minuto o quizás menos hasta que el ladrido de un perro la saca de su ensimismamiento, mira hacia la playa y observa al canino correr de un lado para otro; se ve que está feliz sobre todo ahora que puede hacerse el amo y señor de la playa tras haber pasado la temporada veraniega. Se mete en el agua para recoger un palo que le ha tirado su amo, sale con él en la boca y de nuevo vuelve a repetirse la operación. No se cansa, ladra a su amo para que siga con el juego y así una y otra vez.

De nuevo vuelve el silencio y Celia disfruta a tope de esos segundos, cierra los ojos, pero pronto los abre para contemplar ese mar en calma, los pueblecitos del sur de la bahía y es entonces cuando recuerda al cantante Jorge Sepúlveda, quien cantó tantas veces a esa ciudad inspirado en la belleza de su bahía.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Que se nos va la Y?


¡Qué lío, qué lío!. Ahora no sé si mi apellido lo voy a poder escribir con la ‘i griega’, porque dicen que igual desaparece del diccionario, o que en vez de denominarse como hasta ahora pues igual pasa a llamarse ‘la ye‘. El debate debe ser muy intenso pues hace meses que ya se viene discutiendo. ¿Cuál será el resultado final? A saber. Esto no tiene ni pies ni cabeza. “Y por qué yo no voy a poder escribir mi apellido como a mí me dé la gana o mejor dicho como está inscrito desde que nací en el Registro Civil y que heredé de mi padre y este de mi abuelo y mi abuelo de mi bisabuelo y así sucesivamente?, reclama Celia un tanto cabreada. Se habrán dado cuenta nuestras cabezas pensantes de la Real Academia de la Lengua Española en qué tinglado se están metiendo?. Ellos son muy inteligentes y cuando hacen esos ‘arreglos’ por algo será.

De todas formas, vaya lío que están armando con estos cambios. A este paso todo va estar permitido: los acentos que cada uno los ponga donde le dé la gana, la palabra burro que más dará escribirla con ‘b’ o con ‘v’ si al final las nuevas generaciones van a ser más burras y analfabetas. Y así nos va o les irá. Para muestra de lo que dice Celia, esos mensajes que mandan los españoles a los debates que se celebran en las diferentes cadenas de televisión y donde se ve cada falta de ortografía que es de traca. Uno que no sabe si atender a los mensajes o a lo que nos está contando el contertulio de turno, ‘bota’ en el sillón cuando ve esas faltas que dañan el sentido de la vista. “Si mi maestra, recuerda Celia, hubiese visto en una redacción o examen algo por el estilo habría castigado a la alumna en cuestión a repetir al menos cien veces esa palabra hasta que se la aprendiese de memoria. Y vamos que si daba resultado.

Celia tiene un apellido un poco raro y muchas veces tiene que deletrearlo cuando hace una gestión ante una ventanilla o incluso en una simple tienda. Se imaginan cuando llegue a la letra ‘y’ y tenga que decir: ‘la ye‘. Vamos que la cara de pasmo que se le queda a su interlocutor/ra puede ser de película.
- ¿Qué es eso de ‘la ye‘ ?.
- Si hija, no es la ye-ye extraída de la canción de Concha Velasco, es la nueva letrita de nuestro alfabeto que la quieren llamar así, en el mejor de los casos, porque igual desaparece. Y no me da la gana de cambiar mi apellido, joe, dice Celia indignada.
- ¿Y como digo a una persona “yo me llamo Margarita“, por ejemplo?.
- Pues igual hay que decir io, que tiene una connotación muy italiana y además suena bien. No te preocupes, que seguro que de esta vamos a salir políglotas.
- Y eso que es?.
- Que al final vamos a saber más idiomas que el papa.

sábado, 16 de octubre de 2010

Al rojo vivo


Maridito, maridito mío, he visto un vestido rojo precioso. Me queda como un guante, me hace una figura que guau…. Vas a quedar impresionado, dice Celia con su voz más melosa y cautivadora, que quiere aprovechar su onomástica para sacarle un regalo a su cónyuge.
- Tú de rojo, a tu edad, no me parece lo más apropiado, contesta.
Aquella respuesta le cae a Celia como un jarro de agua fría. Chiquillo, dice, pero si acabo de entrar como quien dice en la década de los sesenta!. Quieres que vaya siempre de negro o de gris como nos marca desde hace ya años la moda femenina?.

Y entonces viene la consabida pregunta: ¿cómo es el vestido?.
-Hijo ya te lo dicho; es rojo, ceñidito al cuerpo, manga hasta el antebrazo y el cuello es tan cerrado y discreto que no te deja ver ni el hoyuelo de la garganta. No te preocupes que no tiene nada que ver con el que llevaba Julia Roberts. Al final el marido cede.

Es entonces cuando a Celia le viene a la memoria aquel episodio que hace unos años ocurrió entre su madre y una hermana suya o sea su tía, cuando la segunda planteó a la primera que le apetecería comprarse un traje de chaqueta rojo para el verano. Por aquel entonces ambas hermanas eran ya octogenarias, pero la verdad es que estaban de muy buen ver, siempre iban muy arregladitas, pintadas discretamente los labios y bien peinadas. Vamos dos pimpollos.
Al igual que su marido, la madre de Celia la contestó que adónde iba ella vestida de rojo. Todo era por la edad. La historia de antes se repetía. Desilusionada y compungida hizo caso a su hermana y se quedó sin su traje rojo como pretendía.

Pero la cosa no acaba ahí, ya que al verano siguiente la madre de Celia se compró un traje de chaqueta de verano rojo, rojo con el que estaba súper favorecida pues todos sabemos que ese color va bien a todo el mundo. El caso es que cuando la tía de Celia vio a su hermana de rojo se quedó casi sin habla, no daba crédito a lo que estaba viendo.
- Tú me lo prohibiste y ahora me vienes con estas?. Ni corta ni perezosa y pese a sus más de ochenta y cinco años le cayó otro traje rojo.
¿A quién se parecerá Celia?.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Cavernícola yo?


Suena el teléfono y Celia corre rauda y veloz a cogerlo antes de que deje de sonar y luego tenga que acordarse de ‘sampitopato’ por no haber llegado a tiempo. Por el camino se le sale una zapatilla que llevaba mal puesta por lo que está a punto de caerse; al mismo tiempo intenta ponerse una de las mangas de la bata. Y es que a Celia la han sacado de la cama.
Al descolgar una voz femenina pregunta “si es ahí la cueva de El Soplao” ( maravilla de las maravillas descubierta hace unos años en la comunidad cántabra o sea al norte de España).
Celia contesta a su interlocutora que se ha equivocado. Esta pide disculpas muy educadamente y se despide con un adiós.

A los dos días Celia recibe otra llamada y de nuevo una voz femenina pregunta por las cuevas de Altamira, ubicadas en la misma región. Tras colgar el teléfono, Celia un tanto mosqueada se dirige al cuarto de baño, mira fijamente al espejo y le pregunta como lo hiciera la madre de Blancanieves: ¿Espejito, espejito tengo cara de cavernícola? ¿Será que me han pillado ‘in fraganti’ por mis ideas retrogradas?.

- No, no puede ser, se dice para sus adentros Celia, acordándose de la conversación que ha mantenido con sus amigas a raíz de esa encuesta que, sobre la sexualidad de los españoles encargó, según parece, el Ministerio de Sanidad. ¡Qué preocupaciones tienen los políticos de hoy con la que nos está cayendo encima!, se dice.
El caso es que Celia había reunido en su casa a sus amigas para tratar esa ocurrencia tan ‘simpática’ para unos y ‘frívola’ para otros del susodicho ministerio, que luego dice que no hay dinero para ampliar la seguridad social a otros muchos ámbitos de la medicina como por ejemplo la pedicura.

- Anda esta con qué nos sale. ¿Y por que no citas otros áreas más importantes?, dice María.
- Porque hay algo que me saca de mis casillas. Por ejemplo, una cosa es que uno pague por arreglarse los pies y le pinten las uñas de rojo pasión para lucirlas con las sandalias, y otra muy distinta que pagues y no precisamente a un módico precio a una titulada en Medicina que te quita los callos, los clavos o todas esas ‘porquerías’ que van apareciendo con el paso de los años y que hay que extirpar por pura necesidad. Eso no es ninguna frivolidad y no todo el mundo puede permitirse ese lujo. Y Celia y sus amigas saben mucho de eso porque los años no pasan en balde y dejan huellas en esos pies que soportan todo el peso del cuerpo humano.

