domingo, 20 de diciembre de 2009

A una amiga


Vi sus ojos brillar y adiviné a través de ellos un cambio en esa persona. Centelleaban, reían , expresaban felicidad. Era como si todo en ella hubiera cambiado de la noche a la mañana. De nuevo había visto la luz a mitad del camino de su existencia, una esperanza le abría nuevos horizontes, apostaba por algo que creía ya fuera de su alcance: la felicidad.

Atrás habían quedado los momentos amargos, ya que aquel estado de felicidad por el que había apostado hacía tiempo se había traducido en muchos sinsabores. Fueron años de tristeza, de angustia, de añoranza por una meta que se había propuesto y que no llego a conseguir. Bien es cierto que hubo momentos buenos pero primaron también los malos hasta el punto de que llegó un momento en que tuvo que decir: “No puedo más. Adiós”.

Sin duda fue una decisión muy dura. Nunca anteriormente se lo planteó ni quería eso para los suyos y para ella. Pero quiso sobre todo ser persona, dignificarse como tal, acabar con esa situación que no llegaba a ninguna parte, que no tenía ya solución. Sé que fue un paso difícil pero aquellos ojos, que por primera vez se habían fijado en aquel ‘príncipe azul’, habían dejado de brillar hacía tiempo, habían perdido la ilusión por la vida. Estaba totalmente desmotivada, deprimida y ello se dejaba traslucir en la pérdida de esa mirada viva, pícara y feliz que en otro tiempo tuvo.

Las cosas a veces no salen como uno quiere y este caso ha sido uno más de los múltiples que constantemente vemos a nuestro alrededor. Me imagino que debe ser muy duro ‘aparcar’ esa etapa de una vida, tan importante por otro lado, pero por encima de todo estaba su felicidad y la de los suyos. Por eso, la última vez que vi la expresión de sus ojos pensé que sólo otra persona podría haber realizado ese milagro.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Gritos en la noche



Celia llama por teléfono a su amiga María para contarle una anécdota que acaba de leer. No tiene desperdicio, dice, y tiene su miga.
-Cuenta, cuenta, que viniendo de ti me espero lo peor.
-Solo una pregunta: ¿tú chillas mucho?.
-A qué viene eso? Ya me está oliendo a chamusquina.
-Pues atenta porque por lo visto un matrimonio británico ha reconocido ante un tribunal su culpabilidad al incumplir el ‘toque de queda‘. Y no es que su ciudad esté en guerra ni mucho menos, aunque algo hay entre los vecinos, que hartos ya de sus escandalosos gemidos durante los coitos cuando ambos hacen el amor, llevaron el caso a los tribunales hace ya unos años. Pero es que la historia vuelve ahora a repetirse.

“Tal era la euforia de la pareja en tan glorioso momento que los gemidos alcanzaban los 47 decibelios. ¡Ahí es nada!. En aquel entonces se les impuso una multa de 200 libras y una orden de silencio tras las quejas presentadas por 25 vecinos, quienes requirieron la intervención policial“.
La cosa tiene su gracia, dice Celia, porque “la responsable de Salud del Ayuntamiento en cuestión llegó incluso a instalar un sofisticado equipo de sonido en las casas de los vecinos más cercanos“. ¿Se imaginan a los jueces de la sala oyendo luego la grabación de los gemidos durante los coitos de la susodicha pareja?.

Como resultado de todo ello, “marido y mujer cambiaron sus sesiones de sexo de la noche a la mañana. Lo que no especifica la noticia es si aumentó la audición con dicho cambio. Ella trató de poner todos los medios posibles para intentar dejar de gritar, pero como le era imposible cayó en una depresión de caballo y se amparó además en la bebida. En otras ocasiones dice que se ponía la almohada sobre la cara, pero como es lógico esa solución no le proporcionaba el disfrute de tal situación y entonces comenzaba a llorar. A la vista de su estado, el marido la dijo que se dejara de gaitas, que hiciera ruido y lo que le viniera en gana“.

Por su parte, la defensa de la pareja ha argumentado que perseguir los gemidos va en contra del artículo 8 de la Ley de Derechos Humanos de Reino Unido, que protege el derecho al respeto por la vida íntima y familiar. ¡Toma ya!.”

-¿Qué te ha parecido?
-Sin comentarios, chica, pero gracia la tiene

martes, 8 de diciembre de 2009

Luces e ilusiones


Miles de bombillas de diversos colores iluminan la ciudad, lo que invita a la gente a salir a pasear. Padres con sus hijos pequeños, jóvenes y mayores ‘patean’ las calles haciendo casi imposible su tránsito. El buen tiempo, las temperaturas, altas para esta época del año, ha contribuido a que de nuevo las terrazas de las cafeterías estén como en pleno verano, o sea a tope.

Sin duda hay gente para todo, pero ‘haciendo camino’ por unas y otras calles contemplamos la infinidad de colas de gente que hay para las cosas más contradictorias: Colas para patinar en la pista de hielo, colas para comprar castañas, colas para comprar helados, colas para comprar perritos calientes, colas pasa sacar las entradas del cine. Y claro, como es fiesta, también nos hemos encontrado con colas en las farmacias de guardia, colas en las paradas de los autobuses y en la de los taxis. Vamos que si nos descuidamos hay que pedir permiso hasta para entrar en las cafeterías. ¡Qué mareo, por favor!.

La gente vive ya el prólogo de las deseadas fiestas navideñas, tan temidas a su vez por otros, y se acercan también a los mercadillos instalados en estas fechas, donde uno puede adquirir pañuelos y más pañuelos, bufandas, fulares y bisutería. Todo se repite con algunas diferencias. También hay juguetes imitando los antiguos de hojalata. Los niños, acostumbrados a manejar coches, aviones o barquitos con el mando a distancia, se quedan atónitos cuando ven como el dueño del establecimiento en cuestión da cuerda al juguete de turno con una llave ya en desuso en estos tiempos que corren. Pero, sin duda, todo tiene su encanto.

lunes, 7 de diciembre de 2009

¡Viva la Navidad!



Llega la Navidad y un año más nuestras calles se llenan de luces, guirnaldas y otros ornamentos que nos recuerdan la celebración de una de las festividades más queridas del cristianismo: el nacimiento del Niño Jesús.
Es sin duda una de las épocas del año en que todos procuran ofrecer a sus familiares y amigos en la mesa los mejores manjares: buenos pescados, mariscos, lechazos y cochinillos, aderezados todos ellos con buenos caldos del país o extranjeros y, para finalizar, que no falten los turrones y otros dulces típicos de estas fechas. Y como no, todo ello rociado con el cava. En fin, que la paga y un poco más se va en las comidas y cenas y eso sin contar con los regalos que se intercambian unos y otros procurando complacer los deseos de niños y mayores. Mientras, en otros hogares, las perspectivas son muy diferentes.

Celia y María comentaban hace unos días cómo ha cambiado en los últimos tiempos la celebración de la Navidad. A saber:
1ª- Antes se recibían en casa numerosas tarjetas de felicitación que se colgaban en la pared o se ponían encima de una mesita o mueble de la sala. Ahora las felicitaciones vienen por correo electrónico a través del ordenador. Imposible colgarlas a menos que saques una copia de impresora. Pero, ¡qué pena no poder contemplar los maravillosos dibujos de Ferrandiz o las reproducciones de nuestros pintores más famosos!.
2º- ¿En cuántas casas se escuchan cantar villancicos, que los niños acompañaban con panderetas y zambombas?.
3º- Y la Misa de Gallo a las doce de la noche?. Ahora como mucho las familias están todavía con los brindis.
4º- Cada vez oyes más voces en cualquier lugar de la calle que muestran su hastío por las fiestas. Es frecuente oír : “Estoy harta de cocinar para tantos”, “Esto no hay quien lo aguante“, “No me gusta la Navidad”, “Cuándo pasarán estas fiestas”, “No hacemos más que gastar dinero” y un largo etc.

María dice a su amiga que no entiende esa postura, sobre todo porque celebramos uno de los acontecimientos más importantes, que ha marcado un antes y un después en nuestra era.
-Hasta ahí de acuerdo, dice Celia, ¿pero qué me dices de esas comidas o cenas de empresas, políticos y otras jerarquías de las altas instancias?. Eso si que me parece un despilfarro. Hoy un yerno mío me ha dicho que tiene seis cenas ya comprometidas. Vamos que no hay bolsillo que lo aguante. ¿Me quieres decir además qué celebran con esas comidas?. Porque no creo que se pongan a rezar o a cantar villancicos.
-La cuestión es comer y beber bien, ya que en el fondo lo que menos piensan es en lo que se celebra.

-Y los regalitos, ¿qué me dices de los regalitos que se intercambian?, espeta Celia quien añade que con el dinero de lo que se invierte en ellos se podría dar de comer a unas cuantas familias durante un mes o solucionar tantos y tantos problemas que padece nuestra sociedad como consecuencia de la crisis económica.
-Tienes toda la razón, recalca María, porque además muchos de los que protestan por tanto consumismo y frialdad son luego los que más derrochan. Hay mucha hipocresía de por medio. Y yo les diría a los que les traiga al pairo esta fiesta que se abstengan. Pero claro ¿quién es el guapo que les dice a sus niños que no van a tener Reyes Magos ni un belén en su casa ni adornos, aunque sean los mínimos, ni una buena cena?. Ojo, que luego vienen las comparaciones en el ‘cole’.

lunes, 30 de noviembre de 2009

El libro de Donata


Celia tiene una amiga que acaba de publicar un libro en el que recopila varios escritos publicados en un periódico sobre sus vivencias en el autobús municipal. El libro en cuestión se llama ‘Diálogos en el autobús’ y, a lo largo de quince capítulos, nos muestra el día a día en el interior de estos vehículos que recorren una parte muy importante de la ciudad. Todos los personajes son válidos y la idea nació después de que nuestra escritora-periodista oyera a dos niños discutir sobre quienes eran los Reyes Magos: desde la más pura inocencia hasta el resabidillo que se las sabe todas.

Donata Bustamante, compañera de Celia en los estudios universitarios, conoce prácticamente todas las líneas de los autobuses por lo que el alcalde, durante la presentación del libro, le propuso entre bromas un carguito en la dirección de la compañía, pues afirmaba que ella más que nadie conocía los problemas de cada línea, los retrasos, las rutas, los enlaces. En fin, de todo. Hasta de la vida y problemas de muchos de los usuarios de estos transportes urbanos con los que tuvo que compartir asiento en sus idas y venidas al trabajo. Con esos pequeños diálogos o conversaciones que oía a su alrededor llegó a construir su columna, que luego ella aderezaba con cosecha propia, por lo que el resultado era muy atractivo y tenía una gracia especial hasta el punto de que llegó a ser de las secciones más leídas en el periódico.

Donata es una persona muy especial. Es una mujer que tiene los pies en la tierra, generosa, amiga de sus amigas/os, con un gran bagaje cultural, crítica en las situaciones que así lo merecen, ocasión que no ha desperdiciado en este libro a raíz de esas conversaciones que, en algunos casos, juzgaban o censuraban actuaciones del Gobierno o del Consistorio.

