miércoles, 22 de julio de 2009

¡Otra vez no!



Celia coge el teléfono. Al otro lado del hilo oye la voz de un joven que le anuncia su visita inmediata para llevarle un presente en nombre de la editorial a la que representa.
-¡Otra vez no, por favor!. Si han estado aquí hace seis meses escasos. Resignación, se dice.
Celia vuelve a sentarse en su diván, frente a la televisión, pues no quiere perderse su novela favorita, que dura ya ni te cuento, pero la entretiene.
-¡Ojala no encuentren la calle, ojala no tengan dónde aparcar, ojala se retrasen una horita y me dejen en paz ver mi novela y, con un poco de suerte, me den tiempo a escaparme y tomarme mi café habitual!. Y el toro que lo lidie quien se quede en casa.
Pero Celia no tuvo esa suerte. A la media hora más o menos de reloj estaban puntuales presionando rabiosamente el timbre del portal. ¿Se me acabó la paz, córcholis!.

Dos individuos, no puedo decir jóvenes o rapaces porque no lo eran, ni adultos porque parece un término usado para los medicamentos, ni hombres porque sólo determina el género. Bueno dejemos de divagaciones y quedémonos con individuos. Traen sus maletitas de cuero, donde guardan miles de folletos que, según tus gustos, irán desplegando uno tras otro. Muy educados estrechan la mano de Celia, dejando en ella los efectos de sudor producido por el calor húmedo y agobiante del verano. ¿Cómo no van a sudar con sus trajes, su camisa cerrada hasta el cuello y luego esa corbata que si la aprietas un poquito más se les va a salir la lengua por la boca?.

La ingenua de Celia pone una condición: que sólo sea un minuto.
-Por supuesto señora. No se preocupe que sólo será un minuto.
Celia se dice paciencia, paciencia, ¿con qué me sorprenderán ahora?. Y he aquí que los dos visitantes le hacen entrega de un par de libros. Ya me están camelando.
-¡Bueno y esto a cambio de qué, porque no creo que por mi cara bonita me hagáis este presente!.
Y entonces empieza el desfile: usted es una de las clientas más antiguas (y tan antigua como que ya es abuela) y por ello queremos recompensar de alguna forma su entrega a nuestra editorial. Celia incrédula se queda mirándoles y entonces es cuando empieza la verborrea, acompañada por la apertura del maravilloso maletín. ¡Magia potagía, qué habrá en él!

Sobre mi maravillosa mesa toda llena de platitos de plata y otras chorradas inútiles empiezan a desplegar todo tipo de folletos: si te gusta la música pues música que te crió; si te gusta el arte pues hale veinte tomos escritos por los más renombrados entendidos en la materia; si te gusta la ciencia pues otro tanto de los mismo.
Pero de pronto te sorprenden con otra preguntita clave: ¿le gusta el pintor xxxx. Pues mire, dice Celia, es que no me hace ninguna ilusión ver en mis paredes los fusilamientos o los horrores de la guerra, No sé como decirle. Es que a mí me gustan las paredes más limpias. No tengo un palacio, ni una casa como la Moncloa.
-E insisten: le ofrecemos entonces unas reproducciones maravillosas de este otro pintor (xxx), ya enmarcadas, de tantas dimensiones.
-Oiga y ¿dónde piensan que voy a colgar tanto cuadro, si yo ya tengo la casa decorada?. Vamos, que mi casa con sus modestas dimensiones no tiene espacio para colgar tanta cosa.
Los argumentos van cayendo por su propio peso.

De pronto la pregunta que faltaba: ¿usted tiene hijos pequeños?.
-Mire mis pequeños son ya mis nietos.
-Pues para ellos esta maravillosa colección de dibujos animados, con los que pueden aprender hasta en inglés. No son bélicos ni contienen violencia. Una delicia.
Tira y afloja, tira y afloja, tira y afloja. Celia mira su reloj: han pasado tres cuartos de hora y su novela se ha ido al carajo. ¿Quién me va a contar lo que ha pasado en el episodio de marras?
Señora: su cumpleaños es el día tal del mes tal. Correcto?
-Si responde Celia con resignación.
-En esa fecha tendremos un detalle con usted y le enviaremos un libro.
-Perdón, reclama Celia, pero en esa fecha sólo admito joyas.
-¿Le importa que sean de 'cadena cien'?.
-¡Lo que me faltaba!, suspira Celia

martes, 14 de julio de 2009

Cumpleaños feliz...




“Quisiera ser tan alta como la luna, ¡ay, ay!, como la luna”, canturreaba Celia por lo bajines mientras limpiaba con una bayeta el polvo de los muebles de su casa, pues ese día le había fallado la asistenta. Y ¿por qué canto yo esa canción y no una del ‘Dúo Dinámico’ que tanto me gustaban en mis años mozos?, se pregunta un tanto pensativa. Será que tengo el día un tanto infantiloide. De pronto recuerda que es el cumpleaños de su nieta mayor: 14 años ya. “Me están haciendo un poco viejecita, pero conmigo no pueden. Faltaría más“.