- Brrrrr….No hemos venido a hablar de pies sino de cómo se lo montan algunos/as, tercia Mariquilla, quien pregunta qué relación tiene los pies con la encuesta de marras.
- Tienes toda la razón, afirma Celia. Y volviendo a ese asunto digo yo: ¿a quién le importa cuál es la hora ideal que escogen los españoles para hacer el amor, si utilizan grilletes, que posturita adoptan, que artilugios utilizan?. Eso por decirlo de una forma fina, fina, vamos finísima.
- Una pregunta que se me ocurre y que seguramente no consta en la encuesta: ¿por qué la mujer chilla y el hombre no?.
- Mira no había caído yo en eso. Será cosa de repetir la encuesta.
La respuesta fue unánime: Y una m…..

sábado, 11 de septiembre de 2010

Coche nuevo?


Celia ha decidido comprarse un coche, pues ya está harta de que siempre tenga que depender de los demás. Por supuesto rechaza cualquier modelo de alta gama y prefiere uno pequeño, un utilitario, un ‘chiquito pero matón‘.
Junto a Mariquilla Terremoto y su amiga María se van en autobús a un concesionario de coches en las afueras de su ciudad. Esto es muy importante resaltar para poner de manifiesto la dependencia en la que viven las tres amigas para desplazarse a uno u otro lado.

Porque todo hay que decirlo y es que Mariquilla, que siempre fue una magnífica conductora, de pronto ha dejado el coche en manos de su maridito y a ella que la lleven, como si tuviera un ‘Bautista’ en casa a su disposición.
Por su parte María tiene también carnet de conducir desde su más tierna infancia, pero ojo ¡nunca condujo un coche!. Será petarda. El caso es que cada vez que tiene que renovar el carnet, ella es la primera que se pone en la fila.

Celia, sin embargo, nunca se presentó a un examen de conducir, y lo único que sabe de coches es que tiene ruedas, volante, que hay que echar gasolina para que ande, que lleva luces en la parte anterior y posterior del mismo y que desde hace unos años tienen aire acondicionado, cosa que la revienta pues su garganta no soporta ese aire que sabe Dios de dónde procede o quién estará soplando dentro del coche. Vamos que prefiere el abanico en un caso dado.

Un señor muy amable y encorbatado las atiende a su llegada, quienes con gran alborozo han entrado por la puerta fijándose en los modelos expuestos y discutiendo los colores.

-¿Qué desean, señoras?, pregunta amablemente el dependiente.
-¡Anda pues, qué cosas dice éste!, responde Celia. Usted que cree, que venimos a hacer la cesta de la compra?.
-Perdonen si no me he expresado bien.
-Si, si , perfectamente, dice Mariquilla, lo que pasa es que esta mujer enseguida se altera.
-Malo, pero que muy malo para ponerse al volante con ese temperamento, señora.
-Déjese de chorradas. Yo quiero un coche pequeño de esos que ahora llaman ‘entreárbolyárbol’.
-¿Qué?. El desconcierto del comerciante ya no tiene límites. María ríe a carcajadas por la salida de su amiga.

Mire, se explica Celia. Yo vivo en una zona muy boscosa, vamos donde hay muchos árboles en la calle y he pensado que lo mejor sería un vehículo que pueda aparcarlo entre un árbol y otro. Me entiende no. Pues eso.

Después de enseñarles varios modelos, al final Celia se decide por uno de color rojo, rojo explosivo. Este me va muy bien con los conjuntos que me he comprado para esta temporada otoñal, añade. Por cierto,¿cuántos caballos tiene?.
-Señora para lo que lo quiere usted los necesarios y además le sale muy económico porque los caballos no comen pienso. Con echarle gasolina, aceite y agua y llevarlo de vez en cuando a revisar ya está. No tiene de qué preocuparse más.

-¿Le parece poco? exclama Celia.
-Si y no se olvide de que hay que lavarlo, pasarle el aspirador por dentro. O sea, mantenerlo en forma y limpio.
-Pero bueno esto que es una casa ambulante?.
-Parecido y con la particularidad de que la lleva a donde usted quiera.
-Claro, pero para eso tengo que tener el carnet de conducir.
-Señora, usted lo quiere todo. Mire a mí me gusta vender coches, pero en este caso creo que es mejor que llame a un taxi o a su marido para que la lleve a casa y se olvide de su pretensión de ser un peligro público en la carretera.
-María, Mariquilla, dice Celia, vámonos. ¡Menudo machista que nos ha salido este!.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Vivir o no vivir


Qué razón tiene ese dicho de que “la vida no se mide por los logros profesionales y económicos sino por lo feliz y tranquilo que hayas alcanzado a vivir“. No todo el mundo estará de acuerdo con este pensamiento, pero lo cierto es que Celia cree firmemente en él.

¿A quién no le gusta que todo el mundo te halague y reconozca tus méritos profesionales? Conozco a pocos, aunque la cuestión es no pasarse y ser uno mismo. Pero no todos reaccionan de la misma forma y lógicamente se llega a un estado tal que uno se crece, se siente el ombligo del mundo, como si todo tuviera que desarrollarse a tu alrededor. En fin, te crees imprescindible. Y está demostrado que en este mundo en el que vivimos nadie es imprescindible. Para muestra: cuando uno se jubila o abandonas el trabajo por cualquier razón, nadie te echa de menos y tu mesa y tu cometido es inmediatamente reemplazado por el primero de turno.

Ser el ombligo del mundo implica más trabajo, mayor dedicación, horas y horas tecleando ante un ordenador, dando órdenes, manteniendo reuniones con unos y otros para sacar adelante la misión que se te ha encomendado. Los resultados pueden ser gratificantes, tu ego va creciendo enormemente, vas pavoneándote por doquier, aunque siempre hay algún ‘pero’ del que sólo te darás cuenta a largo plazo. Y es entonces cuando te empiezas a cuestionar: ¿y todo esto para qué?. ¿De qué me ha servido tanto sacrificio, tanta entrega si no he disfrutado de las pequeñas cosas de la vida? ¿Valía la pena?.

La felicidad es algo más que todo eso: Es acordarte que tienes al lado a un mujer con la que compartir muchas cosas, con la que dialogar y reír, y eso requiere tiempo. Es acordarte de esos pequeños a los que un día diste vida y que requieren amor, comprensión y nuevamente diálogo, y eso requiere tiempo. Es saber disfrutar de una sencilla puesta de sol, de un paseo en bicicleta con los tuyos, de un día en la playa, de una comida en el campo bajo un inmenso árbol, de un baño en el río, de una jornada de pesca. Hay mil formas de conseguir la felicidad con esas pequeñas cosas. Sólo al final del camino y si haces un balance de lo que pudiste hacer y no has hecho sabrás lo que te has perdido y entonces ya no habrá vuelta atrás. Por eso hay que saber aprovechar lo que se tiene, lo que verdaderamente importa. Tener tiempo para decir a los tuyos: os quiero.

El trabajo da más preocupaciones que satisfacciones y, además, la escalada trae a veces quebraderos de cabeza, zancadillas. ¿Merece la pena vivir así?.

domingo, 29 de agosto de 2010

Ensaimada para todos


María ha dejado a su maridito en casa y ha emprendido el vuelo hacia las islas Baleares a casa de una amiga que le ha invitado a pasar unos días en su mansión. Hay que aclarar que el maridito de marras también estaba invitado pero prefirió quedarse en casa y dejar en libertad a la pupila de sus ojos. María vivió los prolegómenos de su viaje en avión con verdadero nerviosismo pues era la segunda vez que se ‘embarcaba’ en un avión y en este caso iba sola.

Su amiga le decía: “No te preocupes. Si es facilísimo. Tú lee lo que salga en la pantalla. Estate al loro de lo que dicen por el megáfono y sobre todo de tu bolso, pues en estos sitios hay muchos amigos de lo ajeno. Ya sabes. Y ojo no te olvides de facturar previamente la maleta y cuando llegues a tu destino pues sigues a toda la turba que haya salido de tu avión hasta donde se recogen los equipajes. ¡Pero cuídate de seguir a los que llevan maletas de mano ya que esos saldrán directamente a la calle!, le advirtió su amiga. Y otra cosa más: no te tires del avión en marcha. El pánico se supera enseguida“.

María creyó tener aprendida la lección y puso en práctica todas las recomendaciones de su amiga. No obstante y para mayor seguridad se pegó, previa consulta, al lado de un caballero. Cuando María contaba a Celia estas anécdotas, esta última recordaba su primer viaje al extranjero con su marido, que al no saber idiomas era como si no sirviera para nada, y también tuvieron que arrimarse a un padre de familia, que les guió pasillos arriba y abajo hasta dar con el objetivo equis. Luego con años de experiencia, dices ¡Qué paletos!.
Aunque es de imaginar que todos más o menos habrán empezado con las mismas dudas e inseguridades a lo largo de la vida. El caso es que María había superado la prueba con éxito, pese a venir cargada con maleta y la rica ensaimada de marras tipo familiar.

