viernes, 30 de octubre de 2009

Revuelo en París


Celia acaba de recibir una agradable noticia de su amiga María. Por fin va a ver cumplido el sueño de su vida: conocer París. Era lo que más deseaba desde hacia tiempo y como muchas veces le comentaba a Celia no le gustaría abandonar este mundo sin haber conocido la capital francesa. Sarcástica ella.
¡Esta mujer!, decía Celia para sus adentros, pensando que todavía hay tiempo por delante a pesar de que ambas son ya abuelitas y de las que cumplen, y si no que se lo digan a María, que desde hace diez meses está al pie del cañón con su niñita. Empezó con los biberones, pasó a los purés, luego a las frutas y así está ahora la bebé en cuestión, o sea para comérsela.
La idea ha sido de una de las hijas de María, precisamente la madre de la criatura, quien aprovechando unos días de vacaciones ha decidido hacer realidad ese sueño de su madre y, como en las películas o en esos concursos televisivos de tinte rosa donde uno acaba llorando a lágrima viva, un día le propuso la idea.
-Te voy a dar una sorpresa mamá, dijo ¿Qué te parece si nos vamos a París.
Celia se traslada con su mente al escenario donde se produjo la feliz noticia y se imagina a María con una cara de felicidad que no cabría en sí. ¡Qué bonito!.

La cuestión es quienes van a ir, porque María y su hija no conocen París, pero ojo al dato hay una tercera persona que sí y ese es el torbellino de Lola, hermana de María. O sea que conociendo a Lola, una persona tan viva, bulliciosa, llena de vida e inquieta ya se pueden preparar los parisinos porque estoy segura de que las van a armar y muy gordas. Es que Celia se las imagina y daría cualquier cosa por sumarme a la expedición.
-Cuidado por donde vais, les advierte Celia.
-No te preocupes, que las llevaré a ver las cuatro cosas fundamentales: la Torre Eiffel, Notre Dame, los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo y luego que disfruten con la iluminación navideña, dice Lola, que tiene muy claro lo que van a hacer en esos días previos a la Navidad, pues es en esa época cuando tienen programado el viaje.

Ya, ya. Tres mujeres en París, que peligro. Por cierto, dice Celia, ya que sabéis francés, ensayad ‘La Marsellesa’

domingo, 25 de octubre de 2009

Jolgorio en la plaza



‘Pasito para alante, pasito para atrás, muevan las caderas y den la vuelta’. En la plaza mayor donde vive Celia se ha instalado de nuevo el jolgorio y decimos de nuevo porque a lo largo de todo el verano ha sido un continuo quitar y poner los templetes para que unos músicos deleitasen y al mismo tiempo dejasen medio sordos al personal. Es curioso, pero pese a la lluvia, la plaza se ha llenado. No importa, la gente tiene los paraguas abiertos, lo que no impiden que se contorneen al son de la música, que va marcando el joven de turno, con micrófono en mano y haciendo que todo el mundo vibre con las notas del pasodoble.

El público es muy variopinto. Hay desde gente de mediana edad, mayores, matrimonios jóvenes con niños. Lo que más llama la atención es que sea un pasodoble, siii.., un pasodoble de aquellos que bailaban nuestros abueletes. Y hay que ver cómo mujeres y hombres de todas las edades se integran en la fiesta moviendo el culo, con perdón, a la vez que sostienen los paraguas y manejan a los más pequeños. Vamos, auténticos equilibristas. Y luego viene el coro o sea seguir la letra de ‘Cuéntame’, que ha hecho tan famosa la serie que lleva el mismo nombre. En fin, allí estaba todo el mundo feliz y contento, bueno todos no porque un hombre que pasó al lado de Celia dijo algo así como: ¿‘Es que este país no tendrá algo mejor que hacer’?.

Su cara estaba seria, ofendida como aquel que piensa que qué manera más idiota de tirar el dinero. Pero por otra parte Celia pensó que de vez en cuando hay que dar un poco de alegría al personal, que no todo debe girar alrededor de la crisis, el dinero, el paro, la política, los desfalcos y demás irregularidades, temas a que nos tienen tan acostumbrados últimamente las cadenas de televisión, los periódicos y demás medios de comunicación.

¿Que qué se celebraba? Nada menos que la inauguración de la nueva plaza tras cinco o seis meses de obras, que ha traído de cabeza a los que habitan en los alrededores como consecuencia de los molestos ruidos.
Celia cree que un poco de alegría para distraer a unos y otros, aunque sea a ritmo de pasodoble, no viene mal a nadie y, a quien no le guste, que siga camino. Hay que ser optimista y tener ganas de jolgorio para aguantar una jarana de este calibre, lloviendo y con el paraguas en mano. Menos mal que la temperatura era muy agradable. Algo es algo.

domingo, 18 de octubre de 2009

Sólo es un sueño



Celia y su hermana Marichu han salido de compras; pero ojo, no para aumentar la despensa de casa, sino el fondo de armario. Y es que para eso son peligrosísimas, sobre todo Marichu que trapo que ve trapo que dice: ‘Este para mííí…’. Y es que tiene un ojo.

