lunes, 30 de noviembre de 2009

El libro de Donata


Celia tiene una amiga que acaba de publicar un libro en el que recopila varios escritos publicados en un periódico sobre sus vivencias en el autobús municipal. El libro en cuestión se llama ‘Diálogos en el autobús’ y, a lo largo de quince capítulos, nos muestra el día a día en el interior de estos vehículos que recorren una parte muy importante de la ciudad. Todos los personajes son válidos y la idea nació después de que nuestra escritora-periodista oyera a dos niños discutir sobre quienes eran los Reyes Magos: desde la más pura inocencia hasta el resabidillo que se las sabe todas.

Donata Bustamante, compañera de Celia en los estudios universitarios, conoce prácticamente todas las líneas de los autobuses por lo que el alcalde, durante la presentación del libro, le propuso entre bromas un carguito en la dirección de la compañía, pues afirmaba que ella más que nadie conocía los problemas de cada línea, los retrasos, las rutas, los enlaces. En fin, de todo. Hasta de la vida y problemas de muchos de los usuarios de estos transportes urbanos con los que tuvo que compartir asiento en sus idas y venidas al trabajo. Con esos pequeños diálogos o conversaciones que oía a su alrededor llegó a construir su columna, que luego ella aderezaba con cosecha propia, por lo que el resultado era muy atractivo y tenía una gracia especial hasta el punto de que llegó a ser de las secciones más leídas en el periódico.

Donata es una persona muy especial. Es una mujer que tiene los pies en la tierra, generosa, amiga de sus amigas/os, con un gran bagaje cultural, crítica en las situaciones que así lo merecen, ocasión que no ha desperdiciado en este libro a raíz de esas conversaciones que, en algunos casos, juzgaban o censuraban actuaciones del Gobierno o del Consistorio.

Genio y figura esta mujer que cuando subió al estrado para presentar el libro, se convirtió en un auténtico flan. Celia pensó que como siguiera así le iba a dar un infarto. Gracias a la ‘chuletilla’ que llevaba ya preparada pudo salir adelante, lo que no fue obstáculo para que introdujera algo de su cosecha en contestación a los anfitriones o que dirigiéndose a su madre que se encontraba en la segunda fila, le dijera: “Madre despierta que te estás durmiendo”.

Uno de los diálogos que hacían referencia a la energía eólica, tan en boga últimamente, le dio pie para salir en defensa de nuestras montañas tal y como están. Y aquí le salió la vena de gran amante de la Naturaleza con mayúsculas, en alusión a las montañas, los bosques, los ríos, el mar, las estrellas y la luna. ¡Qué eso no lo toquen!.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los extremeños se tocan


Celia está indecisa. No sabe si apuntarse a un curso de pintura o viajar a la comunidad extremeña para apuntarse en ese maravilloso ‘taller’ que, según dicen, te enseña todas las artes del amor, incluida la masturbación, primer paso que han de dar los jóvenes para saber lo que es bueno. Al menos eso afirman los políticos. Lo que no le acaba de entrar en la cabeza es que en un país con una tasa de paro tan alta haya que dar clase de cómo joder lo mejor posible y sacar la mayor rentabilidad a tu body. Cualquier cosa menos joderse un poco recogiendo la aceituna, por ejemplo.

Porque vamos a ver, en un curso de pintura es posible que llegue el momento en que el alumno/a tengan que pintar la anatomía humana, es decir a un tío en pelotas y eso mola un montón. Pero claro, lo de Extremadura es otro cantar, aunque también puede ser atractivo. ¿Se imaginan el cachondeo en una clase que te enseñen a masturbarte?. Vamos que digo yo que la practica tiene que ser inevitable. ¿Cómo terminarán los alumnos en cuestión?¿Y el profesor?. ¿Y todos los días así?. ¡Que agobio!.

Si se tratase de un joven y apuesto actor de cine, el curso o taller o como quieran llamarlo podría ser atractivo, pero a ver a quien escogen o se presta a desarrollar tales artes ante esos jovencitos, que en vez de acudir a clase para mejorar su cultura prefieren dar rienda suelta a sus instintos, y no precisamente los más elevados, para aprender lo que ya se saben de memoria. Porque a nadie se le escapa que a estas alturas de la vida y a esas edades todos saben la función que tiene el ‘aparato‘, cómo utilizarlo, por donde meterlo, etc. No vamos dar más pistas. En cualquier caso, que lo haga el profesor de marras que para eso le contratarán y encima le pagarán.
¿Se imaginan que algún alumno aventajado dé un consejo al profesor? Ja, ja, ja.