Ya de vuelta María contaba entre risas y más risas el resumen de su estancia, lo maravilloso que lo había pasado en casa de su amiga, con vistas al mar, que todo hay que decirlo, piscina, jardín, etc, etc. A Celia se lo ponía una cara de lela, que habría que verla, y al mismo tiempo de disfrute por lo bien que lo había pasado su amiga. Al final llegó la pregunta tan esperada:¿Qué tal tu vuelta a casa?.

-La cuesta se me hacía tan ‘pindia’ que cuando llegué a la estación de autobuses y tomé contacto con la realidad, me fue imposible coger un taxi para ir a casa. O sea que ahí me tienes con mi maleta y la ensaimada debajo del otro brazo dirigiéndome a una cafetería cercana. Me senté, pedí un sándwich y un refresco para hacer tiempo. ¡Había sido tan feliz durante esa semana que no quería encontrarme con la realidad!.
-¿Qué hiciste luego?
-La maleta, la ensaimada y yo tomamos el taxi y cuando entré por la puerta de mi casa el primer saludo que recibí de mi marido fue: “Querida falta fruta y papel higiénico”.
-Genial. No hay muchos como él. Cuídalo María.

domingo, 8 de agosto de 2010

Otro en la familia


¡Celia!, ¡Celia!, llama su marido a voz en grito, un tanto mosqueado y cabreado ante la aparición de un cangrejo de mar en el cuarto de estar de la casa. ¿Se puede saber de dónde ha salido ese bicho?. No hay respuesta, el resto de la familia hacen risas mientras que Hugo, el nieto más pequeño, hace su aparición en el salón seguido de Celia, quien no da crédito a lo que está viendo. El niño coge con sus pequeñas manitas al negro y nuevo terrícola que parece haberse hecho dueño de la casa andando a sus anchas.

Ha venido nada más y nada menos que desde la terraza de la cocina, ‘paseando’ por esta misma, por el office, el pasillo hasta llegar al cuarto donde el padre de familia estaba tranquilamente viendo la televisión hasta que el ruidito de las patas sobre la madera llamó su atención despertando su ensimismamiento ante la pequeña pantalla.

- ¡Es mío abuelo!, responde con su voz un tanto grave para sus cinco años. “Ahora me lo llevo“, dice, no sin poner antes una cara de no haber roto nunca un plato. “Es que los hemos ‘cazado’ ayer con papá y mamá cuando estábamos en la playa y me han dicho que los guardara apara ponerlos con arroz”.

Guardados en un ‘taper‘, el cangrejito en cuestión había logrado levantar la tapa donde estaban todos juntitos (unos siete u ocho) para hacer unos largos en tierra firme. Vamos que sus vidas no duraron mucho pues al día siguiente, como es lógico, estaban todos patas arriba para disgusto del benjamín de la casa y alegría de Celia que pensaba qué hubiese ocurrido si ella fuese la que se hubiera encontrado cara a cara con el ‘bichejo’ en cuestión.

Cabía dos posibilidades: que la hubiera dado un pasmo o que gritando por toda la casa fuese a la cocina como alma que lleva el diablo para coger el insecticida pensando que era un alienígena. También podría haber llamado a los bomberos. Y es que, fuera de bromas, a Celia este tipo de habitantes marinos solo le gusta verlos en el plato, bien cociditos y si es necesario con alguna salsita añadida. Seguro que de haber estado sola en casa habría ido a por la escoba y el recogedor. ¡¡¡Y luego qué!!!. Celia no se lo quiere ni imaginar.

miércoles, 28 de julio de 2010

Notas romanticas


Estaba embelesado mirando a su mujer mientras ésta tocaba el piano ante un auditorio totalmente entregado a las interpretaciones de Chopin y de Schuman. Sus dedos recorrían con una habilidad increíble las teclas blancas y negras, negras y blancas, sin apenas depositar la vista en ellas. No había partituras. Sus ojos estaban prácticamente cerrados; a veces miraban hacia el infinito a la vez que movía la cabeza siguiendo el ritmo de los preludios o de las sonatas. Daba la impresión de que por su cabeza desfilaban miles de historias, paisajes, amores, sueños. Dedos y cabeza se movían al unísono, seguían unas notas plagadas de ensoñaciones, de romanticismo y, en ocasiones, alzaba una mano con lentitud para luego depositar de nuevo sus dedos en el teclado.

De vez en cuando dirigía, de reojo, su mirada hacia aquel hombre que, sentado en la primera fila, no se perdía ni una sola nota ni movimiento de su amada, que vibraba a cada instante cada vez que rozaba con mayor o menor fuerza cada una de las teclas.

Celia observaba a uno y otro intentando descifrar los pensamientos que pasarían por aquellas cabezas. ¿Qué estaría pensando él?. Sin duda todos sus sentidos estaban pendientes de aquella mujer a la que amaba, según dedujo Celia, por la forma de mirarla, de escucharla, absorto por cada uno de sus movimientos, seguro de que aquellos dedos no le defraudarían hasta el final del concierto. Y así fue como Marisa Blanes logró un éxito más entre el numeroso y entregado auditorio, que con sus aplausos reconoció a esta gran pianista nacida en la alicantina ciudad de Alcoy.

domingo, 27 de junio de 2010

Llegan los cambios


Celia vive en una calle más bien pequeña; no se tarda ni cinco minutos en recorrerla, pero tiene de todo y cuando digo de todo me refiero a que cuenta con dos salas de arte, su iglesia, un hotel, casas-chalets de una belleza extraordinaria, entre las que se encuentra la de los padres de los hermanos Calderón, conocidos por su variada aportación al mundo de la cultura: compositor musical uno, otro escritor y el tercero pintor.

Es una calle construida de cara al sol ( por eso lleva el nombre del astro de nuestro sistema planetario), aunque tiene lógicamente las dos variantes, ya que la zona norte es sombría y fresca. Por ello los habitantes tienen la posibilidad de andar por una u otra acera según sople el viento o ‘casque’ el señor don Lorenzo.

En la iglesia, regentada por los padres Carmelitas, se venera a la Virgen del Carmen que cuenta en toda la ciudad con gran número de devotos. Por ello, el 16 de julio, festividad la Virgen marinera, la calle se engalana con banderitas y otros artilugios. En ninguna ocasión esta calle es tan visitada por la gente que acude a la iglesia para elevar sus peticiones, agradecimientos, o acompañarla en la procesión. Así se ha hecho desde principios del pasado siglo.

Pero he aquí que ayer Celia se encontró con que su calle había sido ‘tomada’. Me explico, al abrir las ventanas de su casa le llegó una música desde la zona más antigua de la calle. Y no era música ‘enlatada‘, no, era en vivo y en directo como pudo comprobar más tarde; una música de esas que le gustan a Celia o sea la samba, el mambo, la salsa. En su casa no sabía si mover sus caderas al ritmo marcado por aquellos jóvenes y dejar de una vez por todas el trapo de polvo para mejor ocasión.

A Celia le pudo más la curiosidad; se puso su pantalón y un jersey a juego y se lanzó a ver que pasaba en su calle: juegos para niños, puestos de bebidas y otros chuches, puestos de tortillas de patata realizadas por los propios vecinos de la zona, puestos de libros antiguos, pues en esta calle hay mucha tradición cultural, y la famosa orquesta que amenizaba al vecindario. No faltaba un concurso de pintura donde los aficionados a las bellas artes hacían sus pinitos con resultados muy sorprendentes en algunos casos.

Hasta ahí todo normal; un fin de semana fuera de lo habitual, con unas actividades que entretienen a niños y mayores. El pero fue la clausura de estos festejos, que no se sabe bien de dónde han salido y por qué. Celia que regresaba a su casa a media tarde se encontró de sopetón con un desfile del ‘orgullo gay‘, donde hombres y mujeres desfilaban semidesnudos bailando al son de los instrumentos de percusión. ¡Qué frío!.

miércoles, 16 de junio de 2010

Para todos los gustos



Llueve, llueve y llueve, pero ello no es obstáculo para que Celia y su hermana ‘Mariquilla terremoto’ salgan a dar un paseo. Como el tiempo ha refrescado llega un momento en que la vejiga también lo acusa y la necesidad de vaciar la misma se haga cada vez más apremiante, por lo que no queda más remedio que entrar en algún lugar antes de llegar a casa. La prisa apremia y eso es lo malo. Para estos casos lo mejor es una cafetería y si está llena pues mejor que mejor. Al menos ambas creen que se pasa más desapercibida. En fin, eso habría que preguntárselo a los camareros. Lógicamente si eres una habitual de equis local el problema ya no sería problema.

