domingo, 27 de septiembre de 2009

Las experiencias de Lola




Lola es la hermana de Marichu, la amiga de Celia. Todos los meses suele venir unos días para ver a su hermana y de paso a su sobrina nieta con la que está chocha perdidita, según me dice Marichu. Desde que la conoció, todos los jueves que ella está aquí suelen salir las tres juntas a tomar una copa o a lo que se tercie, porque todo hay que decirlo: Lola es la monda. No tiene nada que ver con su hermana. Si la una es rubia, la otra es morena, si Marichu es más seria en su forma de pensar, Lola es pues eso, Lola; vamos que hace honor a su nombre. Yo no sé lo que tendrá ese nombre, que dicho sea de paso a Celia le encanta, que le sugiere una mujer muy ‘echá pa lante’. Tienen una cosa en común y es que cuando se ríen da gusto verlas, parece que se van a desternillar. Sin embargo cuando se habla de cosas serias hay que ver como es la mirada de Lola, parece que te va a taladrar, pero en el fondo todo es puro cuento porque acto seguido se ríe y sigue las bromas que Celia inocentemente o adrede le tira a su amiga.

No sé cómo hablando de perros, me contaba Lola una experiencia, y por cierto nada grata para ella, que había tenido hace tiempo. Comentaba que un día había ido a casa de una amiga, que tiene un chucho y que al día siguiente casualmente fue con los mismos pantalones vaqueros a casa de otra amiga, que también tenía otro perrito. Vamos que Celia ya se estaba imaginando por donde iban a ir los tiros. El caso es que el perrito de la segunda amiga se le acercó a sus maravillosas piernas, husmeó el pantalón de marras y ni corto ni perezoso se le subió a la pierna y empezó a hacer ese movimiento tan común que hacemos todos los humanos cuando se hace el acto sexual.

-Pero que hace este chucho?, clamaba Lola a su amiga, un tanto molesta pues a ella, además, no le gustan nada, pero nada de nada los perros.
Y el perro dale que te pego, subido a la hermosa pierna de Lola que gritaba: ¡Quítenme esto de aquí!.
Ja, Ja, Ja, reían Marichu y Celia, cuyas lágrimas brotaban de sus ojos de la pura risa, imaginando la situación y viendo cómo Lola gesticulaba con los brazos al tiempo que sacaba la pelvis para afuera.
-A lo mejor es que tú estabas en celo?, sugirió maliciosamente Celia?
-Calla, calla, lo que me faltaba por oír.
Las dos amigas rieron las hazañas de Lola al recordar esa imagen tan común en todas la casas donde hay un pero, pero que al parecer ésta desconocía.
-Menos mal que no era un pastor alemán, afirmó Marichu.

martes, 22 de septiembre de 2009

Al rico masaje




Celia ha decidido acudir a un ‘spa’ para recibir un maravilloso masaje en todo el body con el fin de reducir la tensión que día a día iba acumulando su cuerpo. Desde que estuvo en Tailandia no había vuelto a darse ningún masaje, pues la verdad es que aquella experiencia no fue tan gratificante como pensaba. Igual es que no estaba tan relajada como el momento lo requería, sobre todo teniendo en cuenta la gordura de aquella señora que abierta de patas se puso muy delicadamente encima de ella.

La verdad es que en esta ocasión la decoración, el ambiente, la música, las velas y el olor del incienso la trasladaron al mundo oriental nada más entrar en el local, donde unas señoritas, también orientales, están dispuestas a hacer lo que el cliente pida. Entre la variedad de masajes, Celia escogió el ‘Oriental herbal ball’. No sabía lo que era, pero le habían dicho que estaba muy bien. Nada más entrar en la habitación vio que sobre una mesita hervían unas bolas de hierbas comprimidas. En ese momento, Celia quiso echar a correr; no sabía si era peor quedarse en pelotas sobre la mesa o el masaje que le iban a dar con aquellas bolas calentadas a los 100º centígrados nada menos, pues el agua borboteaba que daba gusto. De pronto le entró el pánico: ¿me quedo, me voy o cambio de tratamiento?. Al final decidió probar el que había escogido.

