sábado, 20 de marzo de 2010

Pasos en la pista


Bailar. No es el momento ahora de ejecutar filigranas, pero Celia y su marido hicieron en otro momento de su vida muy buena pareja, que trataban de llevar a la práctica cuando salían de viaje. Y es que en su vida habitual no es que tengan mucho tiempo para dar pasitos adelante y atrás. Y eso que están los dos jubilados, pero cuando uno se apoltrona…malo.

Todavía recuerda Celia la marcha que tenía ‘su caballero’ cuando por fin hicieron su primer viaje en solitario, sin niñas. Ellos dos solitos; era como una segunda luna de miel; habían cumplido sus bodas de plata. Pese a los añitos que ambos llevaban a cuestas no había noche que no se fueran a bailar, parecía que les habían puesto alas en los pies. Nota musical que oían en cualquier sala de fiestas ahí que estaban ellos bien abrazaditos o como el ritmo lo exigiera paso aquí y paso allá. Vamos que no paraban. Lo más curioso fue que en algunos locales ya se hicieron famosos y lograron aplausos.

Luego año tras año se impuso repetir alguna salida por el extranjero, pero claro el baile tras trotar ciudades como París, Roma, Londres, Praga, Moscú, San Petersburgo o Berlín, uno se quedaba sin ganas de salir a la pista. Era demasiado movimiento para a la mañana siguiente echarse la mochila a la espalda y empezar a recorrer calles, museos, palacios o lo que se terciara.

Sin embargo, quién no busca un momento para bailar un vals en Viena? Y ahí empezó de nuevo la salida a la pista, con discreción, sin tules ni esmoquin pero fue el vals más placentero y romántico jamás bailado, aunque nada tenía que envidiar a otro de los bailes en plena selva al norte de Tailandia, donde danzaron curiosamente al son de una canción maravillosa de The Beatles al tiempo que oían el estrepitoso ruido de los grillos, cigarras y demás animalejos de la selva. Era fantástico. Hasta el marido de Celia se acuerda de cuál era aquella canción, cosa extraña en él, que es un clásico de los boleros, los tangos, fox y algún que otro chá-chá-chá.

El crucero por Egipto también fue propicio para hacer algún que otro pinito a bordo del barco, así como cuando recorrieron el Mediterráneo o las islas griegas. Y ya lo más sádico fue cuando en Estambul, Celia tuvo que subir a un escenario para aprender algunos pasos de las odaliscas, pero sin marido, sin los trajes de cascabeles y campanillas bordados con estridentes colores. Vamos, que allí estaba ella con su blusa y un pantalón vaquero.