Genio y figura esta mujer que cuando subió al estrado para presentar el libro, se convirtió en un auténtico flan. Celia pensó que como siguiera así le iba a dar un infarto. Gracias a la ‘chuletilla’ que llevaba ya preparada pudo salir adelante, lo que no fue obstáculo para que introdujera algo de su cosecha en contestación a los anfitriones o que dirigiéndose a su madre que se encontraba en la segunda fila, le dijera: “Madre despierta que te estás durmiendo”.

Uno de los diálogos que hacían referencia a la energía eólica, tan en boga últimamente, le dio pie para salir en defensa de nuestras montañas tal y como están. Y aquí le salió la vena de gran amante de la Naturaleza con mayúsculas, en alusión a las montañas, los bosques, los ríos, el mar, las estrellas y la luna. ¡Qué eso no lo toquen!.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los extremeños se tocan


Celia está indecisa. No sabe si apuntarse a un curso de pintura o viajar a la comunidad extremeña para apuntarse en ese maravilloso ‘taller’ que, según dicen, te enseña todas las artes del amor, incluida la masturbación, primer paso que han de dar los jóvenes para saber lo que es bueno. Al menos eso afirman los políticos. Lo que no le acaba de entrar en la cabeza es que en un país con una tasa de paro tan alta haya que dar clase de cómo joder lo mejor posible y sacar la mayor rentabilidad a tu body. Cualquier cosa menos joderse un poco recogiendo la aceituna, por ejemplo.

Porque vamos a ver, en un curso de pintura es posible que llegue el momento en que el alumno/a tengan que pintar la anatomía humana, es decir a un tío en pelotas y eso mola un montón. Pero claro, lo de Extremadura es otro cantar, aunque también puede ser atractivo. ¿Se imaginan el cachondeo en una clase que te enseñen a masturbarte?. Vamos que digo yo que la practica tiene que ser inevitable. ¿Cómo terminarán los alumnos en cuestión?¿Y el profesor?. ¿Y todos los días así?. ¡Que agobio!.

Si se tratase de un joven y apuesto actor de cine, el curso o taller o como quieran llamarlo podría ser atractivo, pero a ver a quien escogen o se presta a desarrollar tales artes ante esos jovencitos, que en vez de acudir a clase para mejorar su cultura prefieren dar rienda suelta a sus instintos, y no precisamente los más elevados, para aprender lo que ya se saben de memoria. Porque a nadie se le escapa que a estas alturas de la vida y a esas edades todos saben la función que tiene el ‘aparato‘, cómo utilizarlo, por donde meterlo, etc. No vamos dar más pistas. En cualquier caso, que lo haga el profesor de marras que para eso le contratarán y encima le pagarán.
¿Se imaginan que algún alumno aventajado dé un consejo al profesor? Ja, ja, ja.

Esto es como muy cachondo, aunque lo que más duele son los millones (pocos pero millones) que se van a gastar en tales menesteres mientras que el índice de paro crece y crece. No estaría de más que los políticos que tienen tanto tiempo para pensar se involucrasen en proyectos más formativos para que los jóvenes puedan trabajar el día de mañana, porque si no ¿a dónde van a ir esos chicos/as cuando terminen el taller? Bueno a lo mejor tienen un puesto de trabajo ya asegurado en el futuro y al paso que vamos lo harán con niños de edades más tempranas. Y si no, al tiempo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Nostalgia del pasado



Han pasado cuarenta años desde que Celia y su marido pisaran juntos por primera vez el suelo de una bella villa de pescadores de la costa asturiana, llamada Luarca. La denominan la ‘Venecia del Norte’ y no es para menos si tenemos en cuenta los numerosos puentes que unen unas calles y otras a lo largo de la desembocadura del río en el Mar Cantábrico. Chalés y casitas han ido sustituyendo a las sencillas casas de pescadores que en otros tiempos ocupaban las laderas de las montañas que rodean el puerto.

Y todo esto viene a cuento porque hace escasos días Celia emprendió con su hija pequeña un viaje a la capital asturiana, recordando a lo largo del camino las innumerables veces que habían pasado por aquellas tierras, con sus hijas todavía pequeñas, en busca de unos días de descanso en Luarca. Cualquier pueblecito, restaurante, o la clásica tasca de jamón eran motivos suficientes para rememorar aquellas paradas, que servían al mismo tiempo para desahogar la vejiga de las infantas y de los no tan menores, para tomar un cafecito o un refresco o cambiar los pañales a la que fuera en el serón, cochecito o en brazos de su madre (porque todo hay que decirlo en aquel entonces no eran tan estrictas las normativas sobre dónde debían ir los niños en el coche).

Celia recuerda uno de los últimos viajes con algunas de sus hijas y ‘Buby‘, el perro, que disfrutaba de lo lindo corriendo en las playas del litoral. De los siete que llegaron a desplazarse en el coche, luego no iban mas que tres y más tarde se redujo a dos…Y en dos se quedaron, pero también tuvieron que prescindir del coche, lo que ahora supone tener que recurrir al autobús.

Ya no es lo mismo. Celia recuerda con cierta morriña aquellos días y piensa que son ya irrepetibles. Se acabaron aquellas paradas a la carta para estirar las piernas, para comprar el tocinillo de cielo, la tarta de almendra, los ‘carajillos del profesor’ (unas pastas) o las famosas galletas de Luarca. Porque el marido era capaz de cambiar la ruta con tal de adquirir todos esos postres. Algo maravilloso para subir el colesterol durante la semana siguiente. ‘Pero que me quiten lo ‘bailao‘, decía entre risas. Y por supuesto no se olvidaban tampoco de las alubias para hacer la fabada asturiana. En resumidas cuentas que la parte trasera del coche era una auténtica exposición de productos asturianos y, ojo, allí no se podía mover nadie y tampoco se admitían frenazos no fuese que la tarta cayera sobre las cabezas de las niñas.


Las lágrimas se agolpan en los ojos de Celia que no puede evitar rememorar aquellos días tan felices, con la familia al completo, sin agobios ni prisas por llegar a su destino: Luarca, un precioso lugar. Nunca Celia y sus hijas han sacado tantas fotos de una ciudad. Cualquier rincón de su puerto o de la villa adquirían una dimensión o perspectiva diferente según ascendías por una u otra de las montañas que rodean la villa. Tanto en lo alto de una de ellas, donde en una capillita se venera al Nazareno como en el cementerio, hay una vista espectacular de la costa, de las dos playas, con sus pequeñas casetas, estilo a las de Venecia, que alquilan o compran las familias para poder cambiarse o recoger los enseres de la playa. Allí el silencio es absoluto; sólo se oye el ruido de las olas cuando azotan las rocas y de vez en cuando el motor de algún pesquero cuando entra en el puerto con su preciosa carga.

Es la primera vez que Celia escribe algo sobre esta ciudad, cuna donde nació su marido y a la que no le falta de nada. Numerosos restaurantes rodean toda la zona portuaria, donde pueden saborearse el marisco y el buen pescado, adquirido en la lonja que está a escasos metros. Cuando entran los barcos que vienen de alta mar suena la sirena en la lonja y las gaviotas dejan oír sus graznidos. En las tardes y noches de verano sus habitantes y los veraneantes cambian su vestimenta playera para salir a tomar una copa en los bares del puerto, picotear o cenar en sus restaurantes.

¿Cómo se puede olvidar todo esto?. se pregunta Celia mientras el autobús recorre kilómetros y kilómetros hasta su destino final. Mira por la ventanilla y todo son recuerdos; han sido muchos años haciendo el mismo recorrido desde que nació la primera hasta la última, aguantando algún que otro mareo en el camino. Mientras Celia escucha música clásica a través de los auriculares que le han proporcionado en el autobús recuerda aquel verano en que todo el trayecto fue acaparado por las canciones de ‘Los Panchos‘, que entonces volvían a estar de moda. ¡Cómo ha pasado el tiempo tan deprisa!. Aquellos momentos, piensa con tristeza, ya no volverán a repetirse nunca.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El 'vicio' de la lectura


Después de un largo verano, con temperaturas en pleno mes de octubre que invitaban a ir a la playa, tomar el sol y los más valientes a darse un baño, ha llegado la lluvia, bajado las temperaturas considerablemente, lo que invita a retomar el ‘vicio’ de la lectura. Celia es muy constante en ese placer, que no abandona a lo largo de todo el año, aunque bien es cierto que a partir de ahora dedicará más horas al estar más tiempo en casa. Su momento favorito es la noche. Todos los días cuando se mete en la cama toma el libro de turno y puede pasarse una hora o más, según el interés del mismo y mientras no caiga en brazos de Morfeo. Ahora es distinto, cualquier hora o cualquier rincón invita a abandonar los placeres de este mundo para introducirse de lleno en las aventuras que nos transportan a otro mundo, a otra realidad. Es la hora de los ‘sueños’. Es una forma de conocer otros personajes, otras situaciones; caminar por otros lugares del mundo que nos ofrecen infinidad de aventuras.

¡Qué maravilla poder coger un libro!; sentarse tranquilamente en un sillón o en el sofá, ponerse una música de fondo que no incordie la lectura, abrir la primera página y empezar a leer aquellos renglones que por arte de magia te introducen en los personajes, en las situaciones, en los lugares, que quieras o no, te invitan a ser uno más de la historia. A veces te sientes identificado con unos u otros y en ocasiones te sirve de reflexión para seguir sus pasos o para tomar nota de lo que no deberías hacer.

No cabe la menor duda de que leyendo se aprende y basándose en esta teoría Celia inculcó en sus hijas el amor por la lectura ya desde que eran pequeñas. De los sencillos cuentos pasaron a los de viñetas, etapa más comprensible para aquellas a quienes les costaba coger un libro, luego vinieron otro tipo de libros juveniles y más tarde lo que profesores o padres considerasen oportuno. Por lo general todas son buenas lectoras, unas más que otras. Celia, que no hay mes, feria, etc, etc, que no aproveche la ocasión para comprar libros se ha convertido en la proveedora oficial de alguno de los títulos más interesantes.

En cierta ocasión Celia y una de sus hijas fueron a visitar a una amiga de esta última que vive con sus padres en una maravillosa casa que se han construido a capricho en pleno campo. Se trata de un chalé de piedra de dos plantas, cuyo interior ha sido decorado con los elementos más modernos: grandes ventanales, tonalidades negras, blancas, grises; luces indirectas, lámparas muy modernas, etc. Las dos habían sido invitadas a dormir esa noche y he aquí que Celia se puso a leer un libro que había llevado. Se recostó en el gran sofá tomando posiciones, pero pronto se dio cuenta de que la escasa luz ambiental no era suficiente para sus desgastados ojitos. El caso es que se trasladó a una silla situada a un lado de la chimenea donde había tres focos de luz, pero esos focos iluminaban hacia arriba y no sobre el libro.

