martes, 15 de octubre de 2013

Carnet de carretillero

Hace tiempo que buscaba trabajo. Todos los días estaba pendiente de los anuncios en el periódico, de los que se pegaban en los cristales de las tiendas recién inauguradas, de aquellos que se ponen en los postes de las farolas o los que llegan a través de Internet. El caso era encontrar algo que le ayudara a salir de su penosa situación. Y he aquí que un día le llegó un anuncio a su móvil, en el que una empresa precisaba de un administrativo/a de logística. Aquello le sonaba bien, era una palabra muy rimbombante, muy actual, de nuestros tiempos; vamos que nuestros antepasados se quedarían con la boca abierta o recurrirían al diccionario para conocer exactamente el contenido de dicha palabreja aplicada a un puesto de trabajo:“Parte de la técnica militar que trata de….”. El joven en cuestión no quiso leer más y se puso en contacto con su mejor amigo, a quien contó la primera parte del anuncio. Luego siguió leyendo. ¿Cuáles iban a ser las funciones del futuro contratado?. Estaban muy claras; a saber: “entrada y salidas de almacén a través de sistemas informáticos, colocación de mercancía”. ¿Y qué tendrá que ver eso con un administrativo?, se preguntaba. Pero la cosa no acababa ahí. Ahora venían los requisitos necesarios para acceder a tan alto cargo: “experiencia en almacén, conocimientos informáticos y ojo, muy importante, carnet de carretillero”. Sí, sí, han leído bien. ¡Carnet de carretillero!. ¡Vaya!, se dijo, tengo todo menos el dichoso carnet ese que no sé dónde se podrá obtener. Lleno de rabia, el joven llegó a la conclusión de que precisaban de una persona que desarrollara tres trabajos a la vez: no solo ser administrativo, sino también tener el dichoso carnet para andar con la carretilla de acá para allá, colocar la mercancía y, muy importante, controlar mediante sistemas informáticos las entradas y salidas del almacén. ¡Toma ya!. Creo que me he equivocado de anuncio o de carrera, se dijo. Si hubiera estudiado ingeniería igual hubiese acertado. Pero lo mejor faltaba por llegar y eran los estudios que se requerían para tan prestigioso puesto. Decía así: Formación Profesional grado superior, ahí es nada ya que implica tener el COU, y una experiencia mínima de 3 años. ¡Vamos, mi gozo en un pozo!, comentó a su amigo, porque el joven en cuestión sí tenía la FP, pero le falta el carnet de conductor de carretilla y haber trajinado con ella durante tres años. Casi nada. ¡Y para eso tantos estudios!. ¿Cuántos se apuntarían? ¿Superaría alguno la prueba?.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Concierto movidito


Encontró entradas para acudir al concierto que tanto esperaba. Celia estaba que no cabía en si; por fin podría oír música clásica y en este caso de la mano de la orquesta Sinfónica de New Russia. El programa era muy apetecible. Después de acicalarse y empolvarse un poco la cara, allá que fue con una de sus hijas, pues al marido de Celia, todo hay que decirlo, no le atrae la música clásica. Él se lo pierde, pensó.

Estaba en el teatro la ‘crema y nata’ de la ciudad esperando oír la musiquilla que diera el toque de atención para indicar a los asistentes de que el concierto iba a comenzar. Celia y su hija ascendían por el pasillo para instalarse en la fila que les había tocado. Nada más llegar a sus asientos no podían dar crédito: a su lado estaba una señora abuela acompañada de un niño que no tendría más de ocho años si es que llegaba.

Éste me dará la noche, pensaba Celia. Y así fue. Vaya nochecita. Vamos que Celia no se concentraba en aquella música tan maravillosa y placentera a causa de la ‘música’ que tenía al lado. Ya desde el principio el niño en cuestión hacía miles de preguntas a su abuela sobre los instrumentos a la vez que no sentaba el culo en el asiento por nada del mundo. No valieron las indicaciones de silencio que Celia de vez en cuando emitía, muy por lo bajines, para no distraer al personal ni a la orquesta.

Para colmo de desgracias, la abuela que iba toda ella engalanada de color rojo, que bruja pensó Celia, el color que me gusta a mí, sacó de su bolso un abanico, rojo y color madera, horroroso por cierto, y empezó a abanicarse con movimientos de derecha a izquierda como si quisiera dar aire o mejor dicho espantar a todos los que estábamos a su alrededor. Celia estaba que fumaba en pipa entre las preguntitas del niño y el abanico de su abuela que, al abrirse y cerrase provocaba otro ruido añadido más.