Esto es como muy cachondo, aunque lo que más duele son los millones (pocos pero millones) que se van a gastar en tales menesteres mientras que el índice de paro crece y crece. No estaría de más que los políticos que tienen tanto tiempo para pensar se involucrasen en proyectos más formativos para que los jóvenes puedan trabajar el día de mañana, porque si no ¿a dónde van a ir esos chicos/as cuando terminen el taller? Bueno a lo mejor tienen un puesto de trabajo ya asegurado en el futuro y al paso que vamos lo harán con niños de edades más tempranas. Y si no, al tiempo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Nostalgia del pasado



Han pasado cuarenta años desde que Celia y su marido pisaran juntos por primera vez el suelo de una bella villa de pescadores de la costa asturiana, llamada Luarca. La denominan la ‘Venecia del Norte’ y no es para menos si tenemos en cuenta los numerosos puentes que unen unas calles y otras a lo largo de la desembocadura del río en el Mar Cantábrico. Chalés y casitas han ido sustituyendo a las sencillas casas de pescadores que en otros tiempos ocupaban las laderas de las montañas que rodean el puerto.

Y todo esto viene a cuento porque hace escasos días Celia emprendió con su hija pequeña un viaje a la capital asturiana, recordando a lo largo del camino las innumerables veces que habían pasado por aquellas tierras, con sus hijas todavía pequeñas, en busca de unos días de descanso en Luarca. Cualquier pueblecito, restaurante, o la clásica tasca de jamón eran motivos suficientes para rememorar aquellas paradas, que servían al mismo tiempo para desahogar la vejiga de las infantas y de los no tan menores, para tomar un cafecito o un refresco o cambiar los pañales a la que fuera en el serón, cochecito o en brazos de su madre (porque todo hay que decirlo en aquel entonces no eran tan estrictas las normativas sobre dónde debían ir los niños en el coche).

Celia recuerda uno de los últimos viajes con algunas de sus hijas y ‘Buby‘, el perro, que disfrutaba de lo lindo corriendo en las playas del litoral. De los siete que llegaron a desplazarse en el coche, luego no iban mas que tres y más tarde se redujo a dos…Y en dos se quedaron, pero también tuvieron que prescindir del coche, lo que ahora supone tener que recurrir al autobús.

Ya no es lo mismo. Celia recuerda con cierta morriña aquellos días y piensa que son ya irrepetibles. Se acabaron aquellas paradas a la carta para estirar las piernas, para comprar el tocinillo de cielo, la tarta de almendra, los ‘carajillos del profesor’ (unas pastas) o las famosas galletas de Luarca. Porque el marido era capaz de cambiar la ruta con tal de adquirir todos esos postres. Algo maravilloso para subir el colesterol durante la semana siguiente. ‘Pero que me quiten lo ‘bailao‘, decía entre risas. Y por supuesto no se olvidaban tampoco de las alubias para hacer la fabada asturiana. En resumidas cuentas que la parte trasera del coche era una auténtica exposición de productos asturianos y, ojo, allí no se podía mover nadie y tampoco se admitían frenazos no fuese que la tarta cayera sobre las cabezas de las niñas.


Las lágrimas se agolpan en los ojos de Celia que no puede evitar rememorar aquellos días tan felices, con la familia al completo, sin agobios ni prisas por llegar a su destino: Luarca, un precioso lugar. Nunca Celia y sus hijas han sacado tantas fotos de una ciudad. Cualquier rincón de su puerto o de la villa adquirían una dimensión o perspectiva diferente según ascendías por una u otra de las montañas que rodean la villa. Tanto en lo alto de una de ellas, donde en una capillita se venera al Nazareno como en el cementerio, hay una vista espectacular de la costa, de las dos playas, con sus pequeñas casetas, estilo a las de Venecia, que alquilan o compran las familias para poder cambiarse o recoger los enseres de la playa. Allí el silencio es absoluto; sólo se oye el ruido de las olas cuando azotan las rocas y de vez en cuando el motor de algún pesquero cuando entra en el puerto con su preciosa carga.

Es la primera vez que Celia escribe algo sobre esta ciudad, cuna donde nació su marido y a la que no le falta de nada. Numerosos restaurantes rodean toda la zona portuaria, donde pueden saborearse el marisco y el buen pescado, adquirido en la lonja que está a escasos metros. Cuando entran los barcos que vienen de alta mar suena la sirena en la lonja y las gaviotas dejan oír sus graznidos. En las tardes y noches de verano sus habitantes y los veraneantes cambian su vestimenta playera para salir a tomar una copa en los bares del puerto, picotear o cenar en sus restaurantes.

