martes, 17 de marzo de 2009

Regatas en la bahia



Cuando regresaba a mi casa por el paseo que hay junto a la bahía empezaban a salir a la mar las primeras embarcaciones con sus velas de vivos colores desplegadas al viento. Como cada sábado, jóvenes aficionados a este deporte, debidamente ataviados con gruesos jerseys de lana y chalecos, se hacían a la mar poniendo rumbo a un lugar indefinido con el viento favorable del Nordeste. La bahía estaba radiante de luz y colorido. Hacía sol y algo de marejadilla. Esta estampa, contemplada sábado tras sábado desde hacía unos cuantos años, me trasladó a la casa de mis padres, desde donde se divisaba toda la bahía, con las montañas al fondo. La salida de los barcos coincidía con la hora de la comida y era obligada echar la vista hacia la mar para contemplar tan maravilloso espectáculo: Velas rojas, azules, blancas, verdes, amarillas, a rayas horizontales o verticales.

Hacia ya tiempo de esto y sin embargo me dio un vuelco el corazón. A esa misma hora, pensaba, todos los sábados nos reuníamos a comer en casa de mis padres y mis pasos iban por el mismo camino que en aquel entonces con la diferencia de que ahora me dirigía a mi casa. Pero han pasado ya dos años y no hay nadie que nos espere, nadie que nos abra la puerta. Todo ha quedado vacío, en silencio. Los abuelos se fueron y es difícil hacerles comprender a los niños e incluso a nosotros mismos que las cosas son diferentes. Nadie ha vuelto a pisar aquella estancia por la que jugamos y corrimos con nuestros hijos, o sea sus nietos.

Dos años y sin embargo cada sábado vuelvo a recordar nuestras reuniones familiares tan entrañables alrededor de la mesa. Luego en mi casa, preparando la bandeja con los cafés, nuevamente me viene a la memoria la hora del café en la de mis padres. Y es que han sido todos los sábados de nuestra vida junto a ellos y es muy difícil cambiar el chip. ¡Seré sensiblona!. No es posible que esto me esté pasando a mí después de estos años transcurridos.

Pero lo peor de todo es pasar junto a la casa, alzar la vista y contemplar las ventanas cerradas a cal y canto y las terrazas totalmente vacías de plantas, de la mesa y las sillas con sus almohadones de color rojo, donde tantas veces nos sentábamos a tomar el sol o a contemplar el paisaje de la bahía, las regatas en verano de traineras o las de los veleros a lo largo del año. O aquellos otros más pequeños que salían a navegar de la Escuela de Vela todos los sábados, tripulados por niños que comenzaban a hacer sus pinitos en la mar bajo la vigilancia de los monitores. Siempre iban juntos y todos con sus velas blancas.

Te quedas mirando la casa y se te hace un nudo en la garganta. Aquella que fue tan tuya ya no te pertenece, ya no tiene nada que ver contigo. Sólo quedan los recuerdos, aunque algo es algo.

4 comentarios:

circe dijo...

Pues será que yo tb soy una "sensiblona" pero a mi tb me pasa. Pero bueno, si algo nos pertenece y nadie nos los pueden arrebatar, eso son los recuerdos y las sensaciones...Un beso

Anónimo dijo...

que quieres q te diga...los mejores recuerdos de mi infancia han sido en esa casa. cuantos momentos q espero perduren siempre en la memoria... un beso

Mariquilla Terremoto dijo...

Bonito, muy bonito, pero me has hecho llorar. Todo eso también lo he vivido. Y no en ese piso,si no en otro un poco más abajo, tienes otra casa para disfrutarlo. Pero sin ellos cielo. Un besete

celia dijo...

A Circe, Lados y Mariquillla: no era mi intención poneros tristonas, aunque con este tipo de cosas es lo natural. Por eso ya sé el camino a elegir: alegría y humor.