viernes, 12 de junio de 2009

Verborrea barata




Ja, ja, ja, me rio de los prepotentes, de los creen saber todo, de los que estiman que ellos nunca cometen errores y a la primera de cambio la hacen y gorda, de los que no saben qué decir al menor contratiempo cuando han hecho alarde de la verborrea más pura y dura para atacar al más débil, de los que se creen en posesión de la verdad sin admitir la más mínima crítica o consideración.


Me rio y al mismo tiempo me dan pena y lástima, pues lo único que demuestran es su pequeñez de miras, su estupidez, quedando en evidencia ante cualquier contrariedad que se les presenta. No admiten esa palabra tan sencilla como es decir 'no', la primera quizá que aprende el ser humano, o esa simple frase de "tienes razón amigo".


El prepotente se endiosa y envalentona ante el resto de los seres humanos. Cree que puede engañar a los que tiene enfrente, que su inteligencia está por encima de la de los demás, que con unas palabras bien maquilladas y adornadas, con guinda inclusive si viene al caso, puede hacer creíble su discurso preparado para la ocasión.


No se da cuenta, o prefiere ignorarlo, de que muchos de los que le escuchan están muy por encima de él, están dotados de mayor sabiduría e inteligencia; porque de sabios e inteligentes es saber escuchar, es saber admitir críticas y observaciones, es dialogar y no imponer, es tratar en definitiva a las personas como lo que son: seres humanos.

sábado, 6 de junio de 2009

Cuestión de destreza

Celia acaba de llegar de su clase de Pilates y está hecha unos zorros, pues la profesora les ha metido caña a base de bien. Hace su entrada triunfal en casa con el pensamiento de sentarse en el sofá y ver esa maravillosa película en la que trabaja su actor favorito, Robert Redford. Pero nada más meter la llave en la cerradura de la puerta se percata de que no está sola en casa y de que alguien se le ha adelantado y posiblemente adueñado del mando del televisor de plasma con TDT incluida; esa palabreja le recuerda a los productos que se usaban antiguamente para matar a ratas, cucarachas y otros bichejos.

-¿Quién ha ocupado mi espacio vital?, dice Celia utilizando un tono en el que ya deja entrever su contrariedad.
El marido, que se encuentra sentado en su sillón, lee el periódico a la par que compagina esa actividad tan lucrativa con el programita rosa de la jornada. Celia no se explica cómo se puede estar al loro en ambas cosas a no ser que con un ojo lea, y que se entere de lo que lee, y que al mismo tiempo con el otro ojo, y agudizando el oído, pueda seguir una conversación, diálogo o el guirigay en que se convierten la mayoría de las veces esos programitas. Y ojo, todo ello sosteniendo el mando en no sé qué mano. ¡Y que no se lo quite nadie!

Pero claro tiene que simular que el programa le interesa de verdad y entonces cierra el periódico, pero no suelta el condenado mando ni aunque le digas que en la cadena equis hay una película preciosa y maravillosa que te gustaría ver. Entonces no te queda otra alternativa que irte a tu cuarto y ver a tu gran Robert en versión diminutivo (porque la televisión es pequeñita, no por otra cosa), recurrir a la pataleta o amenazar con dejarle sin la cena. No cuela.

Sólo queda una última alternativa y es que el señor de la casa se quede dormido, como suele ocurrir a menudo. La hija de Celia, que contempla calladita el trauma cotidiano de su madre, se confabula con ella para avisarla en el supuesto de que el susodicho, o sea su padre, eche la cabezadita de una vez por todas.

El momento tan añorado llega enseguida; pero ahora se plantea otra cuestión y es cómo quitarle el mando de entre sus manos antes de que fallezca por un recalentamiento de las pilas. A veces es fácil y no se entera porque le puede más el sueño. Pero ojo, cuidado con los dedos de esa mano porque pueden, sin querer, empezar a apretar alguna tecla indebida y entonces sí que la hemos armado gorda.

En el caso de que ocurra esto último, que ya ha sucedido alguna que otra vez, te puedes encontrar con ese cartelito que te dice que no hay señal o algo parecido o bien no dar con las numerosas cadenas que tienes programadas porque el dedito en cuestión ha apretado el botón en el que no sale más que las regionales y poco más. Vamos, un desastre que Celia ya con el mando en la mano trata de desenredar, sin tener mucha idea de por donde se anda.

Y he aquí que encontrándose en tan desesperada tarea y con la película corriendo minuto a minuto, el infante despierta de su sueño y observando el desesperado empeño de Celia por arreglar la situación no se le ocurre decir otra cosa que ¡qué pasa!, que por qué la tele no funciona, si hay tormenta.
-Tranquilo chico, dice Celia, pero me gustaría saber dónde has posado tu dedo que esto no funciona.
-¿Ahora me echáis la culpa a mí? Yo no he hecho nada, se disculpa.

Al final Celia y su hija consiguen arreglar el desaguisado gracias a que tienen alguna ligera idea de cuál ha podido ser el botón que ha sufrido el atropello de marras por aquello de la cercanía al dedo índice. Todo vuelve a la normalidad y por supuesto Robert Redford acapara la pequeña pantalla del televisor gracias al trasvase del mando.
-¿Pero si esa película ya la habéis visto cien veces?, dice el marido de Celia un tanto fastidiado de no ser el dueño y señor del mando.
-Y tú a toda esa pandilla que no hace más que cotillear la vida de todo el que se les pone a tiro, y encima ponerles de vuelta y media.
En el fondo, y aunque les duela confesarlo, hay que ver cómo les gusta a muchos hombres esos programitas de marras. Y luego dicen de las mujeres