-Será posible de que hoy no pase página?, se preguntó Celia un tanto escamada y algo cabreada.
El caso es que Celia se puso a investigar por los salones y cual no fue su sorpresa cuando vio que no había ni un solo libro. Vamos que por no haber no había ni un mueble adecuado o sea una librería.
-¡No me lo puedo creer!, le comentaba a su hija. ¿Cómo es posible que en una casa no haya libros?
Su hija, más comprensiva con los tiempos que corren, aseguraba que ahora hay otras prioridades en la decoración de una casa. Vamos que con una televisión plana de grandes dimensiones, con TDT incluido y sujeta a todos los adelantos habidos en el mercado, están ya cubiertos todos los placeres del saber. Tanto para niños como para mayores y sale más barato, claro.
-Mamá, a ti porque te gusta leer, pero no toda la gente es igual.
-Pues si que la televisión tiene mucho atractivo, refunfuñó Celia, disconforme con los planteamientos actuales. Y en ese momento visualizó los catálogos de algunas mueblerías donde prácticamente no hay librerías y los muebles son por añadidura minimalistas. Así nos va.

viernes, 30 de octubre de 2009

Revuelo en París


Celia acaba de recibir una agradable noticia de su amiga María. Por fin va a ver cumplido el sueño de su vida: conocer París. Era lo que más deseaba desde hacia tiempo y como muchas veces le comentaba a Celia no le gustaría abandonar este mundo sin haber conocido la capital francesa. Sarcástica ella.
¡Esta mujer!, decía Celia para sus adentros, pensando que todavía hay tiempo por delante a pesar de que ambas son ya abuelitas y de las que cumplen, y si no que se lo digan a María, que desde hace diez meses está al pie del cañón con su niñita. Empezó con los biberones, pasó a los purés, luego a las frutas y así está ahora la bebé en cuestión, o sea para comérsela.
La idea ha sido de una de las hijas de María, precisamente la madre de la criatura, quien aprovechando unos días de vacaciones ha decidido hacer realidad ese sueño de su madre y, como en las películas o en esos concursos televisivos de tinte rosa donde uno acaba llorando a lágrima viva, un día le propuso la idea.
-Te voy a dar una sorpresa mamá, dijo ¿Qué te parece si nos vamos a París.
Celia se traslada con su mente al escenario donde se produjo la feliz noticia y se imagina a María con una cara de felicidad que no cabría en sí. ¡Qué bonito!.

La cuestión es quienes van a ir, porque María y su hija no conocen París, pero ojo al dato hay una tercera persona que sí y ese es el torbellino de Lola, hermana de María. O sea que conociendo a Lola, una persona tan viva, bulliciosa, llena de vida e inquieta ya se pueden preparar los parisinos porque estoy segura de que las van a armar y muy gordas. Es que Celia se las imagina y daría cualquier cosa por sumarme a la expedición.
-Cuidado por donde vais, les advierte Celia.
-No te preocupes, que las llevaré a ver las cuatro cosas fundamentales: la Torre Eiffel, Notre Dame, los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo y luego que disfruten con la iluminación navideña, dice Lola, que tiene muy claro lo que van a hacer en esos días previos a la Navidad, pues es en esa época cuando tienen programado el viaje.

Ya, ya. Tres mujeres en París, que peligro. Por cierto, dice Celia, ya que sabéis francés, ensayad ‘La Marsellesa’

domingo, 25 de octubre de 2009

Jolgorio en la plaza



‘Pasito para alante, pasito para atrás, muevan las caderas y den la vuelta’. En la plaza mayor donde vive Celia se ha instalado de nuevo el jolgorio y decimos de nuevo porque a lo largo de todo el verano ha sido un continuo quitar y poner los templetes para que unos músicos deleitasen y al mismo tiempo dejasen medio sordos al personal. Es curioso, pero pese a la lluvia, la plaza se ha llenado. No importa, la gente tiene los paraguas abiertos, lo que no impiden que se contorneen al son de la música, que va marcando el joven de turno, con micrófono en mano y haciendo que todo el mundo vibre con las notas del pasodoble.

El público es muy variopinto. Hay desde gente de mediana edad, mayores, matrimonios jóvenes con niños. Lo que más llama la atención es que sea un pasodoble, siii.., un pasodoble de aquellos que bailaban nuestros abueletes. Y hay que ver cómo mujeres y hombres de todas las edades se integran en la fiesta moviendo el culo, con perdón, a la vez que sostienen los paraguas y manejan a los más pequeños. Vamos, auténticos equilibristas. Y luego viene el coro o sea seguir la letra de ‘Cuéntame’, que ha hecho tan famosa la serie que lleva el mismo nombre. En fin, allí estaba todo el mundo feliz y contento, bueno todos no porque un hombre que pasó al lado de Celia dijo algo así como: ¿‘Es que este país no tendrá algo mejor que hacer’?.

Su cara estaba seria, ofendida como aquel que piensa que qué manera más idiota de tirar el dinero. Pero por otra parte Celia pensó que de vez en cuando hay que dar un poco de alegría al personal, que no todo debe girar alrededor de la crisis, el dinero, el paro, la política, los desfalcos y demás irregularidades, temas a que nos tienen tan acostumbrados últimamente las cadenas de televisión, los periódicos y demás medios de comunicación.

¿Que qué se celebraba? Nada menos que la inauguración de la nueva plaza tras cinco o seis meses de obras, que ha traído de cabeza a los que habitan en los alrededores como consecuencia de los molestos ruidos.
Celia cree que un poco de alegría para distraer a unos y otros, aunque sea a ritmo de pasodoble, no viene mal a nadie y, a quien no le guste, que siga camino. Hay que ser optimista y tener ganas de jolgorio para aguantar una jarana de este calibre, lloviendo y con el paraguas en mano. Menos mal que la temperatura era muy agradable. Algo es algo.

domingo, 18 de octubre de 2009

Sólo es un sueño



Celia y su hermana Marichu han salido de compras; pero ojo, no para aumentar la despensa de casa, sino el fondo de armario. Y es que para eso son peligrosísimas, sobre todo Marichu que trapo que ve trapo que dice: ‘Este para mííí…’. Y es que tiene un ojo.

En esta ocasión entraron en unos grandes almacenes y he aquí que curioseando entre estantería y estantería, Celia vio unos zapatos de aguja, de esos que tienen un tacón grande, inmenso a la vez que fino y elegante. El caso es que no pudo resistir la tentación de probárselos y, dicho y hecho, cogió uno de los zapatos, que era de un número mayor del que usaba y se lo puso en el pie derecho. ¡Que sensación!. De pronto empezó a ver cabezas y más cabezas y calvas y más calvas. Había crecido por lo menos diez centímetros. Su hermana Marichu que estaba a su lado alzó la cabeza y se la quedó mirando.
-¿Pero qué haces ahí arriba?. No me hagas mirar a las alturas que mis cervicales están un poco chuchurrías, espetó no sin antes cogerla de la mano para evitar que se cayera.
-¿Estoy sexy?.
-Con esos zapatos y tus vaqueros vas a conquistar a cualquiera, pero mejor si te los pones con un vestidito ceñido negro o rojo, de esos que a tí te gustan. Anda, baja de ahí que te vas a dar un porrazo y no quiero ir a urgencias.

La sesión no duro ni un minuto. Los tendones del pie derecho de Celia empezaron a experimentar unos tirones y un dolor que le transportó de nuevo a la tierra; vamos que bajó de sus sueños de comprarse unos zapatitos de tacón de aguja para sorprender a su marido, ajeno totalmente a las peripecias de su mujer y su cuñada.
-La verdad es que no sé cómo se puede resistir esto, decía Celia un tanto decepcionada y pensando en las miles de mujeres que llevan con soltura esos zapatos tan elegantes. Porque hay que reconocer que son elegantes y si tienes unas piernas bonitas es ya la repera.
-Está visto que las mujeres de cierta edad estamos mejor en la tierra que expuestas al peligro de darnos un porrazo por perder el equilibrio. Al menos ganaremos en salud.
-¿Verdad que esto no puede ser sano para mi columna?, dice Celia.
-No hija. Tu sigue con tus mocasines y para tacones; ya sabes cuatro centímetros como te dijo tu médico, la consoló Marichu.
Celia, con cierta añoranza, depositó el zapato en la estantería de la tienda. Al menos salió de allí contenta de haber experimentado qué sensación se tiene en esas las alturas.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Adiós playa



Hay veces que uno está bloqueado. No se sabe si será el cambio de estación, la llegado del frío, el decir adiós a la playa, que tanto se disfruta al final del verano y principios de otoño, sobre todo si hace bueno. Celia ha aprovechado este año hasta el último instante. ¡Qué delicia estar casi sola tendida en la arena, oyendo las olas del mar, dejándote calentar por el sol que ya empieza a declinar, tomar un baño fresquito pero aún soportable que luego agradeces cuando estás tendida al sol!. Y sobre todo tener un libro entre tus manos y poder disfrutar de su lectura sin que te molesten los chillidos o peleas de los niños o las conversaciones entre mujeres que, si están cerca de ti, te ponen al tanto de todo: desde los trapitos que se han comprado, lo que han puesto para comer ese día, con receta incluida en algunos casos, las disputas de pareja, cotilleos sobre actores, políticos y demás familia.

Celia toma su toalla, la bolsa y todos sus artilugios y se traslada un poco más lejos. Prefiere oír los graznidos de las gaviotas, que están posadas en las rocas al acecho de algún pez que vean en el agua, a las voces de esas cacatúas humanas que no paran de hablar.

Celia se queda mirando el horizonte, esa bahía maravillosa con sus montañas, sus pueblos surcados de casitas, sus playas. Y en medio de ese ensimismamiento surge un barco grande, inmenso, lleno de pasajeros que emprenden un viaje de placer hacia otras tierras. Van en la cubierta, dando el último adiós a esa ciudad que les vio nacer y a la que volverán dentro de unos días. Celia imagina a esos turistas haciendo fotos con sus cámaras a sus mujeres o a sus maridos, tomando como telón de fondo la zona más bonita de la bahía. Y es que en el fondo son como los japoneses, haciendo fotos a diestro y siniestro; y si no es con la máquina para eso están los móviles.

El barco se va alejando haciendo sonar la sirena para avisar a otros barcos más pequeños de que está atravesando el canal de la bahía. Celia rememora aquella vez que se enroló con su marido en un crucero por el Mediterráneo, viviendo una agradable aventura, de la que recuerda sobre todo los increíbles atardeceres. Eran todos diferentes y a cual más espectaculares. ¡Bendita naturaleza!

domingo, 27 de septiembre de 2009

Las experiencias de Lola




Lola es la hermana de Marichu, la amiga de Celia. Todos los meses suele venir unos días para ver a su hermana y de paso a su sobrina nieta con la que está chocha perdidita, según me dice Marichu. Desde que la conoció, todos los jueves que ella está aquí suelen salir las tres juntas a tomar una copa o a lo que se tercie, porque todo hay que decirlo: Lola es la monda. No tiene nada que ver con su hermana. Si la una es rubia, la otra es morena, si Marichu es más seria en su forma de pensar, Lola es pues eso, Lola; vamos que hace honor a su nombre. Yo no sé lo que tendrá ese nombre, que dicho sea de paso a Celia le encanta, que le sugiere una mujer muy ‘echá pa lante’. Tienen una cosa en común y es que cuando se ríen da gusto verlas, parece que se van a desternillar. Sin embargo cuando se habla de cosas serias hay que ver como es la mirada de Lola, parece que te va a taladrar, pero en el fondo todo es puro cuento porque acto seguido se ríe y sigue las bromas que Celia inocentemente o adrede le tira a su amiga.