Los de la fila de alante empezaban ya a inquietarse y a mirar hacia atrás. Y he aquí que la abuela se levantó de pronto de su asiento, que fue ocupado de inmediato por el niño. O sea que éste se puso a la vera de Celia, quien estaba ya frita, roja y botaba en el asiento pidiendo clemencia al cielo, aunque el que verdaderamente botaba era aquel infante que esa noche y por culpa de no sé quien se encontraba oyendo una música que no era la adecuada para él y debía aburrirle muchísimo. Y los de a su alrededor, que habían pagado su entrada religiosamente, acudían al triple espectáculo: por un lado la orquesta, por otro el siseo del niño y por otro el ruidito del abanico abriéndose y cerrándose. ¡Zas, zas, zas! Y aquello no paraba. ¡Pero si hay aire acondicionado!, se decía Celia, para qué tanto abanico.

Al llegar el final de la primera parte, el público como suele ser habitual se levantó para darse un garbeo, lucir su último modelo o ver cómo va fulanita o menganita. Allí apareció el padre de la criatura y la abuela dijo a su benjamín: ¡mira ahí está papá!. Al pasar por delante de Celia ésta no pudo resistirse y le dijo: Anda vete con tu padre rico, frase que debió coger desprevenido al niño que miró fijamente a Celia.

¡Como encuentre un asiento libre me cambio!, decía Celia a su hija, que ya no aguantaba más aquella situación. Pero no fue necesario porque abuela y nieto no volvieron a sentarse más en aquellas butacas. ¿Qué habría pasado? A saber. Celia estaba feliz y por fin pudo escuchar su música favorita con atención y gozando de cada momento. Aquel episodio le había dejado, no obstante, un mal sabor de boca porque Celia es partidaria de que a los niños se les eduque en la música desde pequeños, pero otra cosa era llevarles a un concierto que no era el más adecuado para aquella criatura. Y es que esa primera parte había sido, por añadidura, un poco ‘espesa’.

lunes, 21 de febrero de 2011

Cuidados intensivos


Celia ya se ha jubilado. Bueno eso es un decir porque el ‘jubileo’ de la casa no llega nunca. Es más a veces el trabajo se multiplica a la hora de preparar la mesa durante los fines de semana, fechas en que aparecen hijos o nietos o ambos a la vez. Vamos que mientras no coincidan todos al mismo tiempo la cosa es llevadera. Ahora ha empezado una nueva etapa: la de los cuidados intensivos, que si médico por allí, medico por acá. Y todo para qué. Según dicen ellos para estar vigilada y que ciertos achaques derivados de la hipertensión, del corazoncito, que ya no está para muchas teclas, del colesterol, etc, etc no acaben con tu vida antes de tiempo por culpa de ignorar la existencia de estos profesionales.

- Oiga que yo ya he cumplido con mis deberes. ¿No tengo derecho a vivir en paz ahora que me he jubilado?.
Pues está visto que no. Un día vas al médico y te ponen un aparatito que lleva unos cables que conectan el corazón con una especie de móvil que va registrando los latidos del mismo y cómo funciona a lo largo de 24 horas. Luego vas a otro y te ponen otro similar o sea un medidor de la tensión que también tienes que llevar 24 horas. Ese sí que le manda narices pues cada cuarto de hora más o menos te toma la tensión, notas la presión sobre tu brazo y después de dejártelo estrujado y espachurrado que casi no te llega la sangre a las manos, va registrando en un aparatito también tu tensión máxima, mínima y el pulso. Es que es listísimo. Pero ojo porque todo el cableado tienes que llevarlo sujeto con un cinturón. Vamos un modelo última moda, como para ir a probarse un trajecito. Puesta de perfil puedes pasar por una embarazada de cinco meses, pero lógicamente ese no es el perfil actual de Celia.

Ya el colmo de los colmos es cuando un familiar de Celia le sugirió, y no precisamente en plan de broma, que a su edad debería visitar a un urólogo.
- La respuesta fue contundente: ¿cómo, tú estas chalado?. El urólogo es un médico de hombres. ¿Y por que no vas tu al ginecólogo?.
Tras una discusión, en la que dicho familiar no se atenía a razones y decía que en las salas de espera de dichos médicos veía también a mujeres (lógicamente acompañando a sus maridos), Celia cogió el teléfono y marcó el número del urólogo de su marido. Una amable señorita contestó y preguntó el motivo de la llamada.
Celia no se lo pensó dos veces: quiero pedir hora para que el médico me confirme si tengo próstata o no.
- ¿Cómo?.
- Señorita es una cuestión de dignidad.

domingo, 6 de febrero de 2011

Bolsos para andar


Que una persona entre en un comercio del calzado y pida unos zapatos para andar puede extrañar pero tiene su lógica sobre todo en estos tiempos en que los médicos recomiendan hacer ese ejercicio a todo el mundo. Es bueno para mantenerse en forma, para que trabajen los músculos, el corazón, para mantener el colesterol en sus niveles más adecuados, para los diabéticos. En fin que es bueno hasta para no encerrarse en casa delante del televisor y quedarse medio lelo de tanta ‘tele basura‘.