La primera impresión fue en una de las piernas. Celia dio un respingo por lo caliente que estaba aquella bolita de las narices, pero luego se dejó hacer y pensó que aquellos fantásticos masajes con aceites y esencias aromáticas sabían a gloria pura. Por ello, resistió la presión de las bolas, cuya primera aplicación te hacía dar un saltito en la cama.

Cuando acabó toda la sesión y antes de ser invitada un estupendo té con un ligero sabor a jazmín, Celia quiso entrar en el aseo y cual no fue su sorpresa al ver que toda estancia era acristalada. ¿Qué es esto? se decía; pero si estoy viendo a la chica que me ha dado el masaje y a esa otra que va acompañando a un señor. ¿Cómo me voy a bajar los pantalones?, se preguntaba Celia, que no sabía que nadie podría ver su compungida cara. Bien es cierto, que resultaba un tanto incómodo que sintieras como si tu intimidad fuese violada, aunque en realidad no hay nada de nada. Trató de hacer las cosas con presteza, pues tenía la impresión de que todas las miradas estaban fijas en ella y salió de allí lo más aprisa que le permitieron sus pies. ¡Las necesidades fisiológicas en mi casa!, afirmó.

martes, 15 de septiembre de 2009

Silencio, por favor





Plan E, Plan E, Plan E, brrrrr……Hartitos están Celia, su marido, y todo el vecindario, que se encuentran con serias dificultades cada vez que quieren salir de su casa. Han de atravesar pequeños puentes metálicos, tablas de madera y eso en el mejor de los casos, porque si se encuentran con esas diminutas piedrecitas o sencillamente arena no digamos cómo acaban los pies. Las mujeres como llevan sandalias en verano se ven obligadas a andar a saltitos o sea alzando los pies, pero no como los canguros, no, sino primero alzando un pie y luego el otro. Y ojo, despacito. Vamos que la estampa es de lo más cómica, aunque no es para reírse pues las personas mayores se las ven y se las desean.

Celia, que vive en una capital de provincias, acaba de llegar a su casa. No puede más, le estalla la cabeza. Su paseo vespertino se ha convertido en una auténtica tortura y nunca mejor dicho. Y todo por culpa de una serie de circunstancias, que, todas juntitas, juntitas, han terminado por sacarla de sus casillas. Para empezar, y ya desde primeras horas de la mañana el ruido ensordecedor de las excavadoras que están poniendo ‘patas arriba’ la ciudad, interrumpe su sueño tranquilo y relajante de la noche. Como estamos en verano y hace calorcito las ventanas tienen que estar abiertas para ventilar y que la casa se mantenga fresquita. Pero claro, el ruido de la maquinaria utilizada por los obreros se mete hasta el rincón más lejano de la casa. Si a eso se une el polvo, el ‘cacao’ ya está organizado. Y Celia se pregunta: ¿el ‘Plan E’ tiene previsto que una vez terminada la obra los obreros hagan una limpieza interior de las casas?. Vamos que sería lo normal por las molestias a que han sometido durante casi cinco meses al vecindario y…lo que queda, pues ya en alguna que otra ocasión han tenido que levantar las baldosas por segunda vez porque no habían soterrado el ‘cable X‘. Lo malo es que después de levantarlo no sabían por donde andaba el dichoso cable. Así, como lo cuento. A eso se llama buena organización. Y Celia vuelve a preguntarse: ¿no hay algún responsable que deba controlar el buen hacer de las cosas para que éstas salgan bien, que vayan más rápidas y ocasionen las menores molestias?.