En esta ocasión entraron en unos grandes almacenes y he aquí que curioseando entre estantería y estantería, Celia vio unos zapatos de aguja, de esos que tienen un tacón grande, inmenso a la vez que fino y elegante. El caso es que no pudo resistir la tentación de probárselos y, dicho y hecho, cogió uno de los zapatos, que era de un número mayor del que usaba y se lo puso en el pie derecho. ¡Que sensación!. De pronto empezó a ver cabezas y más cabezas y calvas y más calvas. Había crecido por lo menos diez centímetros. Su hermana Marichu que estaba a su lado alzó la cabeza y se la quedó mirando.
-¿Pero qué haces ahí arriba?. No me hagas mirar a las alturas que mis cervicales están un poco chuchurrías, espetó no sin antes cogerla de la mano para evitar que se cayera.
-¿Estoy sexy?.
-Con esos zapatos y tus vaqueros vas a conquistar a cualquiera, pero mejor si te los pones con un vestidito ceñido negro o rojo, de esos que a tí te gustan. Anda, baja de ahí que te vas a dar un porrazo y no quiero ir a urgencias.

La sesión no duro ni un minuto. Los tendones del pie derecho de Celia empezaron a experimentar unos tirones y un dolor que le transportó de nuevo a la tierra; vamos que bajó de sus sueños de comprarse unos zapatitos de tacón de aguja para sorprender a su marido, ajeno totalmente a las peripecias de su mujer y su cuñada.
-La verdad es que no sé cómo se puede resistir esto, decía Celia un tanto decepcionada y pensando en las miles de mujeres que llevan con soltura esos zapatos tan elegantes. Porque hay que reconocer que son elegantes y si tienes unas piernas bonitas es ya la repera.
-Está visto que las mujeres de cierta edad estamos mejor en la tierra que expuestas al peligro de darnos un porrazo por perder el equilibrio. Al menos ganaremos en salud.
-¿Verdad que esto no puede ser sano para mi columna?, dice Celia.
-No hija. Tu sigue con tus mocasines y para tacones; ya sabes cuatro centímetros como te dijo tu médico, la consoló Marichu.
Celia, con cierta añoranza, depositó el zapato en la estantería de la tienda. Al menos salió de allí contenta de haber experimentado qué sensación se tiene en esas las alturas.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Adiós playa



Hay veces que uno está bloqueado. No se sabe si será el cambio de estación, la llegado del frío, el decir adiós a la playa, que tanto se disfruta al final del verano y principios de otoño, sobre todo si hace bueno. Celia ha aprovechado este año hasta el último instante. ¡Qué delicia estar casi sola tendida en la arena, oyendo las olas del mar, dejándote calentar por el sol que ya empieza a declinar, tomar un baño fresquito pero aún soportable que luego agradeces cuando estás tendida al sol!. Y sobre todo tener un libro entre tus manos y poder disfrutar de su lectura sin que te molesten los chillidos o peleas de los niños o las conversaciones entre mujeres que, si están cerca de ti, te ponen al tanto de todo: desde los trapitos que se han comprado, lo que han puesto para comer ese día, con receta incluida en algunos casos, las disputas de pareja, cotilleos sobre actores, políticos y demás familia.

Celia toma su toalla, la bolsa y todos sus artilugios y se traslada un poco más lejos. Prefiere oír los graznidos de las gaviotas, que están posadas en las rocas al acecho de algún pez que vean en el agua, a las voces de esas cacatúas humanas que no paran de hablar.

Celia se queda mirando el horizonte, esa bahía maravillosa con sus montañas, sus pueblos surcados de casitas, sus playas. Y en medio de ese ensimismamiento surge un barco grande, inmenso, lleno de pasajeros que emprenden un viaje de placer hacia otras tierras. Van en la cubierta, dando el último adiós a esa ciudad que les vio nacer y a la que volverán dentro de unos días. Celia imagina a esos turistas haciendo fotos con sus cámaras a sus mujeres o a sus maridos, tomando como telón de fondo la zona más bonita de la bahía. Y es que en el fondo son como los japoneses, haciendo fotos a diestro y siniestro; y si no es con la máquina para eso están los móviles.

El barco se va alejando haciendo sonar la sirena para avisar a otros barcos más pequeños de que está atravesando el canal de la bahía. Celia rememora aquella vez que se enroló con su marido en un crucero por el Mediterráneo, viviendo una agradable aventura, de la que recuerda sobre todo los increíbles atardeceres. Eran todos diferentes y a cual más espectaculares. ¡Bendita naturaleza!