Celia marca su número de teléfono y tras felicitar a su angelical nieta y ahijada, quedan para ir a buscar un regalito. Hasta ahora la abuela siempre había cumplido con un regalo maravillosamente empapelado y atado con un precioso lazo sujeto al envoltorio con una etiqueta que rezaba: ‘Felicidades’ o ‘Que tengas un feliz día. Pero en esta ocasión prefirió salir con su nieta y ambas se encaminaron a esas tiendas de moda juvenil, que además estaban de rebajas.

¡Qué locura!, y eso que era un día lluvioso. Su madre ya la había advertido de que de ropa nada, pero no contó con que Celia llevaba la tarjeta de crédito y que ambas salían por primera vez de compras solas. Sin mosquitos alrededor que estén continuamente incordiando sobre esto sí y esto no. Ella a su aire, empezó a fijarse en unos vestidos negros. “No puede ser, se decía Celia, esta se me quiere poner ahora de luto. Y yo, su abuela, tratando de ponerme los vestidos más pintorescos y alegres de la temporada veraniega”.

Visitamos tres tiendas y de las tres salió con un paquetito en la mano. Que si camisetas, que si una blusita, unos pantalones con peto. Después de este último tuve ya que poner freno a tanto despilfarro juvenil, aunque en el fondo Celia disfrutaba de la ilusión que reflejaban los ojos de su nieta. Además la había regalado también un MP4 para oír su música favorita. Luego me confesó que había borrado las canciones que metí en su día para mi deleite, pues los gustos, como no, no eran coincidentes. Igual estaba la canción de ‘Quisiera ser tan alta como la luna, ay, ay‘…..

viernes, 10 de julio de 2009

A la carta



Muchos ya saben por experiencia lo que cuesta entender o hacerse entender cuando uno sale a un país extranjero y se encuentra que no sabe ni ‘papa’ del idioma en cuestión. Bien es cierto que lo inmediato es recurrir a uno de esos idiomas como el francés o el inglés, que estudiaste en el siglo pasado y nunca mejor dicho. Pero aquí te encuentras también con otro inconveniente y es que ya se te ha olvidado la construcción de frases, muchas palabras del vocabulario y sólo recuerdas lo más básico; en definitiva saludos, agradecimientos, números y algún que otro plato de las cartas de los restaurantes.

Ahí quería yo llegar, porque claro no todas las cartas, por no decir casi ninguna, tienen la traducción al idioma castellano de sus suculentos platos. Algunos puedes deducirlos, pero otros…Vamos, que como Celia es muy pero que muy bruta y no hay nada que se le resista y no para hasta hacerse entender de la forma que sea, en su reciente viaje, y sabiendo que el codillo de cerdo es uno de los platos que mejor prepara la cocina alemana, señalaba a la camarera la parte de su codo, que no tiene ninguna similitud con el del cerdo pero igual colaba. Ella, que parecía muy espabilada, pareció entenderlo a la primera y ahí que llega a los pocos minutos con un plato cuyo contenido se salía del mismo. Celia se acordó entonces de Carpanta, aquel personaje del TBO tan gracioso, que hubiese disfrutado un montón cogiendo con ambas manos aquel tremendo hueso que emergía de entre un gran trozo de carne. Menos mal que estaba muy bueno.


En otra ocasión la camarera no era tan espabilada, quizás por su juventud y falta de experiencia y Celia que no daba con el significado de aquella palabreja, que se le había atravesado en todos los idiomas, recurrió a imitar el sonido de los animales: primero empezó con el ‘pío-pío’ por si se trataba de un pollo u otra ave y, como éste le falló, pasó con su ‘grrr-grrr’ a imitar al mítico cerdo, cochino, marrano, puerco; que cada uno escoja la denominación que más le guste. La camarera se puso contentísima y asintió por el acierto tan rápido de aquella turista tan graciosa. Y Celia más por supuesto. ¿Se imaginan que Celia hubiese tenido que imitar a un sin fin de animales de graja o de caza ante una paciente camarera que no sabia si reírse o darnos con la bandeja en el mismísimo coco? ¿Qué estarían pensando los comensales que ocupaban el resto de las mesas de la terraza?. Bueno al menos con los ruidos ambientales, el tono de las imitaciones quedaba amortiguado y no llegaría con tanta nitidez a sus oídos.