Pero he aquí que entraron en una nueva para ellas, desbordada a esa hora la tarde de gente e iniciaron el recorrido, señalizado por unos grandes carteles que decían: ‘Aseos’ y flechas por aquí y por allá; se conoce que es para que nadie se despistara. Al llegar a las puertas en cuestión, Celia dirige su mirada hacia la de las señoras y se encuentra con una dama sentada en un inodoro. ¡Oh, que original la placa en cuestión!; claro que a continuación y, por pura y mala curiosidad, miró hacia la puerta de los caballeros, quedándose con los ojos a cuadros. Allí estaba la silueta de un señor con un pene que ya quisieran muchos para sí.

“Pero tú ves”, le comentaba luego a Marquilla entre risas, ya que este tipo de placas no son precisamente muy habituales en las puertas de los aseos. Generalmente estamos habituados a ver las placas donde ponen ‘Hombre o Mujer‘, ‘Adán y Eva‘, ‘Señoras y Caballeros‘, ‘Toilettes‘; hay otras placas en las que nos muestran las siluetas de un hombre y una mujer, la de un caballero o una dama de época, la de ambos con una pipa o una sombrilla o un abanico. Vamos que hay para todos los gustos.

Y nunca mejor dicho, porque hablando Celia y Mariquilla recuerdan haber visto otras placas como aquellas en que tanto el hombre como la mujer están con las rodillas apretadas y las manos en sus respectivos ‘aparatos’ acusando la hiperactividad de la vejiga o aquellas otras en que a la mujer se la representa como una ese (S) un poco desfigurada y por cabeza un redondelito y al hombre una línea quebrada, vamos echado para adelante, igualito, igualito como cuando el profesor de Pilates nos dice que hagamos ‘in Princ’. Ojo, que tampoco le falta la cabeza.

Sin duda las placas indicativas de los aseos da para un tratado. Suena a guasa, pero ¿cuántos distintivos habrá que no hayamos visto?.

sábado, 12 de junio de 2010

Dónde están las promesas


Alguna vez te has quedado bloqueado/a? Eso es precisamente lo que le ha pasado a Celia en estos últimos días; es como si estuviera metida en una nube que mantiene su mente en blanco. Pero si además la nube es gris oscura entonces la cosa cambia doblemente. Que por qué? Sencillamente porque no hace más que llover y llover y cuando estamos a las mismísimas puertas del verano este panorama la sume en un estado de pesimismo puro y duro. Habrá que resignarse, se dice, aunque hay otras cosas peores por no citar lo que se nos viene encima con la subida de la luz, que afectará a toditos o sea desde el más pobre al más rico, el aumento de los impuestos, el IVA, el IRPF. A todo ello hay que añadir la bajada de las pensiones mediante una mayor retención desde el pasado mes de enero, la congelación de las mismas para el próximo año y luego no digamos nada de los funcionarios.

Sin embargo hay una gran diferencia entre los pensionistas y los funcionarios: los primeros se quedaron calladitos y doblegados a las órdenes del ‘gran magnífico‘, mientras que los segundos hay que ver la bulla que están armando. Y no es para menos.

Y Celia se pregunta ¿y por qué ha salido todo esto a colación? Y es que la abuela está desesperadita con este panorama que se le avecina. Lleva días pensando y pensando que hará cuando llegue el invierno y el recibo de la luz se vea incrementado vertiginosamente; no hay que olvidar que los días son más cortos y encima el frío obliga a encender las calefacciones desde la mañana a la noche y como en su casa ya son abueletes…pues hala fastidiaté.

Todo es tan negativo, tan poco esperanzador, tan irreal, tan, tan. Ya no le quedan palabras y es que está muy cabreada con toda la perspectiva que se le avecina, pues además este año va a tener que prescindir de las vacaciones. ¡Toma ya!. Ella que disfrutaba tanto preparando esos pequeños pero maravillosos viajes de ocho o diez días como máximo, pero que en su momento la hizo tan feliz, va a tener que olvidarse del avión y por supuesto del AVE, porque ya el ‘gran magnífico’ ha dicho de este último que de eso nada de nada. Estamos en crisis, afirma, y no se pueden hacer excesos. ¿Dónde quedaron las promesas?.

viernes, 21 de mayo de 2010

Loca por las rotondas


Imagínense un paseo marítimo bordeando la bahía de una ciudad, en este caso española, con un encanto sin igual. Hace un sol radiante, sopla el Nordeste, la temperatura es ya primaveral y las terrazas de las cafeterías están a rebosar. A lo largo de ese paseo hay una rotonda, para fastidiar lógicamente a los conductores, alrededor de la cual se montan a diario unos follones que no acaban en tragedia de puro milagro. Y es que eso de ceder el paso a los que vienen por aquí o por allá o a los que han entrado en la curva haciendo mil filigranas, no es precisamente uno de los signos de educación al volante que más brille entre los conductores. Todo viene a cuento porque una de las hijas de Celia contaba en las tertulias habituales del café que en cierta ocasión y yendo en el coche con su marido, vieron en el centro, sí han leído ustedes bien, pues eso en el centro de dicha rotonda a su tía Benita, abuela de once nietos, escritora y con grandes deseos de adquirir un piso con vistas al mar pues de la capital están ya más que hartos.

- Elena, la hija de Celia, puso el grito en el cielo: “¿Pero qué hará ahí mi tía? Que yo sepa no está pirada“. Pero lo que más la intrigaba era cómo se las habría apañado para llegar allí pues lógicamente la circulación a esa hora era terrible.
- “Voy a llamar a mi madre“, dijo Elena, a quien lo que más le preocupaba ahora era cómo iba a poder salir de allí la tía Benita.
- ¡¡¡Mamá, la tía Benita está apostada en el centro de la rotonda del paseo marítimo. Dame su teléfono móvil!!!.
- “Chiquilla has tomado mucho el sol en la playa y me parece que ves doble. Deberías ir al oftalmólogo“.
- “Madre nunca me tomas en serio; baja y lo verás porque mi marido y yo estamos dando vueltas con el coche alrededor de la rotonda y ya tengo un mareo que me van a tener que llevar a urgencias“. De pronto Elena sacó la cabeza por la ventanilla del coche, que con la brisa marina se despejó un poco, y grito a su tía Benita: ¿Qué haces ahí?.

Cogida in fraganti ante la aparición de su sobrina, Benita con la mejor de sus sonrisas contestó que “estaba mirando las casas del paseo. La verdad, decía, es que me gustaría comprar una pero tengo que enterarme de si alguna está en venta“.
-”¿Y para eso te subes á la rotonda?” Eres una auténtica suicida.
- Es que desde aquí, apostilló, tengo una panorámica mejor de todo el conjunto”.
Elena no daba crédito a lo que estaba oyendo sobre todo en boca de aquella persona, su tía, que seguía oteando el horizonte inmobiliario a diestro y siniestro.

Sólo la faltaba una máquina fotográfica para luego hacer comparaciones, visitar alguna que otra agencia y…a ver lo que salía de todo ello, pensaba Elena a quien el mareo por dar tantas vueltas a la rotonda no había remitido.
- Sacando fuerzas de donde pudo Elena la preguntó: ¿Y cómo piensas salir de ahí, pues el tráfico está ahora en pleno auge?, mientras su marido seguía dando vueltas y más vueltas alrededor de la rotonda bajo una tronada de bocinas de los coches.
A Benita, tan graciosa como siempre, no se le ocurrió otra cosa que decir: “Aparcar pegaditos a la rotonda y me monto“.

lunes, 10 de mayo de 2010

Bollos preñados y otras cosas



Ella miraba atónita aquellas dos figuritas de cristal con forma de pirámide, de las que emanaban unas luces tornasoladas; en el fondo aparecía su signo zodiacal. Todo un detalle. Se trataba del regalo de cumpleaños de su chico. “No me lo puedo creer“, decía para sí, tras imaginarse que el maravilloso obsequio prometido se había convertido en algo tan simple como aquellas dos figuras que seguramente había adquirido en CC (Cadena Cien).

-Ya sé que estamos en crisis, manifestaba Pochola a su amiga Gertrudis, ¿pero es que no tiene imaginación?. Aunque sea un ramo de flores, unos bombones.
-Pues va ser que no, apuntó Gertrudis, no sin antes echar una carcajada al tiempo que espetaba ese dicho de que ‘todos los hombres son iguales‘.

Y es que Pochola es una romántica de tomo y lomo. Le gustan los detalles, las sorpresas, soplar las velitas y siempre mantiene la ilusión de que algo nuevo y maravilloso va a caerla en uno de los días más señalados de su vida. Y ahí es donde peca de ingenua.
Ella siempre se ha desvivido por dar a su chico toda clase de atenciones en su día. Si no tiene una tarta que ofrecer, se las apaña para comprar unas ricas magdalenas sobre las que luego pinchará unas lindas velas, lógicamente con número pues si no no cabrían. También procura que una flor adorne la mesa durante el desayuno. Y también habrá un maravilloso paquete con el regalo correspondiente.