No sé cómo hablando de perros, me contaba Lola una experiencia, y por cierto nada grata para ella, que había tenido hace tiempo. Comentaba que un día había ido a casa de una amiga, que tiene un chucho y que al día siguiente casualmente fue con los mismos pantalones vaqueros a casa de otra amiga, que también tenía otro perrito. Vamos que Celia ya se estaba imaginando por donde iban a ir los tiros. El caso es que el perrito de la segunda amiga se le acercó a sus maravillosas piernas, husmeó el pantalón de marras y ni corto ni perezoso se le subió a la pierna y empezó a hacer ese movimiento tan común que hacemos todos los humanos cuando se hace el acto sexual.

-Pero que hace este chucho?, clamaba Lola a su amiga, un tanto molesta pues a ella, además, no le gustan nada, pero nada de nada los perros.
Y el perro dale que te pego, subido a la hermosa pierna de Lola que gritaba: ¡Quítenme esto de aquí!.
Ja, Ja, Ja, reían Marichu y Celia, cuyas lágrimas brotaban de sus ojos de la pura risa, imaginando la situación y viendo cómo Lola gesticulaba con los brazos al tiempo que sacaba la pelvis para afuera.
-A lo mejor es que tú estabas en celo?, sugirió maliciosamente Celia?
-Calla, calla, lo que me faltaba por oír.
Las dos amigas rieron las hazañas de Lola al recordar esa imagen tan común en todas la casas donde hay un pero, pero que al parecer ésta desconocía.
-Menos mal que no era un pastor alemán, afirmó Marichu.

martes, 22 de septiembre de 2009

Al rico masaje




Celia ha decidido acudir a un ‘spa’ para recibir un maravilloso masaje en todo el body con el fin de reducir la tensión que día a día iba acumulando su cuerpo. Desde que estuvo en Tailandia no había vuelto a darse ningún masaje, pues la verdad es que aquella experiencia no fue tan gratificante como pensaba. Igual es que no estaba tan relajada como el momento lo requería, sobre todo teniendo en cuenta la gordura de aquella señora que abierta de patas se puso muy delicadamente encima de ella.

La verdad es que en esta ocasión la decoración, el ambiente, la música, las velas y el olor del incienso la trasladaron al mundo oriental nada más entrar en el local, donde unas señoritas, también orientales, están dispuestas a hacer lo que el cliente pida. Entre la variedad de masajes, Celia escogió el ‘Oriental herbal ball’. No sabía lo que era, pero le habían dicho que estaba muy bien. Nada más entrar en la habitación vio que sobre una mesita hervían unas bolas de hierbas comprimidas. En ese momento, Celia quiso echar a correr; no sabía si era peor quedarse en pelotas sobre la mesa o el masaje que le iban a dar con aquellas bolas calentadas a los 100º centígrados nada menos, pues el agua borboteaba que daba gusto. De pronto le entró el pánico: ¿me quedo, me voy o cambio de tratamiento?. Al final decidió probar el que había escogido.

La primera impresión fue en una de las piernas. Celia dio un respingo por lo caliente que estaba aquella bolita de las narices, pero luego se dejó hacer y pensó que aquellos fantásticos masajes con aceites y esencias aromáticas sabían a gloria pura. Por ello, resistió la presión de las bolas, cuya primera aplicación te hacía dar un saltito en la cama.

Cuando acabó toda la sesión y antes de ser invitada un estupendo té con un ligero sabor a jazmín, Celia quiso entrar en el aseo y cual no fue su sorpresa al ver que toda estancia era acristalada. ¿Qué es esto? se decía; pero si estoy viendo a la chica que me ha dado el masaje y a esa otra que va acompañando a un señor. ¿Cómo me voy a bajar los pantalones?, se preguntaba Celia, que no sabía que nadie podría ver su compungida cara. Bien es cierto, que resultaba un tanto incómodo que sintieras como si tu intimidad fuese violada, aunque en realidad no hay nada de nada. Trató de hacer las cosas con presteza, pues tenía la impresión de que todas las miradas estaban fijas en ella y salió de allí lo más aprisa que le permitieron sus pies. ¡Las necesidades fisiológicas en mi casa!, afirmó.

martes, 15 de septiembre de 2009

Silencio, por favor





Plan E, Plan E, Plan E, brrrrr……Hartitos están Celia, su marido, y todo el vecindario, que se encuentran con serias dificultades cada vez que quieren salir de su casa. Han de atravesar pequeños puentes metálicos, tablas de madera y eso en el mejor de los casos, porque si se encuentran con esas diminutas piedrecitas o sencillamente arena no digamos cómo acaban los pies. Las mujeres como llevan sandalias en verano se ven obligadas a andar a saltitos o sea alzando los pies, pero no como los canguros, no, sino primero alzando un pie y luego el otro. Y ojo, despacito. Vamos que la estampa es de lo más cómica, aunque no es para reírse pues las personas mayores se las ven y se las desean.

Celia, que vive en una capital de provincias, acaba de llegar a su casa. No puede más, le estalla la cabeza. Su paseo vespertino se ha convertido en una auténtica tortura y nunca mejor dicho. Y todo por culpa de una serie de circunstancias, que, todas juntitas, juntitas, han terminado por sacarla de sus casillas. Para empezar, y ya desde primeras horas de la mañana el ruido ensordecedor de las excavadoras que están poniendo ‘patas arriba’ la ciudad, interrumpe su sueño tranquilo y relajante de la noche. Como estamos en verano y hace calorcito las ventanas tienen que estar abiertas para ventilar y que la casa se mantenga fresquita. Pero claro, el ruido de la maquinaria utilizada por los obreros se mete hasta el rincón más lejano de la casa. Si a eso se une el polvo, el ‘cacao’ ya está organizado. Y Celia se pregunta: ¿el ‘Plan E’ tiene previsto que una vez terminada la obra los obreros hagan una limpieza interior de las casas?. Vamos que sería lo normal por las molestias a que han sometido durante casi cinco meses al vecindario y…lo que queda, pues ya en alguna que otra ocasión han tenido que levantar las baldosas por segunda vez porque no habían soterrado el ‘cable X‘. Lo malo es que después de levantarlo no sabían por donde andaba el dichoso cable. Así, como lo cuento. A eso se llama buena organización. Y Celia vuelve a preguntarse: ¿no hay algún responsable que deba controlar el buen hacer de las cosas para que éstas salgan bien, que vayan más rápidas y ocasionen las menores molestias?.

Dejemos el maravilloso ‘Plan E‘. Celia va a pasear al malecón o zona marítima, donde espera encontrar un poco de paz mirando la bella bahía y se encuentra con la ‘agradable’ sorpresa de que con motivo de celebrarse el Festival del Mar, unos ‘ingenieros’ de la electricidad están instalando altavoces a lo largo de todo el paseo. Para comprobar si las cosas van bien han puesto a todo volumen un CD de alguien que canta no sé qué canción, cuando a ella le apetecería una música algo más tranquila y relajante. Junto al mar y con la puesta de sol ya sería el más maravilloso de los sueños. Pero claro, todo ha quedado en eso, un sueño.

Sigue más adelante y ya llegan a la plaza más céntrica de la ciudad, sus oídos se encuentran con una música ensordecedora, y esta sí que a toda pastilla. Se trata de la presentación de una vuelta ciclista. La parafernalia que se ha montado es de aupa: una gran pantalla de televisión, cámaras, medios de comunicación y más música a tope. No puede más, se va a donde pueda encontrar un poco de paz y silencio.

Silencio. Eso quisiera Celia, poder respirar y oír el silencio. Si, Celia dice que el silencio se respira porque es entonces cuando los sentidos del olfato y del oído se centran en lo que tienes a tu alrededor y el olfato se da cuenta de que existen olores maravillosos, olores tales como a tierra mojada, a pinos, a eucaliptos u otros árboles de la naturaleza. También puede llegar hasta tí el olor del mar, de las marismas en bajamar, el olor de la primavera, del verano, del viento sur; el olor a leña quemada que sale de las chimeneas al atardecer en las casas de las aldeas más recónditas. Celia sueña, quisiera poder hacer realidad esas pequeñas cosas, que no cuestan tanto pero que siempre encuentran algún que otro inconveniente a lo largo del camino.

Y cuando llega a su casa donde espera hallar esa respuesta, de nuevo surge otro obstáculo: el televisor está encendido y el mando ya sabemos en manos de quien. Puntos suspensivos, porque si no está en pantalla el clásico debate sobre temas políticos de actualidad en el que siempre hay voces altisonantes y discordantes, se encuentra con un programa rosa que eso es ya el apaga y vámonos. Siempre los mismos personajes. Brrrrrr. Celia se pregunta ¿y para cuándo mis cedés de música clásica?. ¿Es que no puedo tener mi propio espacio?.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Difícil decisión


Perro, gato, gato, perro. Celia duda. ¿Cuál de los dos animales sería su mejor mascota para los años que le quedan de vida?. Su médico, que no es precisamente muy amante de los animales, le ha dicho que ni el uno ni el otro, pues teniendo en cuenta el promedio de vida de ambos, iba a coger parte de sus días de chochera y esos momentos no serían los más propicios para hacerse cargo de ellos. Al perro hay que bañarlo, pasearlo dos o tres veces al día para que defeque, entre otras cosas, y haga músculo también. Pero los cuidados no terminan ahí, pues hay que estar pendiente de las vacunas, de los piojos y no digamos nada si en sus cuerpo se instala alguna que otra garrapata.

Se lo piensa una y otra vez; admite que su médico tenga algo de razón y sobre todo recuerda aquel perro que por arte de ‘magia’ apareció un día en su casa de la mano de su marido que, por dar satisfacción a sus hijas, se presentó con el animalito en cuestión metido en una cajita de madera. Para las chicas fue un día de fiesta; nunca gozaron tanto como con la llegada de aquel bicho a la casa. Sin embargo para Celia fue otro cantar; ella no soportaba a los perros: en la calle si veía venir un perro por la misma acera era capaz de cambiar a la otra; no toleraba que el hocico de un animal como ese olisqueara o lamiera sus pies o su vestimenta. Vamos, que ya había pregonado a los cuatro vientos con anterioridad que si en su casa entraba un perro ella saldría de inmediato por la misma puerta.¡Qué ilusa!. ¿Cuántas mujeres habrán dicho lo mismo?

Pero de nada le sirvió su amenaza y un buen día aquel perro entró en casa. Al principio, la intolerancia fue total hasta tal punto que si Celia entraba en la cocina para hacer la comida estaba más tiempo subida en la banqueta que pisando el suelo. No aguantaba que el perro pusiera o mejor dicho clavara sus finas uñas en su bata de casa, su delantal o cualquier cosa que llevara puesta y que, como es lógico, acabaron con una finos agujeritos, apenas perceptibles a la vista.

Así pasó un día y otro, angustiada con la presencia de aquel ‘cuatro patas’ que nunca había querido, al que tenía que soportar su presencia, sus ladridos y para más narices al que tenía que preparar la comida. Sin duda lo suyo no eran los animales. Estaba claro. Sin embargo siempre llega un día en que las cosas empiezan a cambiar por ambas partes: me explico, el perrito en cuestión se va educando, ya no deja meaditas por las esquinas de la casa, sus ladridos no son tan continuos y, lo más importante, es el único que siempre sale a recibirte cuando entras por la puerta de la casa sea la hora que sea; por otro lado, Celia se resistió a los encantos de su mascota, a esas miradas que lo dicen todo sin abrir la boca. Y un buen día le deja lamer su mano sin hacer tantos ascos o le pone la correa para sacarlo de paseo. Primer error, pues ya hay otra persona dispuesta a sacar de paseo al perrito, librando de sus obligaciones a otras personas de la casa tan ‘comprometidas’ con sus obligaciones.