Sin embargo, hay una palabra que la entiende todo el mundo, es universal: ’Bier’ o sea cerveza y la digas como la digas, al instante estarás complacido. La única pregunta que te harán es si la quieres grande o pequeña, pero en inglés claro. Faltaría más. Y como tienes esa palabra tan aprendidita pues ¡hala! a la rica ‘bier’, como mínimo tres diarias y de 33ml. Otros se las bebían de una sentada, pero Celia no es precisamente una bebedora. La ventaja es que tiene poca graduación y no se sube a la cabeza. Algo es algo.

martes, 7 de julio de 2009

De viaje



Celia ha decidido tomarse unos días de vacaciones. ¡Por fin ha llegado su mes favorito: junio!. Su descanso no consiste en tirarse a la bartola en una playa caribeña y contemplar el mar o las palmeras. No. A ella le gusta andar, conocer cosas nuevas, culturas diferentes. Y claro, sus vacaciones se convierten en un cansancio continuo, pero a la vez gratificante; porque conocer significa estar aquí y allá, saber ‘lo que se cuece’ en cada ciudad, en cada esquina de sus calles, cómo son sus gentes, qué hacen, cómo viven y por supuesto qué comen o beben, pues dicho sea de paso, la gastronomía es muy importante.

En esta ocasión el país elegido ha sido Alemania. ¡Oh, qué rica cerveza voy a tomar!, pensaba antes de emprender su viaje, saboreando ya con la imaginación el frescor de esa bebida una vez que los labios han traspasado la barrera de la espuma. Sin embargo, lo que nunca pensó es que recién iniciado el verano se fuera a encontrar con 13 grados de temperatura y esa llovizna, que en el norte llamamos ‘chirimiri‘, y que a lo tonto te va calando pies y, si no llevas paraguas, pues el resto de la indumentaria, incluida la cabeza. Ya de entrada, y nada más salir del aeropuerto de Munich, una ola de aire fresco sacudió el cuerpo de Celia, que había iniciado el viaje bajo el tórrido calor de más de 30 grados. Terrorífico.

Pero he aquí que un corpulento joven de raza negra esperaba a la salida del aeropuerto con un Mercedes negro que, para más señas, tenia instaladas dos pantallitas de televisión en la parte trasera de los asientos delanteros. Para qué pondrán tanta televisión si cuando llegas de viaje lo que menos te apetece es ponerte en contacto con el mundo de la realidad. Sin embargo la cortesía del chófer para con sus invitados no tuvo límites: una calefacción a todo trapo que iba subiendo a medida que avanzaban por la carretera de acceso a la ciudad les acompañó durante toda la ruta. Dios mío casi una hora separaba el aeropuerto del hotel y la cabeza de Celia estaba ya a punto de estallar. Y encima el negrito no hablaba castellano. ¿Cómo decirle que bajara un poco los ‘graditos’ si él llevaba una zamarra que ni Celia se pondría en pleno invierno?. No lo comprendería. Aquella hora se convirtió en una auténtica tortura china.

Eso si, amabilidad toda: señora, entre por esta puerta, caballero pase por la otra puerta. Igualito, igualito que en España, donde si las señoras entran primero tienen luego que recular hasta posicionarse detrás del conductor por aquello de que si entras por la otra puerta te puedes quedar en el intento: cualquier vehículo que venga a una velocidad de vértigo te puede dejar en el lugar pasando a mejor vida. Pero él lo tenía todo muy estudiado y muy claro. No contravienen las leyes, pero si se fijan muy mucho en cómo deben aparcar el coche para que esto no suceda.

La llegada al hotel no dejó de ser menos dramática. Todo era perfecto pero las camas estaban cubiertas por sendos edredones de los que abrigan de verdad. La cuestión era decidirse por eso o nada. El ‘eso’ era cómo meterse en una sauna semejante y aguantar toda la noche, y el ‘nada’ era cómo quedarse al fresco y claro por la mañana podías aparecer como un pingüino. O sea que al edredón y a dormir por narices, pues el poner el aire acondicionado no es precisamente lo más recomendable para la salud.

Al bajar a tomar un refrigerio antes de acostarse, Celia se percató de que en la entrada del maravilloso hotel, vamos en la p…calle, señoras y señores y no precisamente empleados del hotel, deambulaban con los cigarrillos en la mano. Aquello dejó su sangre heladita. ¿ Y voy a tener que salir el fresco para fumar un cigarro?, se preguntó con cierta angustia. Pues si; la prohibición de fumar en cualquier lugar que no sea la calle se lleva a rajatabla. Por eso cuando sale el más mínimo rayo de sol y los restaurantes y cafeterías sacan sus mesas a la intemperie, en ninguna de ellas falta el cenicero de marras y ahí es donde todo el mundo acompaña sus jarras de cervezas o sus cafés con el cigarro en mano, lanzando al cielo bocanadas de humo con un placer increíble.

Lo más curioso es que posteriormente en un hotel de Berlín la habitación que les tocó en turno tenía una pequeña pegatina en la puerta advirtiendo que estaba prohibido fumar. ¿ Y por qué en mi puerta sí y en las otras no?, se quejaba Celia, que sin embargo al entrar en la alcoba se percató de que había un cenicero en la mesa que ocupaba el centro de la habitación. Como esta tenía una terraza y para no contradecir la estrictas leyes, tomó el cenicero, un cigarrillo y salió a fumar a la p…calle.