domingo, 29 de marzo de 2009

Sesión de maquillaje









Celia tiene una hermana. Se llama Marichu y suelen salir juntas todas las tardes para tomar su café y luego dar largos paseos. Bueno lo de largos es un decir. Todo depende del pie con que se haya levantado ese día y sobre todo es peligrosísima si ha llegado el cambio de estación. Va con la moda, es decir en marzo se compra ya la ropa de verano y los bikinis y en verano ampliará su armario con la nueva ropa de invierno. Imagínense ustedes con el fresquito que hace ahora probarse bikinis en los probadores de las tiendas, ya que prácticamente te tienes que quedar en pelotas. Pero Marichu, que es muy presumida, lo aguanta todo. A ella le privan las tiendas ya sean de ropa exterior, interior o de baño. Tiene colección de bikinis y de medias, que suele comprar en la tienda de su amiga Bárbara, una rubia que dicho sea de paso está muy bien, pero que muy bien, pero no se hagan ilusiones porque tiene pareja y un hijo ya mocete.

El caso es que las dos hermanas en uno de sus paseos cotidianos se enteraron de que en la perfumería donde habitualmente compran sus perfumes y cremitas, había un curso de maquillaje. Ambas se miraron y dijeron que querían apuntarse.
-Solo queda la hora de las 10 de la mañana, dijo la dependienta.
-¡Horror!. Celia y Marichu, que no son precisamente muy madrugadoras, se miraron con signo de interrogación.
-¿Vamos a venir a las 10 de la mañana?, exclamó Marichu que a esa hora suele tener las pestañas más pegadas que una lapa a una roca.
Celia que no es de mucho madrugar tampoco dijo enseguida que sí pues, todo hay que decirlo, es muy presumida y el aprender esas artes la encantan. Marichu, pese a que le gusta ir con la cara lavada y poco más, le pudo al final la curiosidad. Por lo tanto, y después de mucho cavilar, se comprometieron a acudir al curso intensivo de dos horas que impartía un joven de una prestigiosa casa francesa. Nada más y nada menos.

Puntuales se presentaron al día siguiente en la perfumería, donde un total de cinco alumnas, unas más aventajadas que otras, tomaban asiento ante sus respectivos espejos, con bandejita incluida en las que el representante iba dejando los utensilios y las cremas de limpieza, hidratación, suero, correctores de ojeras, sombras de ojos, lápices de ojos y labios, barra de labios,colorete. En fin, de todo. Lógicamente los colores se repartían según el color de tez o de ojos de cada una. Vamos, muy pensado y estudiado para que luego piques.

Marichu, que nunca se maquilla, se puso la cinta en la cabellera cual indio apache para sujetar el pelo y empezó a echarse los potingues. Ella se miraba en el espejo y decía: ¡Que horror, que horror!. La apoteosis fue cuando comenzó a ponerse las sombras de los ojos, todo muy discreto, y a pintarse con el lápiz. Curva por aquí, curva por allá.
-¡A mi no me sale y además para qué me lo pongo si con este párpado caído no se me va a ver nada!, decía.
Pero el joven insistía con la mejor de sus sonrisas en que había que hacer todos los pasos para aprender. Bueno, la verdad es que lo que más la gustó a ella fue cuando tocó el turno del rimel. Bien es cierto que son las pestañas y la boca lo único que se pinta en el día a día. Y un inciso para decir que hace poco se compró un rimel que pulsando un pequeño dispositivo vibra al echártelo. Las pestañas con tanta vibración no sé si se quedarán tiesas, curvadas o medio electrizadas, digo yo. ¿Se siente algo? Le pregunté a mi hermana con recochineo, pues que yo sepa en esa parte del cuerpo humano no hay ningún punto XXX. De risa.

Una vez terminada la sesión, agradecimientos y compras incluidas, pues siempre picas bien porque te falta algo o porque te has encontrado atractiva con ese nuevo color de labios, Marichu y Celia dirigieron sus pasos a sus respectivas casas. Recibieron algún que otro piropo por el camino, todo hay que decirlo, pues estaban muy guapas, aunque Marichu seguía insistiendo en que no se veía, que no se veía y que no se veía. Toda aquella mascarilla debía pesarle un montón, pero, pese a sus protestas, también hay que decir que no se quitó el maquillaje hasta por la noche, según me confesó al día siguiente. Presumidilla ella como su hermana. Cuando regresó a casa su marido anunció su llegada con un ¡Ya me la han restaurado!. Desde entonces no ha vuelto a maquillarse, aunque sigue fiel y su rimel vibrador y a su lápiz de labios.

