domingo, 29 de agosto de 2010

Ensaimada para todos


María ha dejado a su maridito en casa y ha emprendido el vuelo hacia las islas Baleares a casa de una amiga que le ha invitado a pasar unos días en su mansión. Hay que aclarar que el maridito de marras también estaba invitado pero prefirió quedarse en casa y dejar en libertad a la pupila de sus ojos. María vivió los prolegómenos de su viaje en avión con verdadero nerviosismo pues era la segunda vez que se ‘embarcaba’ en un avión y en este caso iba sola.

Su amiga le decía: “No te preocupes. Si es facilísimo. Tú lee lo que salga en la pantalla. Estate al loro de lo que dicen por el megáfono y sobre todo de tu bolso, pues en estos sitios hay muchos amigos de lo ajeno. Ya sabes. Y ojo no te olvides de facturar previamente la maleta y cuando llegues a tu destino pues sigues a toda la turba que haya salido de tu avión hasta donde se recogen los equipajes. ¡Pero cuídate de seguir a los que llevan maletas de mano ya que esos saldrán directamente a la calle!, le advirtió su amiga. Y otra cosa más: no te tires del avión en marcha. El pánico se supera enseguida“.

María creyó tener aprendida la lección y puso en práctica todas las recomendaciones de su amiga. No obstante y para mayor seguridad se pegó, previa consulta, al lado de un caballero. Cuando María contaba a Celia estas anécdotas, esta última recordaba su primer viaje al extranjero con su marido, que al no saber idiomas era como si no sirviera para nada, y también tuvieron que arrimarse a un padre de familia, que les guió pasillos arriba y abajo hasta dar con el objetivo equis. Luego con años de experiencia, dices ¡Qué paletos!.
Aunque es de imaginar que todos más o menos habrán empezado con las mismas dudas e inseguridades a lo largo de la vida. El caso es que María había superado la prueba con éxito, pese a venir cargada con maleta y la rica ensaimada de marras tipo familiar.

Ya de vuelta María contaba entre risas y más risas el resumen de su estancia, lo maravilloso que lo había pasado en casa de su amiga, con vistas al mar, que todo hay que decirlo, piscina, jardín, etc, etc. A Celia se lo ponía una cara de lela, que habría que verla, y al mismo tiempo de disfrute por lo bien que lo había pasado su amiga. Al final llegó la pregunta tan esperada:¿Qué tal tu vuelta a casa?.

-La cuesta se me hacía tan ‘pindia’ que cuando llegué a la estación de autobuses y tomé contacto con la realidad, me fue imposible coger un taxi para ir a casa. O sea que ahí me tienes con mi maleta y la ensaimada debajo del otro brazo dirigiéndome a una cafetería cercana. Me senté, pedí un sándwich y un refresco para hacer tiempo. ¡Había sido tan feliz durante esa semana que no quería encontrarme con la realidad!.
-¿Qué hiciste luego?
-La maleta, la ensaimada y yo tomamos el taxi y cuando entré por la puerta de mi casa el primer saludo que recibí de mi marido fue: “Querida falta fruta y papel higiénico”.
-Genial. No hay muchos como él. Cuídalo María.

domingo, 8 de agosto de 2010

Otro en la familia


¡Celia!, ¡Celia!, llama su marido a voz en grito, un tanto mosqueado y cabreado ante la aparición de un cangrejo de mar en el cuarto de estar de la casa. ¿Se puede saber de dónde ha salido ese bicho?. No hay respuesta, el resto de la familia hacen risas mientras que Hugo, el nieto más pequeño, hace su aparición en el salón seguido de Celia, quien no da crédito a lo que está viendo. El niño coge con sus pequeñas manitas al negro y nuevo terrícola que parece haberse hecho dueño de la casa andando a sus anchas.

Ha venido nada más y nada menos que desde la terraza de la cocina, ‘paseando’ por esta misma, por el office, el pasillo hasta llegar al cuarto donde el padre de familia estaba tranquilamente viendo la televisión hasta que el ruidito de las patas sobre la madera llamó su atención despertando su ensimismamiento ante la pequeña pantalla.

- ¡Es mío abuelo!, responde con su voz un tanto grave para sus cinco años. “Ahora me lo llevo“, dice, no sin poner antes una cara de no haber roto nunca un plato. “Es que los hemos ‘cazado’ ayer con papá y mamá cuando estábamos en la playa y me han dicho que los guardara apara ponerlos con arroz”.

Guardados en un ‘taper‘, el cangrejito en cuestión había logrado levantar la tapa donde estaban todos juntitos (unos siete u ocho) para hacer unos largos en tierra firme. Vamos que sus vidas no duraron mucho pues al día siguiente, como es lógico, estaban todos patas arriba para disgusto del benjamín de la casa y alegría de Celia que pensaba qué hubiese ocurrido si ella fuese la que se hubiera encontrado cara a cara con el ‘bichejo’ en cuestión.

Cabía dos posibilidades: que la hubiera dado un pasmo o que gritando por toda la casa fuese a la cocina como alma que lleva el diablo para coger el insecticida pensando que era un alienígena. También podría haber llamado a los bomberos. Y es que, fuera de bromas, a Celia este tipo de habitantes marinos solo le gusta verlos en el plato, bien cociditos y si es necesario con alguna salsita añadida. Seguro que de haber estado sola en casa habría ido a por la escoba y el recogedor. ¡¡¡Y luego qué!!!. Celia no se lo quiere ni imaginar.