martes, 2 de febrero de 2010

Dos 'marujas' cansadas


Celia llama a su amiga María para hablar un ratito con ella. Al otro lado del teléfono se oye una voz cantarina, una voz agradecida de que alguien se acuerde de ella para charlar un rato, para cambiar impresiones, para hablar de lo más absurdo o contar algún que otro chiste que apacigüe los sinsabores del día.

- ¿Qué pasa Celia?.
- Nada en particular hija. Que aquí me tienes más cansadita que no sé qué.
- ¿Te pasa algo que no sepa?.
- No mujer; ya sabes lo de siempre. No he parado en toda la mañana de acá para allá. Si es que lo nuestro no tiene remedio. Parece que hemos nacido para estar siempre en continuo movimiento, como las locomotoras.
- Qué me vas a decir a mí, dice María, que además tengo a mi nieta de doce meses en casa. No sabes lo bien que me lo paso. Es muy rica y todo lo que quieras, pero al final del día estoy agotada. Entre preparar ‘sus’ comiditas, darla de comer, cambiar pañales y otros menesteres propias de su edad se me va media mañana y parte de la tarde hasta que viene su madre.

- Pues fíjate que hoy después de hacer mis cosas habituales ( preparar los desayunos de mi marido y mío, hacer el primer plato de la comida, poner la lavadora, tender luego la ropa, hacer las camas) se me ocurrió la fantástica idea de hacer una empanada de bonito, que a mi marido le encanta. No le dije nada, pues quería que fuese sorpresa, y con la mejor de mis predisposiciones me fui a comprar un molde pues todos los que tengo son de ‘familia numerosa’ y ahora que no somos más que dos no vamos a estar tres días con la empanada en la boca, vamos. Compré uno monísimo de esos antiadherentes y al volver a casa ahí me tienes estirando la masa con el rodillo para acá y para allá, a la vieja usanza. Ojo y con las mangas bien remangadas para no enharinarme yo. La relleno, echo el huevo por encima y la meto en el horno. Hasta ahí todo bien, ¿no?.
- Digo yo que sí.

- Bueno pues cuando llega mi marido, nos sentamos a comer, tomamos el primer plato y cuando saco la empanada del horno digo: ¡Tachan, tachan,. Sorpresa!.
- ¡Hombre has hecho la ‘empanaduca‘!, dice mi marido, a quien se le salen ya los ojos de las órbitas: Pero está muy caliente.
- Pues hijo, soplas.

No hubo problemas, pero a Celia se le ocurre decir: Estoy cansada!.
- ¿De qué?, espeta su marido.
De todo lo que he hecho y a eso añádele el tiempo que he tenido que estar de pie para hacer ‘tu empanaduca‘.
- ¿Y para qué haces Pilates?.
- ¿De verdad piensas que hacer pilates es la panacea de cualquier mal?.
Celia no sabe ya si reír o llorar, aunque a estas alturas de la vida no merece la pena llevarse disgustos. Y se lo toma a cachondeo. Piensa que esto debe ser muy común a todos los hombres, pero claro mientras ella hacía y sigue haciendo las labores de la casa, él se ha pasado toda la mañana en su sillón leyendo el periódico y luego a dar su paseíto. Bueno yo también me lo di pero muy cortito. No había tiempo para más.
- Cómo te comprendo, dice su amiga María, quien muchas veces comenta un tanto de lo mismo. Y es que las mujeres además de sacrificadas somos unas santas. Bueno no todas.
- Qué poco se reconoce nuestra labor en casa, ¿verdad?. Te dejo preciosa que voy a ver si mi marido quiere empanada para cenar.

2 comentarios:

circe dijo...

Si es que hay que r´-edicarlos desde el principio!!! que si no,se aprovechan hasta el fin de sus días!!!!....empanadica???? Amos, 1 huevo frito y más que chuta que si no a parte de malacostumbrase, no valoran el esfuerzo...y eso sí que no!!!!....(y no sigo que me sale la vena feminista y...grrrr)....
Y a solpar!!!

celia dijo...

En fin la seguiré haciendo que a mí también me gusta, pero por ganas brrrrr. Qué pena no tener un robot que te lo haga todito.