viernes, 20 de marzo de 2009

Bienvenido al blog

Esto de los blogs es la repera. Después de años de trabajo, en el caso de Celia, delante de un ordenador, ahora ha descubierto que éste puede servir para algo más que para utilizarlo como mero instrumento de trabajo, trabajo. Celia por fin se ha liberado y, ya en su casa, donde le han instalado un ordenador maravilloso, ha comenzado a volcar en su blog sus pensamientos o sus aventuras con sus amigas sobre todo con la dinámica y marchosa María. Cada día se instala delante del ordenador al menos un par de horitas, dando rienda suelta a lo que más le apetece, bien jugar al solitario, escribir, leer noticias y, por supuesto, que no falte el control de su blog.

¡Ojo, ojo!. Es lo primero que hace. ¡Qué ilusión ver que las visitas aumentan día a día. Primero son españolitos, no sabes de donde, pero de aquí. Luego se introducen en la lista los holandeses. Bueno Celia piensa que la mayoría puedan ser inmigrantes españoles, pues ¿cuántos saben allí nuestro idioma?. Vamos que llega un momento en que ambas listas se equiparan de tal forma que llegan a igualarse. Y ya lo más de lo más es cuando empieza a ver algún país sudamericano. ¡Qué ilusión!. Es que Celia ya no cabe en sí de alegría.

Primero fue México, luego Colombia, Venezuela y Argentina. Y estos últimos de un porrazo. Pero Celia, me imagino que como a los internautas que empiezan a hacer pinitos de esta guisa, está un poco triste: pensaba que al menos algunos/as de estas visitas dejarían algún comentario sobre sus escritos en el blog, aunque fuesen breves. A Celia le gustaría saber si a la gente le gusta lo que dice, si hay alguien que comulgue con sus pensamientos o si está en la estratosfera, que todo puede ser, vamos. He subrayado esas palabras porque sin quererlo me ha salido el título del libro ‘Celia lo que dice‘, de Elena Fortun, una escritora que en los años cincuenta deleitó a las niñas con sus historias sobre Celia, sus hermanos, primos y familia. El éxito de sus libros fue tal que se han vuelto a editar para generaciones posteriores e incluso llegó a hacerse una serie en televisión.

martes, 17 de marzo de 2009

Regatas en la bahia



Cuando regresaba a mi casa por el paseo que hay junto a la bahía empezaban a salir a la mar las primeras embarcaciones con sus velas de vivos colores desplegadas al viento. Como cada sábado, jóvenes aficionados a este deporte, debidamente ataviados con gruesos jerseys de lana y chalecos, se hacían a la mar poniendo rumbo a un lugar indefinido con el viento favorable del Nordeste. La bahía estaba radiante de luz y colorido. Hacía sol y algo de marejadilla. Esta estampa, contemplada sábado tras sábado desde hacía unos cuantos años, me trasladó a la casa de mis padres, desde donde se divisaba toda la bahía, con las montañas al fondo. La salida de los barcos coincidía con la hora de la comida y era obligada echar la vista hacia la mar para contemplar tan maravilloso espectáculo: Velas rojas, azules, blancas, verdes, amarillas, a rayas horizontales o verticales.

Hacia ya tiempo de esto y sin embargo me dio un vuelco el corazón. A esa misma hora, pensaba, todos los sábados nos reuníamos a comer en casa de mis padres y mis pasos iban por el mismo camino que en aquel entonces con la diferencia de que ahora me dirigía a mi casa. Pero han pasado ya dos años y no hay nadie que nos espere, nadie que nos abra la puerta. Todo ha quedado vacío, en silencio. Los abuelos se fueron y es difícil hacerles comprender a los niños e incluso a nosotros mismos que las cosas son diferentes. Nadie ha vuelto a pisar aquella estancia por la que jugamos y corrimos con nuestros hijos, o sea sus nietos.

Dos años y sin embargo cada sábado vuelvo a recordar nuestras reuniones familiares tan entrañables alrededor de la mesa. Luego en mi casa, preparando la bandeja con los cafés, nuevamente me viene a la memoria la hora del café en la de mis padres. Y es que han sido todos los sábados de nuestra vida junto a ellos y es muy difícil cambiar el chip. ¡Seré sensiblona!. No es posible que esto me esté pasando a mí después de estos años transcurridos.