¿Cómo se puede olvidar todo esto?. se pregunta Celia mientras el autobús recorre kilómetros y kilómetros hasta su destino final. Mira por la ventanilla y todo son recuerdos; han sido muchos años haciendo el mismo recorrido desde que nació la primera hasta la última, aguantando algún que otro mareo en el camino. Mientras Celia escucha música clásica a través de los auriculares que le han proporcionado en el autobús recuerda aquel verano en que todo el trayecto fue acaparado por las canciones de ‘Los Panchos‘, que entonces volvían a estar de moda. ¡Cómo ha pasado el tiempo tan deprisa!. Aquellos momentos, piensa con tristeza, ya no volverán a repetirse nunca.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El 'vicio' de la lectura


Después de un largo verano, con temperaturas en pleno mes de octubre que invitaban a ir a la playa, tomar el sol y los más valientes a darse un baño, ha llegado la lluvia, bajado las temperaturas considerablemente, lo que invita a retomar el ‘vicio’ de la lectura. Celia es muy constante en ese placer, que no abandona a lo largo de todo el año, aunque bien es cierto que a partir de ahora dedicará más horas al estar más tiempo en casa. Su momento favorito es la noche. Todos los días cuando se mete en la cama toma el libro de turno y puede pasarse una hora o más, según el interés del mismo y mientras no caiga en brazos de Morfeo. Ahora es distinto, cualquier hora o cualquier rincón invita a abandonar los placeres de este mundo para introducirse de lleno en las aventuras que nos transportan a otro mundo, a otra realidad. Es la hora de los ‘sueños’. Es una forma de conocer otros personajes, otras situaciones; caminar por otros lugares del mundo que nos ofrecen infinidad de aventuras.

¡Qué maravilla poder coger un libro!; sentarse tranquilamente en un sillón o en el sofá, ponerse una música de fondo que no incordie la lectura, abrir la primera página y empezar a leer aquellos renglones que por arte de magia te introducen en los personajes, en las situaciones, en los lugares, que quieras o no, te invitan a ser uno más de la historia. A veces te sientes identificado con unos u otros y en ocasiones te sirve de reflexión para seguir sus pasos o para tomar nota de lo que no deberías hacer.

No cabe la menor duda de que leyendo se aprende y basándose en esta teoría Celia inculcó en sus hijas el amor por la lectura ya desde que eran pequeñas. De los sencillos cuentos pasaron a los de viñetas, etapa más comprensible para aquellas a quienes les costaba coger un libro, luego vinieron otro tipo de libros juveniles y más tarde lo que profesores o padres considerasen oportuno. Por lo general todas son buenas lectoras, unas más que otras. Celia, que no hay mes, feria, etc, etc, que no aproveche la ocasión para comprar libros se ha convertido en la proveedora oficial de alguno de los títulos más interesantes.

En cierta ocasión Celia y una de sus hijas fueron a visitar a una amiga de esta última que vive con sus padres en una maravillosa casa que se han construido a capricho en pleno campo. Se trata de un chalé de piedra de dos plantas, cuyo interior ha sido decorado con los elementos más modernos: grandes ventanales, tonalidades negras, blancas, grises; luces indirectas, lámparas muy modernas, etc. Las dos habían sido invitadas a dormir esa noche y he aquí que Celia se puso a leer un libro que había llevado. Se recostó en el gran sofá tomando posiciones, pero pronto se dio cuenta de que la escasa luz ambiental no era suficiente para sus desgastados ojitos. El caso es que se trasladó a una silla situada a un lado de la chimenea donde había tres focos de luz, pero esos focos iluminaban hacia arriba y no sobre el libro.

-Será posible de que hoy no pase página?, se preguntó Celia un tanto escamada y algo cabreada.
El caso es que Celia se puso a investigar por los salones y cual no fue su sorpresa cuando vio que no había ni un solo libro. Vamos que por no haber no había ni un mueble adecuado o sea una librería.
-¡No me lo puedo creer!, le comentaba a su hija. ¿Cómo es posible que en una casa no haya libros?
Su hija, más comprensiva con los tiempos que corren, aseguraba que ahora hay otras prioridades en la decoración de una casa. Vamos que con una televisión plana de grandes dimensiones, con TDT incluido y sujeta a todos los adelantos habidos en el mercado, están ya cubiertos todos los placeres del saber. Tanto para niños como para mayores y sale más barato, claro.
-Mamá, a ti porque te gusta leer, pero no toda la gente es igual.
-Pues si que la televisión tiene mucho atractivo, refunfuñó Celia, disconforme con los planteamientos actuales. Y en ese momento visualizó los catálogos de algunas mueblerías donde prácticamente no hay librerías y los muebles son por añadidura minimalistas. Así nos va.