Él, sin embargo, se ha olvidado de la flor, de las magdalenas y de las velas que, a última hora y cuando ha visto la cara de mal humor de su mujercita, no le ha quedado más remedio que bajar a la panadería más próxima. ¿Y saben lo que se le ha ocurrido comprar? Nada más y nada menos que dos ‘bollos preñados‘. Si esos que están rellenos de choricillo por dentro y que cuando hincas el diente rezuma un juguillo rico, rico. Vamos que imaginación no le faltó.

-Y no puso las velas?, dice su amiga Gertrudis.
-Por supuesto; lo que pasa es que como eran de las tiendas de los chinos o de la CC, al poco de encenderlas empezaron a deshacerse y expandirse sobre los bollos preñados dando la impresión de que habías echado azúcar glass.
-Bueno, ¿y qué te regaló?.
-Pues las dos pirámides de Egipto, aunque me ha dicho que el regalo de verdad llegará en breve.
-¿Cuándo?
-En breve, mujer. No seas mala y ten ‘confianza‘.
-¿Con-qué? Te digo yo.

sábado, 1 de mayo de 2010

Carta de Jorge al Ratoncito Pérez


A veces los niños nos sorprenden gratamente con respuestas que nos demuestran su grado de generosidad para con los demás. Hace unos días Jorge, un sobrino nieto de Celia a quien se le había caído uno de sus dientes, puso éste debajo de la almohada para que el ‘Ratoncito Pérez’ le dejara un obsequio. Todo el mundo sabe desde su niñez quién es este personaje tan simpático, aunque no lo hayan visto nunca, y las alegrías que reparte entre todos los niños, cuando por la mañana nada más despertar miran ansiosos y con los ojos aún entrecerrados debajo de la almohada con la ilusión de ver lo que les ha dejado a cambio de su diente.

Pero en este caso la sorpresa se la llevó el ratoncito y la madre de Jorge a la mañana siguiente al descubrir que había una nota de su hijo para el ‘Ratoncito Pérez’ en la que decía: “Hola Ratoncito Pérez. Soy Jorge. Si no estás muy ocupado te voy a dar unos regalitos para que se los dés a otros niños. Es un Bakugan con su carta y 5 euros”. ¡Qué generosidad la de este niño que sólo pensaba en ayudar al ratoncito en cuestión y que no le faltasen ‘fondos’ con los que obsequiar a otros benjamines.

La respuesta no se hizo esperar y al día siguiente Jorge se encontró con una respuesta a su misiva: “Hola Jorge he visto tu mensaje, pero quédatelo tú, pues por cada diente a mí me dan dinero y los juguetes también me los dan para repartirlos entre más de un millón de niños cada día. Muchas gracias y sé que en seguida te visitaré, pues hay un diente que se te mueve ¿verdad?. Un beso muy fuerte por ser un niño tan bueno”.

Pero la cosa no paró ahí, ya que al otro día y con toda la inocencia de su niñez, Jorge dejó otra notita, en este caso más breve, en la que apuntaba: “Te voy a dar un regalito para que apuntes dónde tienes que ir. El regalito es un lápiz”.

Esperamos que cuando se le caiga otro diente Jorge tenga ya preparado un pequeño cuadernito para regalar a su querido ratón. Es una idea ¿no?.

miércoles, 21 de abril de 2010

Amistad con mayúscula


Escribir sobre la amistad es algo que Celia tenía pendiente desde hacía mucho tiempo. Sin duda no es nada fácil sobre todo cuando se ha pasado por un trauma que la dejó marcada durante tiempo y hoy es el día en que aún recuerda con nostalgia, aunque sin rencor, aquel episodio que vivió junto a una de sus compañeras de estudios.

Hasta entonces Celia no sabía lo que era la amistad auténtica. Porque una cosa es ‘tener’ amigas, salir con ellas, contarse las inquietudes del día a día, hablar de los compañeros de clase, de quien te hace ‘tilín’. En fin, de esas trivialidades que surgen a lo largo de cada jornada durante la juventud. Y otra muy distinta es conocer el fondo de las personas.

Fue un día como otro cualquiera. Compartían los mismos estudios en la universidad y estaban en el mismo colegio. El caso es que ella se fijó en Celia y así empezó una amistad que al principio hablaba de las cosas más superfluas para luego adentrarse en las más íntimas. Fue como descubrir un mundo nuevo, desconocido hasta entonces por Celia, lleno de ilusiones, donde no había secretos de ninguna clase. Valoraban todo lo relacionado con la entrega, las pequeñas cosas de la vida, hablaban de los gustos por la música o la literatura, de no ocultarse los más mínimos secretos o sentimientos incluidos los del espíritu. Celia era feliz ya que por primera vez alguien se interesaba por ella misma. Llegó a vivir uno de los episodios más gratos de su vida.

Sin embargo un día todo aquello cambió al descubrir que en el fondo había demasiados intereses y presiones, que su vida estaba siendo dirigida y manipulada, que la amistad era sólo una escusa para conseguir aquella ‘amiga’ sus propios fines. Fue entonces cuando Celia lo comprendió todo y pidió unas explicaciones que nunca llegaron.

Mientras tanto su ‘amiga’ tomó otros rumbos diferentes al percatarse de que había fallado su objetivo. Si se encontraban en los pasillos de la facultad un seco adiós era la contestación a cualquier empeño de Celia en pedir una justificación. No comprendía cómo después de tantos meses hubiese llegado a ese comportamiento. Se sentía defraudada, engañada. Todo había sido una mentira y en definitiva se había burlado de ella.

Para Celia fue un auténtico trauma. No comprendía cómo de la noche a la mañana se podía tirar por la borda algo tan especial como aquello que había vivido. Lloró muchas noches recordando aquel episodio, aunque en esas lágrimas no había ni odio ni aversión. Su máximo objetivo era mantener una conversación y, pese a todo, perdonar y abrazar a aquella persona. Los años han pasado y las vidas de una y otra tomaron rumbos diferentes. ¿Dónde estará? ¿Dónde vivirá?, se pregunta muchas veces Celia, quien a pesar de los años transcurridos no puede olvidar esa etapa en la que conoció por primera vez la auténtica amistad.

martes, 6 de abril de 2010

Las cosas sencillas


Sin duda fue una tarde inolvidable. Y es que de las cosas sencillas se disfruta a veces mucho más que cuando uno prepara algo ostentoso. En este caso primó la espontaneidad, la ocasión. Que Celia y María hayan quedado para comer, a muchos puede parecerles la cosa más normal y natural del mundo, pero para ellas no es así porque ambas amigas son casadas, tienen familia a la que atender y eso de salir de ‘picos pardos’ y decir: ¡ahí os quedáis! y con la recomendación añadida de ‘meted los platos en el friegaplatos‘, no es cosa que puedan o se atrevan a hacer un día sí y otro también. Celia ha aprovechado la ocasión de que está sola en casa para llamar a su amiga y hacerle esa proposición, que María aceptó con la mejor de sus sonrisas y entusiasmada. Vamos, que le encantó la idea. Parecían dos niñas pequeñas con zapatos nuevos.

Previamente María se pasó por la tienda de Manolito, como no, para abastecerse de los inciensos que tanto la enloquecen, porque su nieta en una de sus últimas fechorías sacó de la cajita los que la quedaban a su abuela e hizo un picadillo tal que aquello ya no servía ni para echar al fuego de la chimenea. Pronto empieza la chiquilla a manipular estos sensuales palitos, aunque todo hay que decirlo: en parte tiene la culpa su abuela que cuando enciende un incienso enseña a la pequeñaja a aspirar el aroma que fluye al irse quemando.

Siguiendo con nuestra historia las dos amigas decidieron aprovechar el maravilloso sol de la primavera y sentarse en una terraza, donde aparte de degustar ricas viandas, con postres incluidos, pudieron disfrutar del maravilloso panorama de la bahía. No pararon de hablar, se pusieron al día en todos los acontecimientos familiares y de otra índole. A media tarde encaminaron sus pasos hacia casa de Celia. El motivo no era otro que encender el ordenador, mirar correos y fotos que a María le interesaban, sobre todo los que había mandado su hermana Lola.

Todo hay que decirlo y es que María, como bueníiisima ama de casa, sabe infinito de todo lo relacionado con los fogones, pero de ordenadores nada de nada. Y ella está con la mosca tras la oreja pues cuando su hermana y Celia le hablan de todo lo que se puede hacer en el ordenador le entra el gusanillo y dice: ‘Me voy a comprar uno’.

