domingo, 15 de noviembre de 2009

Nostalgia del pasado



Han pasado cuarenta años desde que Celia y su marido pisaran juntos por primera vez el suelo de una bella villa de pescadores de la costa asturiana, llamada Luarca. La denominan la ‘Venecia del Norte’ y no es para menos si tenemos en cuenta los numerosos puentes que unen unas calles y otras a lo largo de la desembocadura del río en el Mar Cantábrico. Chalés y casitas han ido sustituyendo a las sencillas casas de pescadores que en otros tiempos ocupaban las laderas de las montañas que rodean el puerto.

Y todo esto viene a cuento porque hace escasos días Celia emprendió con su hija pequeña un viaje a la capital asturiana, recordando a lo largo del camino las innumerables veces que habían pasado por aquellas tierras, con sus hijas todavía pequeñas, en busca de unos días de descanso en Luarca. Cualquier pueblecito, restaurante, o la clásica tasca de jamón eran motivos suficientes para rememorar aquellas paradas, que servían al mismo tiempo para desahogar la vejiga de las infantas y de los no tan menores, para tomar un cafecito o un refresco o cambiar los pañales a la que fuera en el serón, cochecito o en brazos de su madre (porque todo hay que decirlo en aquel entonces no eran tan estrictas las normativas sobre dónde debían ir los niños en el coche).

Celia recuerda uno de los últimos viajes con algunas de sus hijas y ‘Buby‘, el perro, que disfrutaba de lo lindo corriendo en las playas del litoral. De los siete que llegaron a desplazarse en el coche, luego no iban mas que tres y más tarde se redujo a dos…Y en dos se quedaron, pero también tuvieron que prescindir del coche, lo que ahora supone tener que recurrir al autobús.

Ya no es lo mismo. Celia recuerda con cierta morriña aquellos días y piensa que son ya irrepetibles. Se acabaron aquellas paradas a la carta para estirar las piernas, para comprar el tocinillo de cielo, la tarta de almendra, los ‘carajillos del profesor’ (unas pastas) o las famosas galletas de Luarca. Porque el marido era capaz de cambiar la ruta con tal de adquirir todos esos postres. Algo maravilloso para subir el colesterol durante la semana siguiente. ‘Pero que me quiten lo ‘bailao‘, decía entre risas. Y por supuesto no se olvidaban tampoco de las alubias para hacer la fabada asturiana. En resumidas cuentas que la parte trasera del coche era una auténtica exposición de productos asturianos y, ojo, allí no se podía mover nadie y tampoco se admitían frenazos no fuese que la tarta cayera sobre las cabezas de las niñas.


Las lágrimas se agolpan en los ojos de Celia que no puede evitar rememorar aquellos días tan felices, con la familia al completo, sin agobios ni prisas por llegar a su destino: Luarca, un precioso lugar. Nunca Celia y sus hijas han sacado tantas fotos de una ciudad. Cualquier rincón de su puerto o de la villa adquirían una dimensión o perspectiva diferente según ascendías por una u otra de las montañas que rodean la villa. Tanto en lo alto de una de ellas, donde en una capillita se venera al Nazareno como en el cementerio, hay una vista espectacular de la costa, de las dos playas, con sus pequeñas casetas, estilo a las de Venecia, que alquilan o compran las familias para poder cambiarse o recoger los enseres de la playa. Allí el silencio es absoluto; sólo se oye el ruido de las olas cuando azotan las rocas y de vez en cuando el motor de algún pesquero cuando entra en el puerto con su preciosa carga.

Es la primera vez que Celia escribe algo sobre esta ciudad, cuna donde nació su marido y a la que no le falta de nada. Numerosos restaurantes rodean toda la zona portuaria, donde pueden saborearse el marisco y el buen pescado, adquirido en la lonja que está a escasos metros. Cuando entran los barcos que vienen de alta mar suena la sirena en la lonja y las gaviotas dejan oír sus graznidos. En las tardes y noches de verano sus habitantes y los veraneantes cambian su vestimenta playera para salir a tomar una copa en los bares del puerto, picotear o cenar en sus restaurantes.

¿Cómo se puede olvidar todo esto?. se pregunta Celia mientras el autobús recorre kilómetros y kilómetros hasta su destino final. Mira por la ventanilla y todo son recuerdos; han sido muchos años haciendo el mismo recorrido desde que nació la primera hasta la última, aguantando algún que otro mareo en el camino. Mientras Celia escucha música clásica a través de los auriculares que le han proporcionado en el autobús recuerda aquel verano en que todo el trayecto fue acaparado por las canciones de ‘Los Panchos‘, que entonces volvían a estar de moda. ¡Cómo ha pasado el tiempo tan deprisa!. Aquellos momentos, piensa con tristeza, ya no volverán a repetirse nunca.

2 comentarios:

Mariquilla Terre moto dijo...

Animo chiquita. Todo eso pasó. Tienes un dulce sabor en la boca. Si, el tiempo pasa, poro tienes otras buenas cosa para hacer,acordarte,soñar y reir.

circe dijo...

pero no has hablado que la primera para la hacíamos....a las dos horas!!!! ya para tomar un pastel de paritivo!!! y si...era el aconcemiento más esperado del vaerano y todas lo disfrutamos aunque tardaramos 8 horas en hacerlo (cundo estamos al lado, pero claro...tanta parada gastronómica), aunque fueras las cinco encajonadas en el asiento d atrás del coche turnándonos para apoyar la espalda, cuando me avisabais de que se acercaba la Guardia Civil y la menda lerenda se penía que esconder en lo bajos, esas 8 horas de viaje, escuchando Panchos, encuchando mocedades, y si me dejais una cinta de música infantil juraría que cantada por Teresa Rabal que sólo a mi me encantaba.....Y las vomitonas....Y la de eces que subiste el puerto de la espina caminando con alguna de nosotras porque estçabamos más mareadas que yo qué sé.....Pero muy bonito, y al fin y al cabo, nuestra infancia....Pero bueno, los tiempos cambian pero no tiene que ser a peor, sino a diferente....Algún dia...iremos todos juntos, nietos inclusive (CADA UNO EN SU COCHE, OBVIO!!!!!!) Y será algo diferente....
Bueno besos que luego me riñes si llego tarde a comer, Allá voy