martes, 7 de julio de 2009

De viaje



Celia ha decidido tomarse unos días de vacaciones. ¡Por fin ha llegado su mes favorito: junio!. Su descanso no consiste en tirarse a la bartola en una playa caribeña y contemplar el mar o las palmeras. No. A ella le gusta andar, conocer cosas nuevas, culturas diferentes. Y claro, sus vacaciones se convierten en un cansancio continuo, pero a la vez gratificante; porque conocer significa estar aquí y allá, saber ‘lo que se cuece’ en cada ciudad, en cada esquina de sus calles, cómo son sus gentes, qué hacen, cómo viven y por supuesto qué comen o beben, pues dicho sea de paso, la gastronomía es muy importante.

En esta ocasión el país elegido ha sido Alemania. ¡Oh, qué rica cerveza voy a tomar!, pensaba antes de emprender su viaje, saboreando ya con la imaginación el frescor de esa bebida una vez que los labios han traspasado la barrera de la espuma. Sin embargo, lo que nunca pensó es que recién iniciado el verano se fuera a encontrar con 13 grados de temperatura y esa llovizna, que en el norte llamamos ‘chirimiri‘, y que a lo tonto te va calando pies y, si no llevas paraguas, pues el resto de la indumentaria, incluida la cabeza. Ya de entrada, y nada más salir del aeropuerto de Munich, una ola de aire fresco sacudió el cuerpo de Celia, que había iniciado el viaje bajo el tórrido calor de más de 30 grados. Terrorífico.

Pero he aquí que un corpulento joven de raza negra esperaba a la salida del aeropuerto con un Mercedes negro que, para más señas, tenia instaladas dos pantallitas de televisión en la parte trasera de los asientos delanteros. Para qué pondrán tanta televisión si cuando llegas de viaje lo que menos te apetece es ponerte en contacto con el mundo de la realidad. Sin embargo la cortesía del chófer para con sus invitados no tuvo límites: una calefacción a todo trapo que iba subiendo a medida que avanzaban por la carretera de acceso a la ciudad les acompañó durante toda la ruta. Dios mío casi una hora separaba el aeropuerto del hotel y la cabeza de Celia estaba ya a punto de estallar. Y encima el negrito no hablaba castellano. ¿Cómo decirle que bajara un poco los ‘graditos’ si él llevaba una zamarra que ni Celia se pondría en pleno invierno?. No lo comprendería. Aquella hora se convirtió en una auténtica tortura china.

Eso si, amabilidad toda: señora, entre por esta puerta, caballero pase por la otra puerta. Igualito, igualito que en España, donde si las señoras entran primero tienen luego que recular hasta posicionarse detrás del conductor por aquello de que si entras por la otra puerta te puedes quedar en el intento: cualquier vehículo que venga a una velocidad de vértigo te puede dejar en el lugar pasando a mejor vida. Pero él lo tenía todo muy estudiado y muy claro. No contravienen las leyes, pero si se fijan muy mucho en cómo deben aparcar el coche para que esto no suceda.

La llegada al hotel no dejó de ser menos dramática. Todo era perfecto pero las camas estaban cubiertas por sendos edredones de los que abrigan de verdad. La cuestión era decidirse por eso o nada. El ‘eso’ era cómo meterse en una sauna semejante y aguantar toda la noche, y el ‘nada’ era cómo quedarse al fresco y claro por la mañana podías aparecer como un pingüino. O sea que al edredón y a dormir por narices, pues el poner el aire acondicionado no es precisamente lo más recomendable para la salud.

Al bajar a tomar un refrigerio antes de acostarse, Celia se percató de que en la entrada del maravilloso hotel, vamos en la p…calle, señoras y señores y no precisamente empleados del hotel, deambulaban con los cigarrillos en la mano. Aquello dejó su sangre heladita. ¿ Y voy a tener que salir el fresco para fumar un cigarro?, se preguntó con cierta angustia. Pues si; la prohibición de fumar en cualquier lugar que no sea la calle se lleva a rajatabla. Por eso cuando sale el más mínimo rayo de sol y los restaurantes y cafeterías sacan sus mesas a la intemperie, en ninguna de ellas falta el cenicero de marras y ahí es donde todo el mundo acompaña sus jarras de cervezas o sus cafés con el cigarro en mano, lanzando al cielo bocanadas de humo con un placer increíble.

Lo más curioso es que posteriormente en un hotel de Berlín la habitación que les tocó en turno tenía una pequeña pegatina en la puerta advirtiendo que estaba prohibido fumar. ¿ Y por qué en mi puerta sí y en las otras no?, se quejaba Celia, que sin embargo al entrar en la alcoba se percató de que había un cenicero en la mesa que ocupaba el centro de la habitación. Como esta tenía una terraza y para no contradecir la estrictas leyes, tomó el cenicero, un cigarrillo y salió a fumar a la p…calle.

4 comentarios:

Mriquilla Terremoto dijo...

Se puede saber señorita ¿qué tiene usted contra las vacaciones en la playa caribeña?. Bueno,bueno, ya te conozco y sé que eso es lo tuyo. Y mientras tú te paseabas con un educadísimo y atlético chofer, yo seguia con mis maravillosas clases de Pilates. No hay derecho.....

celia dijo...

En ningún momento ha estado en mi ánimo ofenderla. Dios me libre. Sólo he expresado lo que a mi me gusta hacer, que por lo que veo es muy diferente a sus apetencias. Ya sabemos que el pez tira al mar pero tenga cuidado no se vaya a ahogar con tanta agua. Ja, ja, ja

circe dijo...

Por partes; 1-por que no cuenta la historia de aquel mozo de dos metros que se ligó??...Hija, aunque que mal rollo acabar presentándole a tu marido...ains...
2- Por qué no cuenta la cata que se dedicó a hacer durante toda la semana de todo tipo de cervezas??? qué pasa!! lo del agüita no se llevaba???
3-Nos vamos de vacaciones de piscina y hamaca????
besos

celia dijo...

Todo llegará, Circe. La verdad s que me has dado una idea que alomejor pongo en práctica. Lo de mis ligues ya es otra cosa que entra dentro de lo estrictamente privado. Tonterías puras. Por cierto, el agua solo embotellada y para eso prefiro la espumosa cervecita, que refresca y es placentera.