Pero lo más curioso es que hace escasos días y estando Celia en una tienda de regalos, entró una señora y dijo que quería un bolso para andar. ¡Toma ya!. Dicha señora describió el modelo ideal para realizar ese ejercicio, a saber: que fuera pequeño y que se pudiera llevar cruzado. Argumentaba la susodicha que, de esta forma, podía meter en el mismo las tres o cuatro cosas imprescindibles y así llevar las manos libres y no tendría, además, que soportar el peso de algunos bolsos que a veces por grandes se hace insoportable.

Celia se quedó mirando a la señora y pensando, pensando llegó a la conclusión de que a aquella persona no le faltaba razón. Porque ahora el diseño de los bolsos por lo general es más bien grande y cuanto más grandes dicen que más bonitos. Cuando te los pruebas en la tienda, colgándolos en el hombro o en el antebrazo te miras una y otra vez en el espejo, das veinte mil vueltas y dices: ¡Precioso, que bonito, que maravilla!. Te lo llevas a casa y el día del estreno es apoteósico. Me explico: metes las llaves, los pañuelos, el monedero, el tabaco, si fumas, el móvil, el paraguas por si llueve a no ser que haga un sol espléndido, la barra de labios y toda esa serie de artilugios que llevamos las mujeres. El caso es que cuando lo colgamos en el hombro este te desnivela con respecto al otro hombro. O sea pareces una persona deforme, vas torcida. Tratas de superar ese maltrecho cuerpo que se te ha quedado subiendo el hombro, pero entonces es peor el remedio que la enfermedad.

Mariquilla terremoto, la hermana de Celia, siempre dice: ¡Hija perece que llevas aquí la plancha!. Lo malo de todo esto es que después si haces una compra pequeña, ligera, lo vas echando en el bolso, como en él cabe de todo, piensas, pues venga por una cosita más no pasa nada. Lo peor es cuando llega el momento en que te llaman por el móvil, metes la mano, empiezas a revolver por aquí y por allá y no lo encuentras y cuando das con él ¡zas! lo que tienes es una llamada perdida. O sea que has perdido el tiempo y el dinero porque ahora serás tú la que tenga que devolver la llamada. Divertidísimo. Y lo mismo pasa cuando quieres retocarte los labios y no encuentras la barra, o buscar el monedero para pagar en un establecimiento o las llaves cuando estás delante de la puerta de tu casa.

¿Cuantas veces nos ha pasado eso?, se pregunta Celia, pues miles se contesta. Y encima llegas a tu dulce hogar reventada, agotada, con dolor de hombros, de la zona lumbar, cervicales, sin duda por todo aquel peso añadido. Y es entonces cuando Celia se acuerda de aquella señora que pedía un bolso para andar. Esa si que sabe y no acabará jorobada o maltrecha.

domingo, 16 de enero de 2011

Canciones fuera


¿Recuerdan los más carrozas aquella canción en la que Sara Montiel, con un cigarrillo en la mano, grandes dosis de sensualidad, ojos chispeantes entornados, lengua para afuera y para adentro, entonaba “Fumando espero al hombre que más quiero…?”. Los que la vieron actuar bien en cine o en teatro son, sin duda, unos afortunados, pues ya no volveremos a disfrutar de su pico de oro cantando dicha canción. ¿Qué ha pasado? ¿Es que acaso nos ha abandonado?. ¡Noooo!, ni mucho menos. Sólo una puntualización y es que como ahora no se puede fumar en lugares públicos, la Saratíiiisima y todas las actrices de la revista tendrán que quitar de su repertorio esa canción, aunque queda una posibilidad: organizar un concierto en la Plaza Mayor, con la cheslón incluida, para dar más ambiente.


Dicen que esta canción estuvo censurada en el pasado siglo, luego volvió a los escenarios y resulta que después de más de treinta años de democracia nos encontramos un buen día con que esa canción no se va a poder cantar en el amplio repertorio de las revistas que se escenifican en los teatros por culpa de una leyecita que prohíbe a doña Sara y demás salir al escenario con su larga boquilla y su cigarrillo.