Incomprensiblemente Celia, a través de aquel perro, llamado ‘Buby’, aprendió a quererles, a acariciarles, a no tenerles miedo; pero siempre llega un día, ‘el día’ en que por una u otra razón hubo que sacrificarlo. Superar esa etapa, quien lo diría, fue lo más doloroso para Celia, quien andaba por la casa como una sonámbula, dirigiendo la mirada hacia los rincones donde solía estar habitualmente; echaba de menos la compañía de ‘Buby’ en las horas que se sentaba ante el televisor y éste se tendía a sus pies como si también él quisiera echar una siesta; echaba de menos el entrar en la casa y no encontrarse con la presencia del perro moviendo alegremente el rabo. Fueron sin duda años muy gratos, aunque también tuvo que soportar sus malas pulgas. Era feliz paseándole, yendo a la playa en las épocas permitidas, donde daba rienda suelta a sus carreras e incluso se sumergía en el agua si no había olas; o bañándose en la rampa de la zona marítima desde donde se tiraba para coger algún palo que le tiraba Celia. Era todo un espectáculo que entretenía además a la gente que paseaba por el lugar.

Aquel día en que ya se había tomado la decisión, de la que se haría cargo una de las hijas de Celia, ésta se encontró al volver de su trabajo con la sorpresa de que el perro estaba aun en casa. Por un lado, la hizo ilusión, pero por otro notaba que su angustia iba ‘in crescendo‘, pues sabía que sería testigo de su salida definitiva momentos después.

Pero lo peor no acabó ahí, ya que mientras Celia y su marido comían, el perro no se apartaba de su lado pidiendo algo de comer. La explicación es que tenía que ir en ayunas por indicación del veterinario. Celia recuerda ahora que estaba sentada en la silla y ‘Buby’ tenía las dos patas delanteras apoyadas en su pierna. De vez en cuando y con una de ellas le daba en el brazo como diciendo: ¡Que estoy aquí!. Insistía una y otra vez, mientras que a Celia se le partía el corazón no poder satisfacer ni con un trozo de pan su último capricho. Tenía además los ojos suplicantes clavados en ella, pese a que ya apenas veía y en ese momento fue la voz de la hija de Celia quien rompió el ensimismamiento tras decir: ¡Vamos Buby!.

Sólo habías vivido ocho años y saliste corriendo de alegría, creyendo que ibas a uno de tus habituales paseos, sin pensar en ningún momento que tus pasos estaban encaminados hacia la muerte. Celia lloró y mucho. Por eso, y después de analizar aquella situación, ha decidido que ni perro ni gato.

miércoles, 22 de julio de 2009

¡Otra vez no!



Celia coge el teléfono. Al otro lado del hilo oye la voz de un joven que le anuncia su visita inmediata para llevarle un presente en nombre de la editorial a la que representa.
-¡Otra vez no, por favor!. Si han estado aquí hace seis meses escasos. Resignación, se dice.
Celia vuelve a sentarse en su diván, frente a la televisión, pues no quiere perderse su novela favorita, que dura ya ni te cuento, pero la entretiene.
-¡Ojala no encuentren la calle, ojala no tengan dónde aparcar, ojala se retrasen una horita y me dejen en paz ver mi novela y, con un poco de suerte, me den tiempo a escaparme y tomarme mi café habitual!. Y el toro que lo lidie quien se quede en casa.
Pero Celia no tuvo esa suerte. A la media hora más o menos de reloj estaban puntuales presionando rabiosamente el timbre del portal. ¿Se me acabó la paz, córcholis!.

Dos individuos, no puedo decir jóvenes o rapaces porque no lo eran, ni adultos porque parece un término usado para los medicamentos, ni hombres porque sólo determina el género. Bueno dejemos de divagaciones y quedémonos con individuos. Traen sus maletitas de cuero, donde guardan miles de folletos que, según tus gustos, irán desplegando uno tras otro. Muy educados estrechan la mano de Celia, dejando en ella los efectos de sudor producido por el calor húmedo y agobiante del verano. ¿Cómo no van a sudar con sus trajes, su camisa cerrada hasta el cuello y luego esa corbata que si la aprietas un poquito más se les va a salir la lengua por la boca?.

La ingenua de Celia pone una condición: que sólo sea un minuto.
-Por supuesto señora. No se preocupe que sólo será un minuto.
Celia se dice paciencia, paciencia, ¿con qué me sorprenderán ahora?. Y he aquí que los dos visitantes le hacen entrega de un par de libros. Ya me están camelando.
-¡Bueno y esto a cambio de qué, porque no creo que por mi cara bonita me hagáis este presente!.
Y entonces empieza el desfile: usted es una de las clientas más antiguas (y tan antigua como que ya es abuela) y por ello queremos recompensar de alguna forma su entrega a nuestra editorial. Celia incrédula se queda mirándoles y entonces es cuando empieza la verborrea, acompañada por la apertura del maravilloso maletín. ¡Magia potagía, qué habrá en él!

Sobre mi maravillosa mesa toda llena de platitos de plata y otras chorradas inútiles empiezan a desplegar todo tipo de folletos: si te gusta la música pues música que te crió; si te gusta el arte pues hale veinte tomos escritos por los más renombrados entendidos en la materia; si te gusta la ciencia pues otro tanto de los mismo.
Pero de pronto te sorprenden con otra preguntita clave: ¿le gusta el pintor xxxx. Pues mire, dice Celia, es que no me hace ninguna ilusión ver en mis paredes los fusilamientos o los horrores de la guerra, No sé como decirle. Es que a mí me gustan las paredes más limpias. No tengo un palacio, ni una casa como la Moncloa.
-E insisten: le ofrecemos entonces unas reproducciones maravillosas de este otro pintor (xxx), ya enmarcadas, de tantas dimensiones.
-Oiga y ¿dónde piensan que voy a colgar tanto cuadro, si yo ya tengo la casa decorada?. Vamos, que mi casa con sus modestas dimensiones no tiene espacio para colgar tanta cosa.
Los argumentos van cayendo por su propio peso.

De pronto la pregunta que faltaba: ¿usted tiene hijos pequeños?.
-Mire mis pequeños son ya mis nietos.
-Pues para ellos esta maravillosa colección de dibujos animados, con los que pueden aprender hasta en inglés. No son bélicos ni contienen violencia. Una delicia.
Tira y afloja, tira y afloja, tira y afloja. Celia mira su reloj: han pasado tres cuartos de hora y su novela se ha ido al carajo. ¿Quién me va a contar lo que ha pasado en el episodio de marras?
Señora: su cumpleaños es el día tal del mes tal. Correcto?
-Si responde Celia con resignación.
-En esa fecha tendremos un detalle con usted y le enviaremos un libro.
-Perdón, reclama Celia, pero en esa fecha sólo admito joyas.
-¿Le importa que sean de 'cadena cien'?.
-¡Lo que me faltaba!, suspira Celia

martes, 14 de julio de 2009

Cumpleaños feliz...




“Quisiera ser tan alta como la luna, ¡ay, ay!, como la luna”, canturreaba Celia por lo bajines mientras limpiaba con una bayeta el polvo de los muebles de su casa, pues ese día le había fallado la asistenta. Y ¿por qué canto yo esa canción y no una del ‘Dúo Dinámico’ que tanto me gustaban en mis años mozos?, se pregunta un tanto pensativa. Será que tengo el día un tanto infantiloide. De pronto recuerda que es el cumpleaños de su nieta mayor: 14 años ya. “Me están haciendo un poco viejecita, pero conmigo no pueden. Faltaría más“.

Celia marca su número de teléfono y tras felicitar a su angelical nieta y ahijada, quedan para ir a buscar un regalito. Hasta ahora la abuela siempre había cumplido con un regalo maravillosamente empapelado y atado con un precioso lazo sujeto al envoltorio con una etiqueta que rezaba: ‘Felicidades’ o ‘Que tengas un feliz día. Pero en esta ocasión prefirió salir con su nieta y ambas se encaminaron a esas tiendas de moda juvenil, que además estaban de rebajas.

¡Qué locura!, y eso que era un día lluvioso. Su madre ya la había advertido de que de ropa nada, pero no contó con que Celia llevaba la tarjeta de crédito y que ambas salían por primera vez de compras solas. Sin mosquitos alrededor que estén continuamente incordiando sobre esto sí y esto no. Ella a su aire, empezó a fijarse en unos vestidos negros. “No puede ser, se decía Celia, esta se me quiere poner ahora de luto. Y yo, su abuela, tratando de ponerme los vestidos más pintorescos y alegres de la temporada veraniega”.

Visitamos tres tiendas y de las tres salió con un paquetito en la mano. Que si camisetas, que si una blusita, unos pantalones con peto. Después de este último tuve ya que poner freno a tanto despilfarro juvenil, aunque en el fondo Celia disfrutaba de la ilusión que reflejaban los ojos de su nieta. Además la había regalado también un MP4 para oír su música favorita. Luego me confesó que había borrado las canciones que metí en su día para mi deleite, pues los gustos, como no, no eran coincidentes. Igual estaba la canción de ‘Quisiera ser tan alta como la luna, ay, ay‘…..

viernes, 10 de julio de 2009

A la carta



Muchos ya saben por experiencia lo que cuesta entender o hacerse entender cuando uno sale a un país extranjero y se encuentra que no sabe ni ‘papa’ del idioma en cuestión. Bien es cierto que lo inmediato es recurrir a uno de esos idiomas como el francés o el inglés, que estudiaste en el siglo pasado y nunca mejor dicho. Pero aquí te encuentras también con otro inconveniente y es que ya se te ha olvidado la construcción de frases, muchas palabras del vocabulario y sólo recuerdas lo más básico; en definitiva saludos, agradecimientos, números y algún que otro plato de las cartas de los restaurantes.

Ahí quería yo llegar, porque claro no todas las cartas, por no decir casi ninguna, tienen la traducción al idioma castellano de sus suculentos platos. Algunos puedes deducirlos, pero otros…Vamos, que como Celia es muy pero que muy bruta y no hay nada que se le resista y no para hasta hacerse entender de la forma que sea, en su reciente viaje, y sabiendo que el codillo de cerdo es uno de los platos que mejor prepara la cocina alemana, señalaba a la camarera la parte de su codo, que no tiene ninguna similitud con el del cerdo pero igual colaba. Ella, que parecía muy espabilada, pareció entenderlo a la primera y ahí que llega a los pocos minutos con un plato cuyo contenido se salía del mismo. Celia se acordó entonces de Carpanta, aquel personaje del TBO tan gracioso, que hubiese disfrutado un montón cogiendo con ambas manos aquel tremendo hueso que emergía de entre un gran trozo de carne. Menos mal que estaba muy bueno.