Dejemos el maravilloso ‘Plan E‘. Celia va a pasear al malecón o zona marítima, donde espera encontrar un poco de paz mirando la bella bahía y se encuentra con la ‘agradable’ sorpresa de que con motivo de celebrarse el Festival del Mar, unos ‘ingenieros’ de la electricidad están instalando altavoces a lo largo de todo el paseo. Para comprobar si las cosas van bien han puesto a todo volumen un CD de alguien que canta no sé qué canción, cuando a ella le apetecería una música algo más tranquila y relajante. Junto al mar y con la puesta de sol ya sería el más maravilloso de los sueños. Pero claro, todo ha quedado en eso, un sueño.

Sigue más adelante y ya llegan a la plaza más céntrica de la ciudad, sus oídos se encuentran con una música ensordecedora, y esta sí que a toda pastilla. Se trata de la presentación de una vuelta ciclista. La parafernalia que se ha montado es de aupa: una gran pantalla de televisión, cámaras, medios de comunicación y más música a tope. No puede más, se va a donde pueda encontrar un poco de paz y silencio.

Silencio. Eso quisiera Celia, poder respirar y oír el silencio. Si, Celia dice que el silencio se respira porque es entonces cuando los sentidos del olfato y del oído se centran en lo que tienes a tu alrededor y el olfato se da cuenta de que existen olores maravillosos, olores tales como a tierra mojada, a pinos, a eucaliptos u otros árboles de la naturaleza. También puede llegar hasta tí el olor del mar, de las marismas en bajamar, el olor de la primavera, del verano, del viento sur; el olor a leña quemada que sale de las chimeneas al atardecer en las casas de las aldeas más recónditas. Celia sueña, quisiera poder hacer realidad esas pequeñas cosas, que no cuestan tanto pero que siempre encuentran algún que otro inconveniente a lo largo del camino.

Y cuando llega a su casa donde espera hallar esa respuesta, de nuevo surge otro obstáculo: el televisor está encendido y el mando ya sabemos en manos de quien. Puntos suspensivos, porque si no está en pantalla el clásico debate sobre temas políticos de actualidad en el que siempre hay voces altisonantes y discordantes, se encuentra con un programa rosa que eso es ya el apaga y vámonos. Siempre los mismos personajes. Brrrrrr. Celia se pregunta ¿y para cuándo mis cedés de música clásica?. ¿Es que no puedo tener mi propio espacio?.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Difícil decisión


Perro, gato, gato, perro. Celia duda. ¿Cuál de los dos animales sería su mejor mascota para los años que le quedan de vida?. Su médico, que no es precisamente muy amante de los animales, le ha dicho que ni el uno ni el otro, pues teniendo en cuenta el promedio de vida de ambos, iba a coger parte de sus días de chochera y esos momentos no serían los más propicios para hacerse cargo de ellos. Al perro hay que bañarlo, pasearlo dos o tres veces al día para que defeque, entre otras cosas, y haga músculo también. Pero los cuidados no terminan ahí, pues hay que estar pendiente de las vacunas, de los piojos y no digamos nada si en sus cuerpo se instala alguna que otra garrapata.

Se lo piensa una y otra vez; admite que su médico tenga algo de razón y sobre todo recuerda aquel perro que por arte de ‘magia’ apareció un día en su casa de la mano de su marido que, por dar satisfacción a sus hijas, se presentó con el animalito en cuestión metido en una cajita de madera. Para las chicas fue un día de fiesta; nunca gozaron tanto como con la llegada de aquel bicho a la casa. Sin embargo para Celia fue otro cantar; ella no soportaba a los perros: en la calle si veía venir un perro por la misma acera era capaz de cambiar a la otra; no toleraba que el hocico de un animal como ese olisqueara o lamiera sus pies o su vestimenta. Vamos, que ya había pregonado a los cuatro vientos con anterioridad que si en su casa entraba un perro ella saldría de inmediato por la misma puerta.¡Qué ilusa!. ¿Cuántas mujeres habrán dicho lo mismo?