¿Será que vuelve otra vez la censura?. Nada más lejos, por favor; son cosas de la vida que se repiten por unas u otras circunstancias, pero está claro que Sara Montiel no subirá a los escenarios para cantar ‘Fumando espero’. Habría que preguntarle su opinión al respecto. Mientras tanto me imagino a esa actriz, que cautivó tantos corazones allá por donde pasara, en su casa, cómodamente sentada en una butaca, con las piernas cruzadas y fumándose no ya un cigarrillo como exigía el guión, sino un gran puro habano como viene haciendo habitualmente desde hace años.

sábado, 15 de enero de 2011

Prohibido prohibir


- Abuela, ¿es verdad que ya no fumas?, pregunta a Celia uno de sus nietos, mirándola con cara de candidez y al mismo tiempo de admiración.
- Has acertado, pero quiero que quede bien claro que: primero, lo dejé hace cuatro meses; segundo, por voluntad propia, y tercero, POR-QUE-ME-DIO-LA-GA-NA. O sea que nadie me lo ha impuesto ni atentó contra mi libertad. ¡Faltaría más!.
- Y no lo echas en falta?.
- Pues mas bien como que no. Y me alegro de haberlo hecho a tiempo porque si no lo hubiese pasado mal. Ya sabes todo lo que te prohíben te sienta como una patadita en salvase a las partes.
- ¡Ah!, dice el niño, quien no acaba de entender el contenido exacto de la palabra PROHIBIR. El sabe que es algo así como impedir y entonces recuerda que su profesora les ha dicho en clase que no deben hablar.
- Algo así, hijo, algo así.

- Pero, y él vuelve a la carga, yo veo a la gente fumar en la calle y en mi casa mis padres también fuman y cuando vienen sus amigos no te quiero ni contar, abuela, y además hay alguno que fuma unos puros así de grandes (señala con sus manitas), como el presidente de Cantabria. Entonces, ¿por qué lo han prohibido y por qué en unos sitios se deja fumar y en otros no?.
- Buena pregunta chico y te la voy a contestar: Dicen los que mandan en este país, que es para que tú crezcas más sano y de esta forma preservar el cáncer de pulmón o que al menos no siga aumentando el número de enfermos, pues fumar tú sabes que es malo y conlleva muchos gastos sanitarios para poder curarles, razona la abuela. De ahí, que hayan prohibido fumar en los lugares públicos, en las cafeterías, en los restaurantes. Pero eso sí, puedes fumar en la calle todo lo que quieras y en tu casa ( al menos por ahora). Lo malo es que cuando llegues a la adolescencia es posible que te ofrezcan el primer pitillo y si te gusta sigas adelante como lo han hecho todos los jóvenes de todas las generaciones. ¿Quién lo va a impedir?. Y eso sí que no va a cambiar por mucho que se empeñen.

- Abuela, no lo entiendo, explícame por qué, si está prohibido fumar en esos sitios, se sigue vendiendo tabaco.
- Por pura lógica, hijo, que algún día entenderás. De algo hay que vivir y el tabaco deja mucho dinero al Estado.
- ¿Y tú crees que la gente dejará de fumar?.
- Unos sí, otros no. Al tiempo.

sábado, 8 de enero de 2011

Cuestión de bragas


Malén, una de las hijas de Celia, pasea con su marido y su hijo por las calles madrileñas. Hace un frío invernal y de pronto su madre dirigiéndose al niño le pregunta: ¿dónde has dejado las bragas?.
- No sé, responde este.
- Se las habrá dejado tiradas en el coche como hace siempre, tercia su padre, quien increpa a su primogénito por su desorden y le dice: A ver si tienes cuidado con las bragas y no las andas dejando por cualquier sitio.

Una señora, que solo había oído la segunda parte de la conversación familiar, vuelve la cabeza medio escandalizada y mira con cara de interrogación a ese trío de ‘degenerados’ que hablan de las bragas como si fuera una prenda que se puede dejar en cualquier lugar como si tal cosa y, en segundo término, a saber por qué se abandona por ahí como si fuera el pañuelo de los mocos, por decir algo. Por su forma de mirarles de arriba a abajo, Malén y su marido se percatan del malentendido, intercambian una mirada de complicidad al tiempo que sonríen ante la ignorancia de la señora, quien seguramente no sabría que también se llaman bragas a esas prendas de lana usadas por los soldados para abrigarse la garganta, nariz y si es preciso los oídos durante los crudos días de invierno.

La cuestión que en estas ocasiones se plantea es quién habrá sido la persona que bautizó con ese nombre a la susodicha prenda, pues la denominación de bragas como prenda femenina data de hace ya muchos años y la verdad, no me imagino a los soldaditos de Bonaparte con las bragas puestas atacando Rusia. Antiguamente se las definía como calzones anchos, vamos igualito, igualito a las de ahora, por lo que la Real Academia de la Lengua tendrá que ampliar la denominación y las diferentes formas que adoptan según el tamaño, etc. No es de extrañar que la señora en cuestión se quedara perpleja de la conversación que aquella pareja sostenía sobre las bragas del niño.