Pero lo peor de todo es pasar junto a la casa, alzar la vista y contemplar las ventanas cerradas a cal y canto y las terrazas totalmente vacías de plantas, de la mesa y las sillas con sus almohadones de color rojo, donde tantas veces nos sentábamos a tomar el sol o a contemplar el paisaje de la bahía, las regatas en verano de traineras o las de los veleros a lo largo del año. O aquellos otros más pequeños que salían a navegar de la Escuela de Vela todos los sábados, tripulados por niños que comenzaban a hacer sus pinitos en la mar bajo la vigilancia de los monitores. Siempre iban juntos y todos con sus velas blancas.

Te quedas mirando la casa y se te hace un nudo en la garganta. Aquella que fue tan tuya ya no te pertenece, ya no tiene nada que ver contigo. Sólo quedan los recuerdos, aunque algo es algo.

martes, 10 de marzo de 2009

Aventura en el cine


Ring, ring, ring..El teléfono del móvil suena una y otra vez.
-¿Dónde estará María?, se pregunta Celia. No hay forma de que coja el aparato.
Por fin a la tercera llamada María se pone al teléfono. Me dice que estaba haciendo de ‘marujona‘, o sea preparando rica comida con unas cigalas que había cogido en la pescadería.
-María, ¿te das cuenta de que estamos en época de crisis?.
-Hija, un día es un día y hay que darle cierta satisfacción al cuerpo de vez en cuando.
-Qué te parece si nos vamos al cine, sugiere Celia. Hay buenas películas y además hay que aprovechar ahora que todavía no ha llegado el buen tiempo.

María y Celia quedan en un lugar concreto para desplazarse hasta el cine en cuestión, que dicho sea de paso está a tres kilómetros de la ciudad. Vamos, que como haga mal tiempo a uno se le quitan las ganas de ver películas. Pero a ellas eso no les importa. Sortean vientos, lluvias, frío y todo lo que haya que lidiar con tal de ver algo que merezca la pena.

Hay que decir que María y Celia es la primera vez que van juntas al cine, antes lo hacían con sus maridos o sus hijas. El caso es que después de años sin verse coincidieron un buen día en la tienda de Manolito, donde María suele surtirse de las barritas de incienso que tanto le gustan, y he aquí que surgió entre ambas una amistad, que por el momento siguen cultivando.

Ambas entran en el centro comercial como dos posesas. Falta un cuarto de hora para que empiece la película y tienen que sacar todavía las entradas, pero ¿dónde?. No recuerdan bien y mientras una quiere tirar por la derecha, la otra dice que las taquillas están en la izquierda. Ni una ni otra tienen razón.
-Yo creo que es arriba, dice María. Claro, como siempre vengo con mi hija es ella la que me guía.
-A mi me pasa un tanto de los mismo, ríe a carcajadas Celia, que se sienten como dos paletas de pueblo, pueblo, que pisan por primera vez un cine en la capital.

Por fin ven al fondo las taquillas. No hay colas gracias a Dios. Y es que todo hay que decirlo, es jueves, día en que antiguamente las que trabajaban en el servicio doméstico, tomaban como jornada libre de la semana, además del domingo.
Ya con las entradas en la mano cogen carrerilla por el amplio vestíbulo, pero con la duda de si irán por buen camino.
-Mira que si nos hemos confundido, dice María. Podemos preguntar.
-Yo creo que es por aquí. Sigamos, dice Celia. Y ojo, ¡¡¡¡acertaron!!!!. Allí se encontraron con un control, donde una señorita te indicaba el número de la sala y si quedaba a la derecha o a la izquierda de las escaleras que tenías que subir.

Hasta ahí todo más o menos bien. Las dos amigas, una vez acabada la sesión, salen de la sala comentando la película. Todo el mundo ha debido de salir por otra puerta menos ellas, que se han enfrascado en un interesante debate, porque al salir se encuentran totalmente solas. Vamos que oyéndolas, aquello parece la clásica discusión de un cine-forum; pero al menos cambian opiniones y eso es bueno para el intelecto. Sugieren antes de irse pasar por los aseos para descongestionar la vejiga. El caso es que cuando acaban su cometido ya no hay ni un alma en toda la estancia. Solo una señora de la limpieza que les indica que pueden bajar por el ascensor, a lo que María se niega en rotundo pues el susodicho tiene un cartel que especifica que es para uso de inválidos.