Pero de nada le sirvió su amenaza y un buen día aquel perro entró en casa. Al principio, la intolerancia fue total hasta tal punto que si Celia entraba en la cocina para hacer la comida estaba más tiempo subida en la banqueta que pisando el suelo. No aguantaba que el perro pusiera o mejor dicho clavara sus finas uñas en su bata de casa, su delantal o cualquier cosa que llevara puesta y que, como es lógico, acabaron con una finos agujeritos, apenas perceptibles a la vista.

Así pasó un día y otro, angustiada con la presencia de aquel ‘cuatro patas’ que nunca había querido, al que tenía que soportar su presencia, sus ladridos y para más narices al que tenía que preparar la comida. Sin duda lo suyo no eran los animales. Estaba claro. Sin embargo siempre llega un día en que las cosas empiezan a cambiar por ambas partes: me explico, el perrito en cuestión se va educando, ya no deja meaditas por las esquinas de la casa, sus ladridos no son tan continuos y, lo más importante, es el único que siempre sale a recibirte cuando entras por la puerta de la casa sea la hora que sea; por otro lado, Celia se resistió a los encantos de su mascota, a esas miradas que lo dicen todo sin abrir la boca. Y un buen día le deja lamer su mano sin hacer tantos ascos o le pone la correa para sacarlo de paseo. Primer error, pues ya hay otra persona dispuesta a sacar de paseo al perrito, librando de sus obligaciones a otras personas de la casa tan ‘comprometidas’ con sus obligaciones.

Incomprensiblemente Celia, a través de aquel perro, llamado ‘Buby’, aprendió a quererles, a acariciarles, a no tenerles miedo; pero siempre llega un día, ‘el día’ en que por una u otra razón hubo que sacrificarlo. Superar esa etapa, quien lo diría, fue lo más doloroso para Celia, quien andaba por la casa como una sonámbula, dirigiendo la mirada hacia los rincones donde solía estar habitualmente; echaba de menos la compañía de ‘Buby’ en las horas que se sentaba ante el televisor y éste se tendía a sus pies como si también él quisiera echar una siesta; echaba de menos el entrar en la casa y no encontrarse con la presencia del perro moviendo alegremente el rabo. Fueron sin duda años muy gratos, aunque también tuvo que soportar sus malas pulgas. Era feliz paseándole, yendo a la playa en las épocas permitidas, donde daba rienda suelta a sus carreras e incluso se sumergía en el agua si no había olas; o bañándose en la rampa de la zona marítima desde donde se tiraba para coger algún palo que le tiraba Celia. Era todo un espectáculo que entretenía además a la gente que paseaba por el lugar.

Aquel día en que ya se había tomado la decisión, de la que se haría cargo una de las hijas de Celia, ésta se encontró al volver de su trabajo con la sorpresa de que el perro estaba aun en casa. Por un lado, la hizo ilusión, pero por otro notaba que su angustia iba ‘in crescendo‘, pues sabía que sería testigo de su salida definitiva momentos después.

Pero lo peor no acabó ahí, ya que mientras Celia y su marido comían, el perro no se apartaba de su lado pidiendo algo de comer. La explicación es que tenía que ir en ayunas por indicación del veterinario. Celia recuerda ahora que estaba sentada en la silla y ‘Buby’ tenía las dos patas delanteras apoyadas en su pierna. De vez en cuando y con una de ellas le daba en el brazo como diciendo: ¡Que estoy aquí!. Insistía una y otra vez, mientras que a Celia se le partía el corazón no poder satisfacer ni con un trozo de pan su último capricho. Tenía además los ojos suplicantes clavados en ella, pese a que ya apenas veía y en ese momento fue la voz de la hija de Celia quien rompió el ensimismamiento tras decir: ¡Vamos Buby!.

Sólo habías vivido ocho años y saliste corriendo de alegría, creyendo que ibas a uno de tus habituales paseos, sin pensar en ningún momento que tus pasos estaban encaminados hacia la muerte. Celia lloró y mucho. Por eso, y después de analizar aquella situación, ha decidido que ni perro ni gato.