En otra ocasión la camarera no era tan espabilada, quizás por su juventud y falta de experiencia y Celia que no daba con el significado de aquella palabreja, que se le había atravesado en todos los idiomas, recurrió a imitar el sonido de los animales: primero empezó con el ‘pío-pío’ por si se trataba de un pollo u otra ave y, como éste le falló, pasó con su ‘grrr-grrr’ a imitar al mítico cerdo, cochino, marrano, puerco; que cada uno escoja la denominación que más le guste. La camarera se puso contentísima y asintió por el acierto tan rápido de aquella turista tan graciosa. Y Celia más por supuesto. ¿Se imaginan que Celia hubiese tenido que imitar a un sin fin de animales de graja o de caza ante una paciente camarera que no sabia si reírse o darnos con la bandeja en el mismísimo coco? ¿Qué estarían pensando los comensales que ocupaban el resto de las mesas de la terraza?. Bueno al menos con los ruidos ambientales, el tono de las imitaciones quedaba amortiguado y no llegaría con tanta nitidez a sus oídos.

Sin embargo, hay una palabra que la entiende todo el mundo, es universal: ’Bier’ o sea cerveza y la digas como la digas, al instante estarás complacido. La única pregunta que te harán es si la quieres grande o pequeña, pero en inglés claro. Faltaría más. Y como tienes esa palabra tan aprendidita pues ¡hala! a la rica ‘bier’, como mínimo tres diarias y de 33ml. Otros se las bebían de una sentada, pero Celia no es precisamente una bebedora. La ventaja es que tiene poca graduación y no se sube a la cabeza. Algo es algo.

martes, 7 de julio de 2009

De viaje



Celia ha decidido tomarse unos días de vacaciones. ¡Por fin ha llegado su mes favorito: junio!. Su descanso no consiste en tirarse a la bartola en una playa caribeña y contemplar el mar o las palmeras. No. A ella le gusta andar, conocer cosas nuevas, culturas diferentes. Y claro, sus vacaciones se convierten en un cansancio continuo, pero a la vez gratificante; porque conocer significa estar aquí y allá, saber ‘lo que se cuece’ en cada ciudad, en cada esquina de sus calles, cómo son sus gentes, qué hacen, cómo viven y por supuesto qué comen o beben, pues dicho sea de paso, la gastronomía es muy importante.

En esta ocasión el país elegido ha sido Alemania. ¡Oh, qué rica cerveza voy a tomar!, pensaba antes de emprender su viaje, saboreando ya con la imaginación el frescor de esa bebida una vez que los labios han traspasado la barrera de la espuma. Sin embargo, lo que nunca pensó es que recién iniciado el verano se fuera a encontrar con 13 grados de temperatura y esa llovizna, que en el norte llamamos ‘chirimiri‘, y que a lo tonto te va calando pies y, si no llevas paraguas, pues el resto de la indumentaria, incluida la cabeza. Ya de entrada, y nada más salir del aeropuerto de Munich, una ola de aire fresco sacudió el cuerpo de Celia, que había iniciado el viaje bajo el tórrido calor de más de 30 grados. Terrorífico.

Pero he aquí que un corpulento joven de raza negra esperaba a la salida del aeropuerto con un Mercedes negro que, para más señas, tenia instaladas dos pantallitas de televisión en la parte trasera de los asientos delanteros. Para qué pondrán tanta televisión si cuando llegas de viaje lo que menos te apetece es ponerte en contacto con el mundo de la realidad. Sin embargo la cortesía del chófer para con sus invitados no tuvo límites: una calefacción a todo trapo que iba subiendo a medida que avanzaban por la carretera de acceso a la ciudad les acompañó durante toda la ruta. Dios mío casi una hora separaba el aeropuerto del hotel y la cabeza de Celia estaba ya a punto de estallar. Y encima el negrito no hablaba castellano. ¿Cómo decirle que bajara un poco los ‘graditos’ si él llevaba una zamarra que ni Celia se pondría en pleno invierno?. No lo comprendería. Aquella hora se convirtió en una auténtica tortura china.

Eso si, amabilidad toda: señora, entre por esta puerta, caballero pase por la otra puerta. Igualito, igualito que en España, donde si las señoras entran primero tienen luego que recular hasta posicionarse detrás del conductor por aquello de que si entras por la otra puerta te puedes quedar en el intento: cualquier vehículo que venga a una velocidad de vértigo te puede dejar en el lugar pasando a mejor vida. Pero él lo tenía todo muy estudiado y muy claro. No contravienen las leyes, pero si se fijan muy mucho en cómo deben aparcar el coche para que esto no suceda.

La llegada al hotel no dejó de ser menos dramática. Todo era perfecto pero las camas estaban cubiertas por sendos edredones de los que abrigan de verdad. La cuestión era decidirse por eso o nada. El ‘eso’ era cómo meterse en una sauna semejante y aguantar toda la noche, y el ‘nada’ era cómo quedarse al fresco y claro por la mañana podías aparecer como un pingüino. O sea que al edredón y a dormir por narices, pues el poner el aire acondicionado no es precisamente lo más recomendable para la salud.

Al bajar a tomar un refrigerio antes de acostarse, Celia se percató de que en la entrada del maravilloso hotel, vamos en la p…calle, señoras y señores y no precisamente empleados del hotel, deambulaban con los cigarrillos en la mano. Aquello dejó su sangre heladita. ¿ Y voy a tener que salir el fresco para fumar un cigarro?, se preguntó con cierta angustia. Pues si; la prohibición de fumar en cualquier lugar que no sea la calle se lleva a rajatabla. Por eso cuando sale el más mínimo rayo de sol y los restaurantes y cafeterías sacan sus mesas a la intemperie, en ninguna de ellas falta el cenicero de marras y ahí es donde todo el mundo acompaña sus jarras de cervezas o sus cafés con el cigarro en mano, lanzando al cielo bocanadas de humo con un placer increíble.

Lo más curioso es que posteriormente en un hotel de Berlín la habitación que les tocó en turno tenía una pequeña pegatina en la puerta advirtiendo que estaba prohibido fumar. ¿ Y por qué en mi puerta sí y en las otras no?, se quejaba Celia, que sin embargo al entrar en la alcoba se percató de que había un cenicero en la mesa que ocupaba el centro de la habitación. Como esta tenía una terraza y para no contradecir la estrictas leyes, tomó el cenicero, un cigarrillo y salió a fumar a la p…calle.

viernes, 12 de junio de 2009

Verborrea barata




Ja, ja, ja, me rio de los prepotentes, de los creen saber todo, de los que estiman que ellos nunca cometen errores y a la primera de cambio la hacen y gorda, de los que no saben qué decir al menor contratiempo cuando han hecho alarde de la verborrea más pura y dura para atacar al más débil, de los que se creen en posesión de la verdad sin admitir la más mínima crítica o consideración.


Me rio y al mismo tiempo me dan pena y lástima, pues lo único que demuestran es su pequeñez de miras, su estupidez, quedando en evidencia ante cualquier contrariedad que se les presenta. No admiten esa palabra tan sencilla como es decir 'no', la primera quizá que aprende el ser humano, o esa simple frase de "tienes razón amigo".


El prepotente se endiosa y envalentona ante el resto de los seres humanos. Cree que puede engañar a los que tiene enfrente, que su inteligencia está por encima de la de los demás, que con unas palabras bien maquilladas y adornadas, con guinda inclusive si viene al caso, puede hacer creíble su discurso preparado para la ocasión.


No se da cuenta, o prefiere ignorarlo, de que muchos de los que le escuchan están muy por encima de él, están dotados de mayor sabiduría e inteligencia; porque de sabios e inteligentes es saber escuchar, es saber admitir críticas y observaciones, es dialogar y no imponer, es tratar en definitiva a las personas como lo que son: seres humanos.

sábado, 6 de junio de 2009

Cuestión de destreza

Celia acaba de llegar de su clase de Pilates y está hecha unos zorros, pues la profesora les ha metido caña a base de bien. Hace su entrada triunfal en casa con el pensamiento de sentarse en el sofá y ver esa maravillosa película en la que trabaja su actor favorito, Robert Redford. Pero nada más meter la llave en la cerradura de la puerta se percata de que no está sola en casa y de que alguien se le ha adelantado y posiblemente adueñado del mando del televisor de plasma con TDT incluida; esa palabreja le recuerda a los productos que se usaban antiguamente para matar a ratas, cucarachas y otros bichejos.

-¿Quién ha ocupado mi espacio vital?, dice Celia utilizando un tono en el que ya deja entrever su contrariedad.
El marido, que se encuentra sentado en su sillón, lee el periódico a la par que compagina esa actividad tan lucrativa con el programita rosa de la jornada. Celia no se explica cómo se puede estar al loro en ambas cosas a no ser que con un ojo lea, y que se entere de lo que lee, y que al mismo tiempo con el otro ojo, y agudizando el oído, pueda seguir una conversación, diálogo o el guirigay en que se convierten la mayoría de las veces esos programitas. Y ojo, todo ello sosteniendo el mando en no sé qué mano. ¡Y que no se lo quite nadie!

Pero claro tiene que simular que el programa le interesa de verdad y entonces cierra el periódico, pero no suelta el condenado mando ni aunque le digas que en la cadena equis hay una película preciosa y maravillosa que te gustaría ver. Entonces no te queda otra alternativa que irte a tu cuarto y ver a tu gran Robert en versión diminutivo (porque la televisión es pequeñita, no por otra cosa), recurrir a la pataleta o amenazar con dejarle sin la cena. No cuela.

Sólo queda una última alternativa y es que el señor de la casa se quede dormido, como suele ocurrir a menudo. La hija de Celia, que contempla calladita el trauma cotidiano de su madre, se confabula con ella para avisarla en el supuesto de que el susodicho, o sea su padre, eche la cabezadita de una vez por todas.

El momento tan añorado llega enseguida; pero ahora se plantea otra cuestión y es cómo quitarle el mando de entre sus manos antes de que fallezca por un recalentamiento de las pilas. A veces es fácil y no se entera porque le puede más el sueño. Pero ojo, cuidado con los dedos de esa mano porque pueden, sin querer, empezar a apretar alguna tecla indebida y entonces sí que la hemos armado gorda.

En el caso de que ocurra esto último, que ya ha sucedido alguna que otra vez, te puedes encontrar con ese cartelito que te dice que no hay señal o algo parecido o bien no dar con las numerosas cadenas que tienes programadas porque el dedito en cuestión ha apretado el botón en el que no sale más que las regionales y poco más. Vamos, un desastre que Celia ya con el mando en la mano trata de desenredar, sin tener mucha idea de por donde se anda.

Y he aquí que encontrándose en tan desesperada tarea y con la película corriendo minuto a minuto, el infante despierta de su sueño y observando el desesperado empeño de Celia por arreglar la situación no se le ocurre decir otra cosa que ¡qué pasa!, que por qué la tele no funciona, si hay tormenta.
-Tranquilo chico, dice Celia, pero me gustaría saber dónde has posado tu dedo que esto no funciona.
-¿Ahora me echáis la culpa a mí? Yo no he hecho nada, se disculpa.