Ya el colmo de los colmos fue cuando Celia empezó a poner música de los cantantes de su época como Ray Charles y su ‘I can´t stop loving you’, ‘Release me’ o en ‘Dalilah’ de Tom Jones. Y esas canciones fueron los entremeses de una tarde tranquila, sin agobios, pero llena de recuerdos de juventud

sábado, 20 de marzo de 2010

Pasos en la pista


Bailar. No es el momento ahora de ejecutar filigranas, pero Celia y su marido hicieron en otro momento de su vida muy buena pareja, que trataban de llevar a la práctica cuando salían de viaje. Y es que en su vida habitual no es que tengan mucho tiempo para dar pasitos adelante y atrás. Y eso que están los dos jubilados, pero cuando uno se apoltrona…malo.

Todavía recuerda Celia la marcha que tenía ‘su caballero’ cuando por fin hicieron su primer viaje en solitario, sin niñas. Ellos dos solitos; era como una segunda luna de miel; habían cumplido sus bodas de plata. Pese a los añitos que ambos llevaban a cuestas no había noche que no se fueran a bailar, parecía que les habían puesto alas en los pies. Nota musical que oían en cualquier sala de fiestas ahí que estaban ellos bien abrazaditos o como el ritmo lo exigiera paso aquí y paso allá. Vamos que no paraban. Lo más curioso fue que en algunos locales ya se hicieron famosos y lograron aplausos.

Luego año tras año se impuso repetir alguna salida por el extranjero, pero claro el baile tras trotar ciudades como París, Roma, Londres, Praga, Moscú, San Petersburgo o Berlín, uno se quedaba sin ganas de salir a la pista. Era demasiado movimiento para a la mañana siguiente echarse la mochila a la espalda y empezar a recorrer calles, museos, palacios o lo que se terciara.

Sin embargo, quién no busca un momento para bailar un vals en Viena? Y ahí empezó de nuevo la salida a la pista, con discreción, sin tules ni esmoquin pero fue el vals más placentero y romántico jamás bailado, aunque nada tenía que envidiar a otro de los bailes en plena selva al norte de Tailandia, donde danzaron curiosamente al son de una canción maravillosa de The Beatles al tiempo que oían el estrepitoso ruido de los grillos, cigarras y demás animalejos de la selva. Era fantástico. Hasta el marido de Celia se acuerda de cuál era aquella canción, cosa extraña en él, que es un clásico de los boleros, los tangos, fox y algún que otro chá-chá-chá.

El crucero por Egipto también fue propicio para hacer algún que otro pinito a bordo del barco, así como cuando recorrieron el Mediterráneo o las islas griegas. Y ya lo más sádico fue cuando en Estambul, Celia tuvo que subir a un escenario para aprender algunos pasos de las odaliscas, pero sin marido, sin los trajes de cascabeles y campanillas bordados con estridentes colores. Vamos, que allí estaba ella con su blusa y un pantalón vaquero.

domingo, 28 de febrero de 2010

Una de elefantes


Yupi, yupi. Un paseo en elefante; esto no me lo pierdo yo, se dijo Celia con una sonrisa de lado a lado. No todo el mundo tiene la oportunidad de subirse a un elefante y por eso cuando a Celia se le planteó esa posibilidad no lo dudó ni un minuto. Le pareció algo genial, original y sobre todo exótico que no debía perderse. Marido y ella subieron a esos bancos de madera que se ponen al igual que en los camellos y a partir de ahí el animalito en cuestión comenzó a subir por la ladera de una montaña. Ellos iban abriendo el paso de la caravana mientras que las otras parejas de amigos, de viaje en Tailandia, seguían sus pasos. Cada elefante llevaba un joven guía sentado justo detrás de su cabeza, por lo que cuando el animalito movía las orejas azotaba ligeramente sus piernas.

Aquello era emocionante. El mamífero en cuestión andaba lentamente, con elegancia, posando sus grandes patas en un camino que a Celia se le antojaba estrecho, pues si miraba a su derecha había un desnivel que no sugería nada bueno. Como ellos iban abriendo la procesión no tenían a ninguno de sus compañeros para que les pudiera sacar fotografías, por lo que Celia sugirió al guía que se bajara e hiciera algunas de ella y su marido. Él hacía lo que podía pero advirtió que algo le pasaba a aquella máquina, que por entonces era manual, o sea con carrete. En resumen, que el carrete no pasaba página. Más tarde Celia comprobó que se había atascado y eso después de haber tirado unos cuantos carretes a lo largo de la ruta por el país. “Son cosas que generalmente te pasan en todos los viajes y en el momento más inesperado”, refunfuñó.

Su desilusión pensando que no tendría tan grato recuerdo de aquel paseo en elefante fue enorme. Menos mal que uno de sus amigos les hizo una, pero claro de espaldas. Al menos se nos reconoce, afirmó Celia: esa era la ropa que llevábamos, la máquina de fotos en el hombro, la mochila y por supuesto el trasero del elefante era el del nuestro. No cabía duda.

Celia es una persona muy atrevida, a quien le gusta conocer todo tipo de experiencias, por lo que le pidió al guía que bajara del elefante pues ella quería sentarse en el lugar que ocupaba éste o sea detrás de la cabeza del animalito en cuestión. No es precisamente una tarea fácil salir del banquillo e ir arrastrándose por el lomo del animal hasta llegar a la cabeza y más cuando éste seguía andando. No obstante lo consiguió y allá que iba ella tan feliz, cuando de repente el elefante empieza a bajar la montañita de marras y Celia se dio cuenta de que no tenía donde agarrarse y además se fijó en que la piel rugosa del elefantito estaba plagadita, plagadita de bichejos que corrían arriba y abajo. Por añadidura el guía la dijo que le diera suaves palmaditas al elefante; no sabía Celia si para era tranquilizarle o para tranquilizarse ella que ya no sabía dónde poner las manos y si debía agarrarse a las orejas o la trompa.

En medio de aquella locura, pues ya se veía besando tierra tailandesa, Celia dio un grito y requirió la ayuda del guía para que parara al elefante y de esa forma recular hasta su asiento. Así lo hizo, pero todo ello mientras éste bajaba la pendiente. Vamos que si el animal o Celia llegan a hacer un movimiento en falso, Celia hubiera bajado pero por la trompa del ‘Dumbo’ que usaría a modo de trampolín. Todos desternillándose de risa mientras que Celia juró que otro paseo sí pero en el banco y a ser posible por sitio llano.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Tarde musical


Es una tarde de invierno. Celia oye caer la lluvia con intensidad en el exterior de su casa y una pereza inmensa la invade hasta el punto de que descarta la idea de salir de paseo como hace todos los días para mantenerse en forma. Sólo una tormenta la impediría poner los pies en el asfalto, pues dice que bien abrigada, con unas buenas botas, guantes, bufanda y el paraguas todo se puede superar, pero los rayos y los ruiditos de marras como que no. Es algo que no puede superar y, a ser posible, prefiere que estos caigan cuando está durmiendo para así poder taparse hasta la coronilla. Es miedosa, lo reconoce.

Recuerda a este respecto la gran tormenta que les cayó encima a su marido, a unos amigos y a ella cuando llegaron a la capital tailandesa de Bangkok y deambulaban por las calles en busca de un restaurante cerca de la orilla del río. Parecía que el cielo se iba a caer encima, nunca en su vida había oído unos truenos tan espantosos. La tromba de agua hizo crecer en pocos minutos el río, cuya corriente bajada a gran velocidad arrastrando ramas de árboles y lo que barriera por las orillas. No duró más de un cuarto de hora, pero ¡qué cuarto de hora!. Celia cerró los ojos, se tapó los oídos y no quiso saber nada de nada. La gente que estaba a su alrededor la miraba estupefacta; no comprendía que una persona hecha y derecha tuviese miedo de una tormenta que los nativos consideraban como la cosa más natural del mundo. Lo malo era que todos los días caía alguna tromba a diferentes horas de la jornada, pero ninguna fue como la del primer día. Vamos, que para recuerdo bastaba con una.

Celia no sabe por qué ha venido esto a cuento, pero hace borrón y cuenta nueva y decide oír un poco de música. Ahora empieza la duda ¿Qué poner? Hoy tiene una tarde retro y pone un disco de Salvatore Adamo: Cae la nieve, Un mechón de tus cabellos, Tu nombre, La noche…Cuántos recuerdos en unos pocos minutos: recuerdos de juventud, recuerdos de guateques, recuerdos de un baile agarrado, recuerdos de una playa frente al mar, recuerdos junto al primer amor, recuerdos junto a tus amigas cantando esas canciones tan románticas y acompañadas de una guitarra.