-¿Tú estás inválida?, me pregunta incrédula.
-No la contesto.
-Pues yo tampoco o sea que vamos a bajar por las escaleras. Nos dirigimos a las escaleras por donde antes habíamos subido y al llegar abajo nos encontramos con la desagradable sorpresa de que habían puesto unas vallas y no se podía salir.
-¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo salimos de aquí?. Las dos amigas se lo toman a broma y vuelven a subir las escaleras.
-Pues yo por el ascensor no bajo, dice María.
-Bueno vamos a bajar por esas otras escaleras que hay al fondo.

Y por allí bajaron y llegaron al vestíbulo, donde por fin empezaron a reconocer algunas tiendas de los chuches y palomitas. No obstante aquello estaba desierto, ni un alma.
Igual que como habían entrado, como dos posesas, María y Celia abandonaron el centro comercial y a todo correr se metieron en un taxi. ¡A casa!.
¡Que aventuras!. Lo tomaron con filosofía, se rieron todo lo que quisieron e hicieron un pacto de secreto total y absoluto. No se lo contarían a nadie. ¡Qué par de pardillas!.

sábado, 7 de marzo de 2009

Una idealista del amor


Amor ¿Qué es el amor? ¿Existe el amor? ¿Cuántas veces hemos pronunciado esta palabra a lo largo de nuestra vida? ¿Le hemos dado el auténtico y noble sentido que tiene?. Porque amar es querer al otro en el sentido más grande y sublime de la palabra; es entregarse y dar lo mejor de uno mismo sin esperar nada a cambio; es comprender y aceptar las virtudes y los defectos del otro tal y como nos gustaría que comprendiesen y asumiesen los nuestros; amar es respetar, es actuar con sinceridad, ser generoso sin límites.

No hay que confundir amor con pasión o deseo, aunque el amor camina paralelo a la pasión y al deseo. Es algo innato en la persona humana. Porque donde hay pasión y no hay amor es muy posible que la pirámide construida entre dos personas se venga abajo al menor contratiempo. Esa es quizás una de las muchas razones por las que hoy en día existen tantas desavenencias.

Porque la pasión no es perdurable, mientras que cuando el amor se asienta sobre unos pilares sólidos es posible que sobreviva a los avatares a los que debemos enfrentarnos día a día. No obstante el amor hay que cuidarlo y mimarlo pues los peligros acechan por todas partes. No puede uno dormirse en los laureles.

Leí recientemente los ‘Diarios 1984-1989’ del escritor húngaro Sándor Márai, uno de mis favoritos, y me impresionó la dedicación y entrega de este hombre hacia su mujer, primero cuando ella va perdiendo la vista y el oído y, más tarde, cuando tiene que ser hospitalizada para permanecer unos meses hasta su muerte. “No puede dar un paso sin mi: la sujeto por un brazo, pero yo mismo necesito un bastón, pues ando con gran inseguridad”, (Márai también perdió bastante visión en sus últimos años). …”Y sigue siendo tan guapa a los ochenta y siete años como lo fue de joven; de otro modo, pero sigue siendo guapa. No sé hasta cuando me aguantará el cuerpo, pero quiero estar con ella hasta el último momento, ayudarla y cuidarla”. Y eso lo dice después de sesenta y dos años de convivencia juntos. Increíble, maravilloso, sobre todo cuando vivimos en una época en que lo más importante parece ser que reside en mirarse uno el propio ombligo y cerrar los ojos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Y el amor no sabe de egoísmo.

Sigue mas adelante… “Tal es la fase que me ha tocado vivir ahora. Estar cada día junto a esta mujer maravillosa, amada y noble, que conocía mi vida desde la otra orilla, desde el lado personal, y presenciar su declive lento y silencioso: no esperar nada, no oponerse al dolor, aceptar la impotencia, conducir a la mujer más querida hacia la salida de la vida, tambaleándome en esta oscuridad permanente”.

No quiero hacer una trascripción de sus maravillosos pensamientos y vivencias, pues no es la cuestión, pero si sacar a la luz la compenetración y el amor de estos dos seres humanos después de sesenta y dos años juntos, en los que, como dice en el libro, no faltaron las discusiones. Lógico y natural, pero eran sin duda dos personas que se amaban. Juntos habían superado la muerte de su hijo, juntos se habían exiliado de su país dejando atrás amigos, familiares y sobre todo la tierra que les había visto nacer y a la que nunca volverían.