Al final Celia y su hija consiguen arreglar el desaguisado gracias a que tienen alguna ligera idea de cuál ha podido ser el botón que ha sufrido el atropello de marras por aquello de la cercanía al dedo índice. Todo vuelve a la normalidad y por supuesto Robert Redford acapara la pequeña pantalla del televisor gracias al trasvase del mando.
-¿Pero si esa película ya la habéis visto cien veces?, dice el marido de Celia un tanto fastidiado de no ser el dueño y señor del mando.
-Y tú a toda esa pandilla que no hace más que cotillear la vida de todo el que se les pone a tiro, y encima ponerles de vuelta y media.
En el fondo, y aunque les duela confesarlo, hay que ver cómo les gusta a muchos hombres esos programitas de marras. Y luego dicen de las mujeres

martes, 19 de mayo de 2009

A volar


Cómo somos las personas. La quinta y todavía no me he acostumbrado. Está visto que no hay remedio para estas cosas. A veces estamos deseando que alcen el vuelo ya e inicien su andadura como los pájaros cuando abandonan el nido y extienden sus pequeñas alas para volar y volar. Pero cuando llega ese momento sientes como si te arrancaran una parte muy importante de tu ser, porque alguien que ha convivido contigo tanto tiempo, con el paso de los años se convierte en la persona en que confías, en quien te apoyas. Es tu brazo derecho, tu pupila. Sabe consolarte en los momentos bajos, darte un abrazo cuando lo necesitas, escuchar tus sinsabores cotidianos o tus alegrías.

Pero siempre hay un día en la vida de toda persona que puede hacer cambiar por completo los esquemas de quienes viven alrededor. Reflexionas y llegas a la conclusión de que eso es lo normal, de que lo estabas deseando por su felicidad y su futuro. ¡Ya es hora de que abra las alas y emprenda su caminar!, te dices. Pero, ¡oh, oh!, siempre surgen los peros, las dudas, los temores; quieres lo mejor para ellos y te dolería enormemente que la hicieran daño, que no se cumplan aquellos objetivos que sueñas para los tuyos. Penas las hay, piensas, pero que sean las menos.

Una llamada de teléfono te pone en alerta, nerviosa. Callas porque no tienes derecho a inmiscuirte en su vida. Alguien habla al otro lado del hilo telefónico, es una voz masculina. Sonríe, quedan y a los pocos minutos abandona el sofá donde ha permanecido sentada a mi lado para salir por la puerta con la chaqueta y el bolso en la mano, no sin antes despedirse con un beso y un adiós.

La alegría se entremezcla con cierto sentimiento de angustia y una lágrima tonta surca de tus ojos. Por fin había llegado el momento de una cita. No era la primera vez y sin embargo, en esta ocasión, me cogió desprevenida: serán los años, digo yo. Lo curioso es que no podía olvidarla; la estancia, la manta que abrigaba su cuerpo, mantenían aún el olor de su perfume, al que permanece fiel desde hace años.

viernes, 15 de mayo de 2009

Esos sutiles humos



Manolito, Manolito, qué tendrán tus barritas de incienso, que aquí vienen María y Celia en busca de placeres y sensuales humos.
De nuevo, las dos amigas acuden a la tienda que Manolito ha puesto en el barrio hace más de dos años para comprar el maravilloso incienso que tanto mola a una y otra.


-¡No me lo puedo creer!, dice atónito Manolito, nada más verlas entrar por la puerta, quien es ese momento está acompañado de su pareja. Se llama Estefanía, es muy simpática, alegre y siempre está con la sonrisa en la boca y se desvive por atender a su clientela, que es muy variopinta.
-¿Es posible que ya hayais 'esnifado' los que comprasteis hace unos días?, exclama Manolito. Vais por muy mal camino; me parece que lo vuestro es puro vicio.
-Es que es tan, tan. No sé como calificarlo, asegura María, pero tienes toda la razón de que lo mío es ya un auténtico vicio y de los duros, porque me relaja, me hace sentir bien... Además, mira, es una disculpa pare venir a verte y charlar un rato.


Celia ratifica las palabras de su amiga y asegura que todas las tardes cuando se pone delante de la pantalla tiene que tener encendido un palito y si es ese de color teja, ya es el sumun, el no va más.
-¿Te refieres a ese que dicen que huele a hombre?.
-No sé si olerá a hombre o a qué, dice Celia, pero es magnifico, tiene un olor que despierta tu sensualidad y si encima tienes algo de música puesta, así en plan relajante e insinuante, no te quiero ni contar.
El caso es que María y Celia ya se han puesto de acuerdo para bautizar a esas barritas de incienso con el nombre de 'amor de hombre'.


Manolito teme a ambas mujeres cada vez que aparecen por la tienda. Y no es para menos pues entre una y otra arrasan con las existencias del 'amor de hombre', que al perecer tiene bastante éxito, y prueba de ello es que en la tienda ya no queda nada de nada para desencanto de las dos amigas.
El hombre está preocupado por no poder atender a sus amigas como él quisiera, pero es entonces cuando por medio de su palabrería y sus buenos dotes comerciales comienza la sesión. Saca una cajita y luego otra y otra y otra y las pone encima del mostrador. El producto es similar, de la misma casa, del mismo país (Japón) pero pena, penita, pena, ya no huelen a 'amor de hombre'. Unas son de lavanda, otras de jazmin, canela, té verde (denominación del té que ya aparece en las colonias, cremas, champús y ahora en el incienso. Hay sobre la mesa hasta diez o doce cajitas, preciosas, hechas con el esmero y el diseño de los japoneses que en ese arte son inigualables.
María y Celia huelen aquí y allá.


Llega un momento en que están ya casi mareadas de tantos efluvios, que confunden unos aromas con otros. Vamos igualito, igualito que lo que te ocurre cuando vas a una perfumería a probar nuevos aromas, y lo malo es que al final todos te parecen similares y tienes la sensación de que las narines te huelen ya a esos potingues tan sutiles.


Pero María quiere saber cuando llegan sus favoritos y vuelve a la carga con Manolito, quien no sabe ya qué hacer para que sustituyan el 'amor de hombre' por otras barritas igual de maravillosas. Y claro, como no pueden pasar sin ellas pues pican y al final se llevan su estupendo paquetito tan felices, atado con un lazo y todo. Y es que Manolito es muy detallista; está en todo. Y no digamos cuando se trata de algo más especial que unas simples barritas de incienso. Vale, vale, no son simples, son maravillosas.

domingo, 10 de mayo de 2009

Esos pequeños intelectuales



Benita, esa maravillosa mujer que tanto cuida y mima a Cuchifritín, ya es abuela de nada menos que de diez retoños. La buena de Benita, que ha tenido cinco hijos al igual que Celia, llamó ayer por teléfono a su querida niña Celia, porque Celia será siempre su niña, para hablarla de sus cosas, de esas miles de tonterías de sus nietos que tanto placer la proporcionan y por los que está chocha perdida. Contaba que estando allá por la zona del Bierzo, donde vive una de sus hijas con sus tres retoños y su marido, por supuesto, fue un día a visitarla su nieto mayor.

Diego, a sus cinco años, ya iba al colegio y además del castellano estudiaba la gramática inglesa y la gallega, por aquello de que el Bierzo limita con la citada comunidad. El chiquillo, niño encantador donde los haya, llegó eufórico a casa de su abuela Benita y se puso a contarle las últimas novedades del cole.
-Abuela, hoy me han enseñado a decir 'adiós' en gallego. ¿Tú sabes cómo se dice?
-No hijo, repuso Benita muy digna a la espera de que su nieto le desvelara tal incógnita.
-Pues se dice 'good bye'.
-Hijo, me parece que estás aprendiendo demasiado rápido, le contestó.

Estos niños que inteligentes son, se decía para sí doña Benita, quien no pudo evitar una sonrisa por el error de su nieto. Póbrecito, pensaría la abuela; esto de aprender tres idiomas a la vez con cinco años debe ser muy, pero que muy duro.

Celia cuenta también alguna anécdota de los suyos a Benita. Le dice que tiene también una nieta que es muy intelectual. Siempre le ha gustado mucho la lectura y es una devoradora de libros. Tendría la misma edad que Diego, cuando un día paseando con su madre por la ciudad, se pararon ante un escaparate que exponía numerosas láminas para enmarcar, y cuadros.
A ella le llamó la atención una obra de arte abstracto. No comprendiendo aquellos brochazos irregulares que iban de derecha a izquierda y de arriba a abajo, sin ton ni son, no se le ocurrió otra cosa que decir a su madre: “que chapuza”. Palabras textuales.
La niña, a quien su madre trataba de explicar el sentido de aquellas manifestaciones artísticas del pintor en cuestión, adujo que cuando su profesora le daba una hoja con un dibujo para colorear, no podían salirse de los márgenes y en aquel lienzo se habían salido y mucho.
Cosas de niños, pero que dentro de sus razonamientos no le faltaba razón: Aquello era una auténtica chapuza. Y si no que venga la profesora a dar su calificación.

martes, 5 de mayo de 2009

Música frente al mar




¡Cuántos jóvenes, la mayoría inmigrantes, recurren a la música para obtener pequeños ingresos!. Están en las calles, en las plazoletas de las ciudades, en los lugares más transitados por la gente. Algunas veces cantan acompañados de sus guitarras, aunque en la mayoría de los casos utilizan otros instrumentos como la trompeta, el saxofon, el acordeón y, en muy raras ocasiones, el violín. Su repertorio son las canciones de siempre con más o menos ritmo, predominando las hispanoamericanas; de esta forma, el público está ya asegurado, dada la creciente población de habla hispana.

Caminando por el paseo marítimo de la bella capital cántabra, a Celia, que iba ensimismada en la contemplación de la incomparable bahía, radiante del sol del atardecer, le llamó la atención la presencia de dos hombres quienes, sentados en un banco frente al mar, tocaban con sus respectivos instrumentos canciones cálidas y románticas. No era, ni con mucho, el lugar habitual de sus conciertos ni tampoco la hora, las ocho de la tarde, pero allí estaban. Es posible que descansaran de su ajetreadra jornada callejera, contemplando la mar azul, acariciados por la brisa del nordeste.