Y de ahí pasas a otros tan dispares como Eddie Piaf, Mireille Mathieu, Gilbert Becaud, Jacques Brel, The Beatles, y no podía faltar el famoso Dúo Dinámico que tanto embelesó a las quinceañeras de los años sesenta con aquellas canciones a veces moviditas y alegres y otras tristes o románticas. ¿Quién no ha cantado o bailado a su ritmo?. Sus numerosas fans todavía siguen moviéndose impacientemente cuando aparecen en algún programa de la pequeña pantalla. Y es que Manolo y Ramón dejaron huella y si no que se lo digan a ‘Mariquilla Terremoto‘, quien no paró hasta conseguir un autógrafo que firmaron en uno de sus discos. Aquello era pasión.

martes, 9 de febrero de 2010

San Valentín y los diez mandamientos


El domingo es el ‘Día de San Valentín‘, fecha en que se celebra el ‘día de los enamorados‘. ¡Ahí es nada!. Muchas personas ‘pasan’ de ese día al que estiman como puramente comercial, un sacaperras; a otros, sin embargo, les encanta festejar esa fecha con alguna que otra comida de rigor en un lugar romántico o bien regalando el clásico ramo de flores, la caja de bombones y los más generosos con una joya o la tan traída y llevada medallita en la que se ha grabado ese lema tan emocionante de “hoy te quiero más de ayer pero menos que mañana”. ¿Y el resto de los trescientos sesenta y cinco días del año? ¿No hay recordatorio?.

¿Es que hay que estar recordándonos todos los años que ese amor que surgió un día no ha muerto?. ¿No sería más lógico tenerlo presente en esa convivencia del día a día por muchos contratiempos que hayan podido surgir durante la misma?. Mientras que para unos puede haber sido motivo de acercamiento, para otros puede haber sido la gota que ha colmado el vaso y ha desembocado en una ruptura o distanciamiento.

¿Qué quieres amor? La pregunta a veces llega, otras no. Te quedas indeciso no sabes qué responder, aunque en el fondo surgen miles de réplicas pero curiosamente ninguna de ellas se basa en cosas materiales. Son nada más y nada menos que ‘ilusiones‘.
Me gustaría que tu primer saludo de la mañana fuese acompañado de un beso.
Me gustaría que tus pensamientos y los míos corrieran al unísono.
Me gustaría que tu sonrisa iluminara cada hora del día.
Me gustaría que tu mano entrelazara la mía y conociese cada una de mis venas.
Me gustaría que cuando llegases a casa de tu trabajo y me sorprendieses en la cocina me tomaras por la cintura y me susurraras palabras bonitas.
Me gustaría que me conocieras lo suficiente para saber cuál es mi perfume o mis libros favoritos.
Me gustaría recibir de tus manos una simple caricia.
Me gustaría verte entrar en casa con un simple ramo de flores, aunque sean margaritas.
Me gustarías que tú compraras algunos de los obsequios con que me dispensas.
Me gustaría, en definitiva, oír de tu boca la palabra “te quiero”.
Me han salido diez, como los mandamientos. Con eso me conformaría y lo mejor de todo es que no cuesta dinero. Es gratis. No es mucho pedir y sin embargo cómo les cuesta.

martes, 2 de febrero de 2010

Dos 'marujas' cansadas


Celia llama a su amiga María para hablar un ratito con ella. Al otro lado del teléfono se oye una voz cantarina, una voz agradecida de que alguien se acuerde de ella para charlar un rato, para cambiar impresiones, para hablar de lo más absurdo o contar algún que otro chiste que apacigüe los sinsabores del día.

- ¿Qué pasa Celia?.
- Nada en particular hija. Que aquí me tienes más cansadita que no sé qué.
- ¿Te pasa algo que no sepa?.
- No mujer; ya sabes lo de siempre. No he parado en toda la mañana de acá para allá. Si es que lo nuestro no tiene remedio. Parece que hemos nacido para estar siempre en continuo movimiento, como las locomotoras.
- Qué me vas a decir a mí, dice María, que además tengo a mi nieta de doce meses en casa. No sabes lo bien que me lo paso. Es muy rica y todo lo que quieras, pero al final del día estoy agotada. Entre preparar ‘sus’ comiditas, darla de comer, cambiar pañales y otros menesteres propias de su edad se me va media mañana y parte de la tarde hasta que viene su madre.

- Pues fíjate que hoy después de hacer mis cosas habituales ( preparar los desayunos de mi marido y mío, hacer el primer plato de la comida, poner la lavadora, tender luego la ropa, hacer las camas) se me ocurrió la fantástica idea de hacer una empanada de bonito, que a mi marido le encanta. No le dije nada, pues quería que fuese sorpresa, y con la mejor de mis predisposiciones me fui a comprar un molde pues todos los que tengo son de ‘familia numerosa’ y ahora que no somos más que dos no vamos a estar tres días con la empanada en la boca, vamos. Compré uno monísimo de esos antiadherentes y al volver a casa ahí me tienes estirando la masa con el rodillo para acá y para allá, a la vieja usanza. Ojo y con las mangas bien remangadas para no enharinarme yo. La relleno, echo el huevo por encima y la meto en el horno. Hasta ahí todo bien, ¿no?.
- Digo yo que sí.

- Bueno pues cuando llega mi marido, nos sentamos a comer, tomamos el primer plato y cuando saco la empanada del horno digo: ¡Tachan, tachan,. Sorpresa!.
- ¡Hombre has hecho la ‘empanaduca‘!, dice mi marido, a quien se le salen ya los ojos de las órbitas: Pero está muy caliente.
- Pues hijo, soplas.

No hubo problemas, pero a Celia se le ocurre decir: Estoy cansada!.
- ¿De qué?, espeta su marido.
De todo lo que he hecho y a eso añádele el tiempo que he tenido que estar de pie para hacer ‘tu empanaduca‘.
- ¿Y para qué haces Pilates?.
- ¿De verdad piensas que hacer pilates es la panacea de cualquier mal?.
Celia no sabe ya si reír o llorar, aunque a estas alturas de la vida no merece la pena llevarse disgustos. Y se lo toma a cachondeo. Piensa que esto debe ser muy común a todos los hombres, pero claro mientras ella hacía y sigue haciendo las labores de la casa, él se ha pasado toda la mañana en su sillón leyendo el periódico y luego a dar su paseíto. Bueno yo también me lo di pero muy cortito. No había tiempo para más.
- Cómo te comprendo, dice su amiga María, quien muchas veces comenta un tanto de lo mismo. Y es que las mujeres además de sacrificadas somos unas santas. Bueno no todas.
- Qué poco se reconoce nuestra labor en casa, ¿verdad?. Te dejo preciosa que voy a ver si mi marido quiere empanada para cenar.

sábado, 30 de enero de 2010

Una tarde movidita



¡Que tarde!. Celia no ha parado ni un minuto y está agotada, vamos agotada es decir poco. A primera hora de la tarde, es decir a las cinco, cuando estaba tan bien delante del televisor echando una cabezadita, tuvo que ir a clase de Pilates. No es esa la hora habitual, pero claro como había ido con su hermana ‘Mariquilla Terremoto‘, a un concierto de piano unos días antes, tuvieron que recuperar la hora perdida.

La cosa no acaba ahí pues a media tarde una llamada telefónica de una de sus hijas le anunciaba que esa tarde-noche iría a su casa para dar de cenar a los niños antes de que se los llevara su padre de fin de semana. O sea los tres niños más una amiguita de la mayor. A Celia se le pusieron los pelos de punta pues las dos mayores son muy formalitas y no dan nada que hacer, pero Zipi y Zape, los gemelos, ya son otro cantar. Pero ella ejerció de abuela y pensó todos para casa que hace mucho frío, llueve, hace viento y no es cosa de que estén en la calle.

Ya eran casi las siete y media de la tarde y esa noche precisamente Celia tenía que ir a la representación de La Bohème, de Puccini, a las ocho una media. No tenía más que una hora para arreglarse, aunque hay que decir en honor a la verdad que la cara estaba ya más o menos decorada.

De nuevo otra llamada telefónica, en esta ocasión de su hermana:
-¿Has metido en tu bolsa de deportes mi ropa de pilates?.
Celia se pone más nerviosa y mira en el interior del bolso, donde no encuentra más que su ropa o sea el pantalón, la camiseta y los calcetines. Yo aquí no tengo nada tuyo.
Mariquilla vuelve a la carga. “Es que no sé si me lo habré dejado allí cuando nos hemos cambiado?
De pronto a Celia se le enciende una lucecita.-¿No dijiste que te dejabas todo tu atuendo puesto debajo de la ropa de calle?.
Al otro lado del hilo telefónico se oye a Mariquilla gritar: “Es cierto si lo llevo todo puesto”. ¡¡¡Hay como estoy!!!

Celia, que ve pasar los minutos en el reloj, se plantó ante el espejo y como siempre se formuló la pregunta de rigor: ¿qué me pongo?, Anda que no tendría cosas en el armario, pero, afuera o sea en la calle oía el ruido de la lluvia, el viento y encima hacía frío. Todos esos ingredientes no la hicieron dudar ni un minuto más o llegaría tarde. Se puso unos pantalones y un buen jersey de lana y para disimular un poco la frivolidad de su atuendo deportivo se echó encima el abrigo de visón. Guapíiiisima, se dijo.