Porque la palabra amor es tan amplia y abarca tanto….Una sonrisa, una mirada, un beso, una caricia, una palabra. Cualquiera de estas actitudes son tan representativas del amor, como el decir ‘perdón‘, o un ‘buenas noches’ en el momento oportuno.

Todos sabemos que el amor va cambiando a medida que pasa el tiempo. El amor-pasión se transforma en un amor más acorde con la edad, sin que por ello desaparezca el deseo, pero es más quieto y sosegado. Admiras en el otro toda la riqueza intelectual y humana que ha ido adquiriendo en su largo caminar por la vida y al mismo tiempo rechazas sus defectos, que ojo todos tenemos, pero en el fondo lo aceptas, transiges. Una forma más de amar.

Sin embargo no todo es tan color de rosa. Desgraciadamente muchas pueden ser las circunstancias que acaben con la palabra amor en la pareja que, si bien existió en la mente de muchas de ellas, estas se vieron abocadas al desengaño. Los motivos: dicen que se acabó el amor. Sin embargo, siempre surge una duda: ¿hubo amor de verdad?.

jueves, 5 de marzo de 2009

El casado casa quiere





Mi amiga María salió de su casa corriendo como alma que lleva el diablo. En sus manos portaba sendas bolsas cargadas con ropa. Era el primer traslado que hacía desde su casa a la de sus suegros.
-¡Madre mía, creí que no llegaba nunca este día!, iba ella rutando, a la vez que se adivinadan lágrimas de felicidad en sus ojos. ¡Qué felicidad¡ ¡No me lo puedo creer, decía por lo bajines. Y es que después de cuatro meses, la situación se hacía insostenible.

Marido, tres hijos y para más INRI los suegros, que siempre venían cuando alguno de ellos había tenido algún percance, enfermedad, caída, etc..Y María que es una extraordinaria mujer, atendía a unos y otros con paciencia y aguantando algún que otro chaparrón.

Si, porque María es una persona muy culta, le gusta además mucho la música, sobre todo le priva la clásica, aunque también los fados de Dulce Ponte. Su mayor placer es sentarse por la tarde en su salón, poner un disco de vinilo y escuchar con los ojos entrecerrados y si es verano oyendo las olas del mar. Placer a tope, vamos, pero que un día si y otro también quedaba roto por los comentarios sarcásticos de ‘la doñita‘, a quien en innumerables ocasiones trataba de agradar, como buena anfitriona.

Pero ni la música lograba amansar a ‘las fieras‘, que tenían que poner peros a sus gustos musicales.
¡Ni en mi casa puedo hacer lo que me da la gana!. ¡Esto es el colmo!, protestaba María, cuyo marido hacía oídos sordos a sus protestas.

Por eso, el día que consiguió una casa para sus ‘políticos‘, y no muy lejos precisamente de la suya, así como una persona para que los cuidara con mimo, como así ocurrió, María no cabía en si de satisfacción. Cogió un par de bolsas repletas de ropa de sus suegros con la intención de llevarlas a la nueva casa. Vamos que la ‘operación traslado’ había empezado ya.

-¡Yupi …yupi….yupi. María salió del ascensor de su casa y emprendió el camino hacia la casa de los susodichos. Iba tan acelerada que de pronto tropezó, cayó al suelo y horror de los horrores, se rompió la tibia.
-¡Esto me pesa a mi por mala, decía María con lágrimas de dolor y a la vez de desesperación. ¡Dios me ha castigado!.

-Caramba María no te autoflajeles, le decía Celia, que no sabía cómo calmar a su amiga. Porque claro, además de su sentido de culpabilidad. María tuvo que aguartar tres o cuatro meses con la pata rota y las consecuencias que ello conlleva.

Y todo eso después de sus desvelos, atenciones, búsqueda de una casa, de la muchacha. Porque ojo, esa situación no se produjo una sola vez, sino varias, según me contaba. Que a los abuelotes les pasaba algo, pues a casa de su hijo, que la mujer ya les cuidaria. Y claro en el paquete iban siempre dos personas. Vamos como en las ofertas de los supermercados, ‘dos en uno’ o ‘dos por uno‘.

Celia escucha con paciencia a su amiga María mientras toman una copa y solo se le ocurre aquel refrán tan significativo de que ‘EL CASADO CASA QUIERE’. Y yo le añadiría, pero sin mosquitos y a ser posible con vistas al mar.