Su repretorio no era el habitual, tocaban lo que les salía del alma. Tocaban para ellos, para la mar, para las montañas. A sus pies no había ninguna gorra. Solo ellos dos y la mar.

sábado, 2 de mayo de 2009

Ser madre





'Celia madrecita'. Ése era uno de los títulos de la colección que sobre dicho personaje escribió Elena Fortuny. No recuerdo lo que ella experimentaría la primera vez que tuvo entre sus brazos a su primerizo, pero lo cierto es que Celia, la de mi blog, si sabe cuál fue su reacción cuando vio, en este caso a su primera niña, en una diminuta cunita al lado de su cama en la clínica donde dio a luz. Estaba a su lado y al despertar de ese letargo como consecuencia de la anestesia buscó con la mirada a su alrededor hasta ver la cuna. Dentro, acurrucada y sumida en el más dulce de los sueños, estaba su hija. Sonriendo, sin apartar los ojos, en los que al mismo tiempo se acumulaban lágrimas de emoción, la miraba una y otra vez. ¡Esta es mi niña, la que he llevado en mi vientre durante nueve meses, la que me daba tantas pataditas sobre todo por las noches!, decía sin dejar de observarla. No se lo podía creer. ¡Qué belleza!.
Celia miraba sus ojos con sus finas pestañas, su diminuta nariz, su boquita, su piel sonrosada. Luego trataba de coger su manita, pero fue la niña quien se agarró fuertemente al dedo de su recien estrenada madre. Y es ahí donde se produce una intensa emoción. Es como si la pequeña quisiera pedirle a su madre que no la abandone nunca, que esté siempre a su lado. Celia sigue observándola, de pronto la niña hace pucheros con la boquita, pero no llora. Dicen que los bebés también tienen sueños. ¿Qué estará soñando?.
Celia quiere abrazarla, tratar de trasmitirla el mensaje de que estará con ella siempre pase lo que pase, hacerla saber que estará protegida, que contará con su cariño incondicional, que sus manos guiarán sus primeros pasos, que su voz le narrará bellos cuentos e historias, que sus ojos leerán los primeros cuentos. También la enseñará a distinguir el olor de las flores, el del mar, el del viento sur, el de la hierba recien segada. Y por supuesto la introducirá en los bellos compases de la música clásica.
Celia sigue soñando; como todas las madres, son muchos los proyectos que tiene en mente acerca de su hija. Ella si que sueña despierta: ¿a quién se parecerá, cómo tendrá el pelo, cuál será su primera palabra?. Y cuando crezca la enseñaré a rezar e iremos juntas aquí y allá, y jugaremos y luego la llevaré al colegio como lo hacía su abuela conmigo, se dice. Y luego, y luego....Celia sigue soñando.

sábado, 25 de abril de 2009

Cajón desastre


Cómo son los niños. Amorosos, simpáticos, melosos, pícaros en ocasiones, inocentones, pero todos, todos, tienen algo especial que, con sus palabras, gestos, sonrisas o una simple mirada, consiguen hacer vibrar a los mayores, quienes en un momento dado se hacen como ellos o sea niños. Por eso se suelen llevar tan bien. Hay cierta conexión porque ellos les entienden, tienen paciencia y sobre todo experiencia. Celia tiene ya seis nietos, entre ellos dos gemelos que no tienen desperdicio y digo esto porque lo que no se les ocurra a ellos...Les compara con los famosos personajes de Zipi y Zape, sólo que, en este caso, ambos tienen el mismo color de pelo y su madre los suele vestir de forma diferente para poder distinguirlos, no ella logicamente sino el resto de la gente, pues son como dos gotas de agua.

Viven en una casa de campo y sus mayores distracciones, además de los animales que pululan por el jardín (gallinas, ocas, perros, gatos, un burrito y un cerdo), son los coches, grúas, aviones, las herramientas de trabajo de su padre y cómo no las muñecas de su hermana mayor, a quien traen por la calle de la amargura. Tienen cinco años pero para ellos no existe imposibles. Si las muñecas en cuestión están en la estantería más alta del cuarto de su hermana se las ingenian para cogerlas escalando, si escalando por las estanterias. Vamos que sobran las sillas y los taburetes. Una vez en sus manos comienza la sesión de peluquería y maquillaje. No se limitan a lavarlas el pelo sino que con unas maravillosas tijeras, que sólo Dios sabe de dónde han sacado, dan rienda suelta a su imaginación: fuera flequillos, fuera melenas y rizos. Y claro, la muñeca en cuestión se convierte en una punki de mucho cuidado. Y luego llega la sesión de maquillaje para ponerla a punto: Unos ojos que ni los de Alaska, unos morritos que se parecen a los de Esther Cañadas y unos coloretes como punto final que la hacen irreconocible. Son sus novias, dicen los angelitos con una cara que no sabes si echarles la bronca o dar media vuelta y reirte a sus espaldas, claro. Su hermana pone en grito en el cielo, ya no sabe qué hacer con ellos puesto que en más de una ocasión sus muñecas favoritas han acabado en el cubo de la basura. Ni la prima de Celia, Matonkiki, hacía tales barrabasadas.

Lo peor son los aprietos en que a veces ponen a su madre, como aquella en que viajaban en un autobús y en una parada subió una joven que debía tener numerosos encantos, pues ambos pusieron los ojos en ella y además de ensalzar su belleza empezaron a discutir si era la novia de uno o de otro. Si uno la quería para él, el otro no se quedaba rezagado. El caso es que la discusión fue elevándose de tono hasta el punto de que se convirtieron en el hazmerreir de los viajeros, mientras que la madre, colorada como un pimiento, no sabía si meterse debajo del asiento o bajarse en la próxima parada. Y es que los niños son terribles: ¿se imaginan dos mocosos disputándose una chica en un transporte público?. Niños, pero al fin y al cabo con gracia.

miércoles, 8 de abril de 2009

A cuenta de los perros






Esta va de perros. Celia no sale de su asombro. Acaba de leer que el Ayuntamiento de Girona, Gerona para los españoles, tiene previsto aprobar una nueva ordenanza que prevé multar con 400 euros a los dueños de sus perros que no les saquen a pasear a la calle al menos durante veinte minutos diarios. Pero la cosa no queda ahí, ya que también se sancionará con 500 euros a quienes les bañen en la vía pública y por no tenerlo censado.

Todo ello viene ya de lejos, tras las numerosas quejas recibidas en el consistorio porque los canes no dejaban de ladrar día y noche, pues sus irresponsables propietarios no les sacaban nunca a la calle. Celia tuvo hace años un perro, muy inquieto por cierto como todos los foxterrier, y sabe que los paseos de estos animales son necesarios no solo para que se mantengan en forma sino para que puedan hacer sus necesidades fisiológicas, que para eso se les educa de que en la vivienda nada de nada. Por eso tres paseos al día, dice, es lo mínimo para que luego el perro se mantenga como una malva en casa y no desconcierte a los vecinos con sus ladridos tan inoportunos como molestos.

Los propietarios se las van a ver y desear porque serán sancionados por permitir que orinen en las fachadas. ¿Tiene previsto el alcalde instalar pipi-canes en toda la ciudad?. Porque, ojo, a un perro no se le puede decir “aquí no mees mi vida, espera a que lleguemos al punto X donde tienes la posibilidad de desahogarte a gusto“. Y a los que defequen en la vía pública una multa de 400 euros. Esto último está muy bien, pues hay que ver cómo están muchas calles de cualquier ciudad.

También se prevén multas de 150 euros para los que paseen sin correa, que podrían aumentar a 600 en el caso de que fueran peligrosos y fuesen sin bozal. Tampoco se permitirá bañar a los animales en la vía pública (no sé si algunos propietarios tendrán la llave de las bocas de riego para hacerlo). No especifica nada sobre las playas y dice Celia esto porque en sus largos paseos vio como algunos/as se llevaban la pastilla de jabón en mano y los bañaban en la orilla del mar. Esperpéntico.. Queda todavía otra multa, que asciende a 2.000 euros, y que se impondrá por tener un perro ‘potencialmente peligroso’ sin la licencia administrativa que concede la Generalitat.

En conjunto estas medidas están bien, un poco abusivas todo hay que decirlo, aunque Celia piensa que primero debería empezarse por impartir un curso a los dueños y hacerles ver que el tener un animal de estos en casa es una responsabilidad que deben asumir desde un principio, pues no se trata de un peluche a quien se puede aparcar en cualquier rincón de la casa a tu antojo y dejarle todo el día solo. Es, sin duda, el mejor amigo del hombre, el que siempre estará detrás de la puerta esperando tu regreso, el que da alegría y vitalidad a la casa, pero a la inversa qué menos que pedir a los dueños que correspondan con un mínimo de deberes.

A saber: el bañito en casa y ese día doble sesión de limpieza del baño; buen pienso para comer, un puñado de bolsitas en el bolsillo para recoger los excrementos cada vez que sales de paseo y para la orina pues un dodotis o una compresa con alas o sin alas. Me da igual, al gusto del consumidor. Y la Consejería de Medio Ambiente que subvencione las bolsitas, las compresas y ponga muchos pipi-canes. El resultado de estos últimos no se sabe, pero en otras ciudades acabaron desapareciendo porque los perros no llegaban a tiempo o se asustaban cuando salía el agua.

Por cierto, Celia se pregunta: primero, si la Alcaldía no tomará una medida similar con aquellas personas que orinan, defecan o vomitan en plena calle, pues los fines de semana sobre todo el ambiente se caldea a base de bien después de consumir tanto cubata, gin-tonic o simplemente las cervezas de turno; segundo, si no se tomarán medidas contra los que provocan camorras en las calles, griten o molesten al vecindario o los que andan al ‘rapto’ de las carteras de los bolsos ajenos.

De llevarse a cabo a rajatabla esta normativa, las arcas municipales de esta ciudad se van a ver aumentadas considerablemente, lo cual no le vendrá mal para ir superando la crisis económica.

domingo, 5 de abril de 2009

Dichosos protocolos






Qué difícil sacar a diario un tema para tratar en tu blog. Ante mi ordenador y aspirando la fragancia del incienso que acabo de encender, regalo de mi amiga María que todo hay que decirlo, Celia piensa en algo que les agradase a sus lectores y no acaba de dar con la clave, pues a ella le gusta tratar temas que contengan cierta chispa. Rechaza todo lo relacionado con la política y los políticos. Pero he aquí que hace unos días quedó sorprendida al ver en la portada del periódico londinense ‘The Times‘, una fotografía en la que la primera dama norteamericana Michelle Obama pasa su brazo por los hombros de la Reina Isabel II de Inglaterra, a la vez que ésta posa su brazo derecho en la cintura de la primera. Vamos, que para ser la primera vez que se ven da la impresión de que son madre e hija o amigas de toda la vida. Está claro que ni lo uno ni lo otro: una es blanca y la otra es negra, una es ya abuela y la otra es madre. Se saltaron el protocolo, tan estricto en ese país, que sólo permite besar o dar la mano a la Reina, pero llegar a tales confianzas…

Pero Celia se pregunta ¿quién fue la primera en posar su brazo sobre el cuerpo de la otra?. A saber. Las malas lenguas dicen que fue la Reina quien cogió por la cintura a la primera dama, lo que forzó a que Michelle hiciera un tanto de los mismo. Pero claro, dada la diferencia de estatura la señora Obama no podía forzar su brazo y bajarlo hasta la cintura de la Reina pues saldría en la foto como la Torre de Pisa, o sea inclinada. Está visto que la abuelita londinense se salta algún que otro protocolo últimamente, como leer libros cuando se traslada en carroza o viaja en coche: (leer ‘Una lectora nada común‘), un libro lleno de ironía y gracia a raudales. Muy bueno. Celia os lo recomienda.

A raíz de esa foto, algunos se han preguntado si ambos países habrán sellado alguna relación especial. Sea como fuere, no parece que vaya a haber ningún conflicto diplomático, como el ocurrido en 1992, fecha en que el primer ministro australiano, quien se había desplazado en viaje oficial a Reino Unido, parece ser que también puso su brazo alrededor de la Reina, provocando tal polémica que posteriormente el jefe de Gobierno tuvo que salir al paso y desmentir que hubiese tocado ‘alguna parte importante‘. Vamos, solo faltaría eso.

Otro al que le encanta saltarse todos los protocolos es al presidente cántabro Miguel Ángel Revilla, quien como es también muy bajito, al despedirse del Rey don Juan Carlos durante uno de sus múltiples encuentros poco menos que se le colgó del cuello (las fotos así lo evidencian) y no conforme con eso encima le dice ‘Majestad, le quiero‘. Por Dios, una declaración de amor en toda regla y delante de todo el mundo. Lo gracioso es que, además, fue correspondido pues el Rey le contestó “y yo a ti Revilla, y yo a ti”. Como dos niños.