Aparecer en el salón donde estaban los niños ante el televisor fue no sé si un acierto o todo lo contrario. Los gemelos acariciaban el abrigo a la vez que decían “que suave, abuela”. La hermana mayor, ya muy entendida ella en ropita se la quedó mirando y dijo: abuela, ¿pero los bisontes no se han extinguido hace ya muchos años?. Y es que ella lo asociaba a los bisontes de las cuevas de Altamira. La abuela, perpleja y entre risas por el desconocimiento de su nieta acerca de las pieles, la contestó que una cosa son los bisontes y otra los visones. Vamos que no tienen nada que ver. Celia se imaginó entonces lo guapotes que estarían los habitantes de las cavernas con un abrigo de visón para contrarrestar el frío del invierno.

Cuando salía por la puerta y después de repartir besos a diestro y siniestro recibió una nueva llamada telefónica de otra de sus hijas. Celia corría ya por la calle con el paraguas abierto, el teléfono en la oreja derecha oyendo las batallitas del niño pequeño de su otra hija, Luis. Por lo visto, contaba su madre que cuando habían llegado a casa le había dicho a su niño que estudiara la tabla de multiplicar del 2, pero escribiéndolo en su cuaderno para de esta forma retenerlo mejor en la memoria. Sólo le puso una condición: no debía mirar los resultados que tenía en otra página del susodicho cuadernito. El caso es que a los pocos minutos y mientras hacía la cena, oyó que el niño lloraba desconsoladamente. Fue a su cuarto y Luis le contó entren lágrimas e hipos que él no podía escribir en el cuaderno mirando hacia el techo. ¡Aquello no le salía bien!. El pobre no había entendido lo que verdaderamente le había dicho su madre.

martes, 26 de enero de 2010

Recuerdo a una amiga



¡Qué bonitas y entrañables las estrofas de esa canción que reza:
“Cuando un amigo se va
algo se muere en el alma”.
Cuando un amigo se va
va dejando una huella
que no se puede borrar”.

Celia acaba de perder a una gran amiga, compañera de facultad en la universidad. Era la mayor de las ocho que formaban la pandilla, chilena para más señas. Una gran mujer, siempre sonriendo y con el espíritu abierto a los demás. Muchas han sido las vivencias maravillosas que recuerda de aquella etapa de idas y venidas a la facultad con los libros bajo el brazo, de noches de tertulias en su habitación, de cuchicheos sobre aquel o el otro chico que nos traía a todas de cabeza, de las sesiones de cine con el paquete de almendras garrapiñadas o las excursiones de fin de semana a los lugares más pintorescos de la región.

Todo aquello pasó hace tiempo. Fueron sin duda unos años muy especiales de nuestra juventud. Desde entonces, y aunque separadas, siempre han mantenido el contacto y la amistad, al menos con Carmen, que era el centro de atención de todas. Ella eligió quedarse en España, aquí se asentó, compaginando su trabajo con una de sus aficiones favoritas: viajar. Había recorrido muchos lugares del mundo y en algunos de ellos tenía amigas, por lo que nunca estaba sola en las fiestas de Navidad.

Cuánto hay de cierto en ese verso que reza “que cuando un amigo se va algo se muere en el alma” y cuánto hay también de cierto en que “dejará una huella que nunca se podrá borrar“. Me gustaría haberla retenido a mi lado, que no se fuera tan pronto, pero una enfermedad irreversible, que afectó a su cerebro, la dejó incapacitada durante dos años y luego acabó con su vida, pese a todos los esfuerzos que se hicieron por salvarla.

De nada sirvió la mano del hombre por sacarla de aquella situación. Hubo altibajos, pero al final pudo más la enfermedad. Su sentencia de muerte ya estaba firmada desde hacía tiempo.

Hay una última estrofa que dice:
“El amigo que se va
Es como un pozo sin fondo
Que no se vuelve a llenar”

A ella este recuerdo. Celia dice que es insustituible, era alguien muy especial.

lunes, 18 de enero de 2010

Pelillos a la mar


Será verdad que descendemos del mono?. Celia nunca ha estado de acuerdo con esa teoría, pero últimamente tiene ciertas dudas. Y es que como dice ella, a la vejez viruela. Todo esto viene a colación porque hace unos días una amiga de Celia y ‘Mariquilla Terremoto’ decía que en invierno no se depilaba las piernas. Su explicación era muy sencilla: si Dios nos ha dado pelos será para algo y, como en el caso de los animales, ella suponía que también ese vello abrigaría sus piernas. ¡Toma ya!.

Todo venía a cuento porque el profesor de pilates había comentado un día en la clase que él se depilaba el cuerpo en general tal y como hacen ahora muchos jóvenes. Una moda un poco rara comentaba Celia a su hermana, ya que piensa que el vello en los hombres es un signo de virilidad, vamos que están como más machotes.

- No pretendo que esté ‘velludo’ como un mono, pero de ahí a estar constantemente sacrificado con la maquinilla, la cera, el láser y las cremitas.
- Mira que las mujeres hemos renegado siempre de los dichosos pelillos.
- Si hija pero los tiempos cambian. Acuérdate cuando en nuestros tiempos las mujeres presumían de tener un marido peludito, lo encontraban más viril, más hermoso vamos; ahora, sin embargo, hay gustos para todo y de ahí que los hombres se hayan sometido al yugo femenino y no les importe pasar por la clínica de depilación con láser.
- Y si se trata de presumir de body en la elección de ‘mister lo que no sé’. no te quiero decir nada.
- Por cierto lo de nuestra amiga es genial; nunca hubiese imaginado que llegase a decir que si el pelo está ahí es porque tendrá una función.
- ¿A que no adivinas cuál?.
- Si la de abrigar. Es como de chiste. En cualquier caso tú déjatelo crecer durante este invierno y ya verás como te protege de ese frío polar que de vez en cuando nos visita.
- Si para que mi marido me diga luego que si duerme con su dulce y maravillosa mujer o con la ‘mona Chita’. Está el patio como para bromas.

sábado, 9 de enero de 2010

Cómo son los niños


Cuántas experiencias y anécdotas ha recopilado Celia en su memoria de sus nietos durante estas fiestas. Sólo las dos mayores son conocedoras de la auténtica realidad. Los cuatro restantes, todos niños, gozan de la inocencia más maravillosa, que tan buenos ratos proporcionan a sus padres y abuelos, pero sobre todo a estos últimos que viven ya la segunda etapa de su vida, por no decir la tercera, con un amplio bagaje sobre sus espaldas y por ello saben disfrutar de estos momentos. Celia es feliz oyéndoles pese a que a Hugo se le escape alguna que otra vez que ‘su abuela es una petarda‘. Su abuela le ríe la gracia, medio en broma y medio en serio, y él aprovecha la ocasión para poner cara de pillo a sabiendas de que lo que la está diciendo no es del todo correcto. Sin embargo, es un niño que no consiente que nadie pronuncie un taco, por lo que deberá ser sancionado con tres palabras bonitas.

Celia recuerda todavía la primera vez que tuvo que pronunciar las famosas tres palabras por haber dicho ‘córcholis’, lo que le debió sonar a cosa terrible, y entre ellas escogió la de ‘libélula‘ para sancionar su castigo. El niño se quedó como extasiado. Le debió parecer la palabra más bonita y sublime que había oído en mucho tiempo. Me hizo pronunciarla una y otra vez hasta que fue capaz con sus cuatro años de decir aquella palabra. Luego tuve que explicarle lo que era una libélula, claro.

La espontaneidad que tienen los niños al referirse a algunos hechos tienen verdadera gracia, sobre todo cuando aún prima la inocencia. Recuerda Celia que un día estando en la cocina había sacado del puchero un trozo de carne, debidamente atado. Hugo abrió los ojos como platos y dirigiéndose a su madre la dijo: “mamá, la abuela está cortando el brazo de Spiderman”.

Otro de los nietos de Celia, Luis, es un personaje muy peculiar: es alegre, cariñoso con todo el mundo, además es forofo del Real Madrid y tiene otras muchas cualidades que no vienen ahora a cuento. Hablando de la educación, contaba su madre cómo este ‘enano’ de siete años hacía alarde de su galantería con las señoras a quienes dejaba pasar cuando se encontraba con ellas en la puerta de una cafetería o cualquier otro establecimiento. Un día jugando con sus padres y hermana a eso de, y digo ‘eso’ porque ni tan siquiera es un juego, ‘el último que llegue es tonto’, todos emprendieron la carrera pero de pronto se dio cuenta de que su madre era la última. Para no quedar mal se paró en secó y dirigiéndose a ella la dijo: “pasa tú, mamá”. Increíble.