martes, 10 de marzo de 2009

Aventura en el cine


Ring, ring, ring..El teléfono del móvil suena una y otra vez.
-¿Dónde estará María?, se pregunta Celia. No hay forma de que coja el aparato.
Por fin a la tercera llamada María se pone al teléfono. Me dice que estaba haciendo de ‘marujona‘, o sea preparando rica comida con unas cigalas que había cogido en la pescadería.
-María, ¿te das cuenta de que estamos en época de crisis?.
-Hija, un día es un día y hay que darle cierta satisfacción al cuerpo de vez en cuando.
-Qué te parece si nos vamos al cine, sugiere Celia. Hay buenas películas y además hay que aprovechar ahora que todavía no ha llegado el buen tiempo.

María y Celia quedan en un lugar concreto para desplazarse hasta el cine en cuestión, que dicho sea de paso está a tres kilómetros de la ciudad. Vamos, que como haga mal tiempo a uno se le quitan las ganas de ver películas. Pero a ellas eso no les importa. Sortean vientos, lluvias, frío y todo lo que haya que lidiar con tal de ver algo que merezca la pena.

Hay que decir que María y Celia es la primera vez que van juntas al cine, antes lo hacían con sus maridos o sus hijas. El caso es que después de años sin verse coincidieron un buen día en la tienda de Manolito, donde María suele surtirse de las barritas de incienso que tanto le gustan, y he aquí que surgió entre ambas una amistad, que por el momento siguen cultivando.

Ambas entran en el centro comercial como dos posesas. Falta un cuarto de hora para que empiece la película y tienen que sacar todavía las entradas, pero ¿dónde?. No recuerdan bien y mientras una quiere tirar por la derecha, la otra dice que las taquillas están en la izquierda. Ni una ni otra tienen razón.
-Yo creo que es arriba, dice María. Claro, como siempre vengo con mi hija es ella la que me guía.
-A mi me pasa un tanto de los mismo, ríe a carcajadas Celia, que se sienten como dos paletas de pueblo, pueblo, que pisan por primera vez un cine en la capital.

Por fin ven al fondo las taquillas. No hay colas gracias a Dios. Y es que todo hay que decirlo, es jueves, día en que antiguamente las que trabajaban en el servicio doméstico, tomaban como jornada libre de la semana, además del domingo.
Ya con las entradas en la mano cogen carrerilla por el amplio vestíbulo, pero con la duda de si irán por buen camino.
-Mira que si nos hemos confundido, dice María. Podemos preguntar.
-Yo creo que es por aquí. Sigamos, dice Celia. Y ojo, ¡¡¡¡acertaron!!!!. Allí se encontraron con un control, donde una señorita te indicaba el número de la sala y si quedaba a la derecha o a la izquierda de las escaleras que tenías que subir.

Hasta ahí todo más o menos bien. Las dos amigas, una vez acabada la sesión, salen de la sala comentando la película. Todo el mundo ha debido de salir por otra puerta menos ellas, que se han enfrascado en un interesante debate, porque al salir se encuentran totalmente solas. Vamos que oyéndolas, aquello parece la clásica discusión de un cine-forum; pero al menos cambian opiniones y eso es bueno para el intelecto. Sugieren antes de irse pasar por los aseos para descongestionar la vejiga. El caso es que cuando acaban su cometido ya no hay ni un alma en toda la estancia. Solo una señora de la limpieza que les indica que pueden bajar por el ascensor, a lo que María se niega en rotundo pues el susodicho tiene un cartel que especifica que es para uso de inválidos.

-¿Tú estás inválida?, me pregunta incrédula.
-No la contesto.
-Pues yo tampoco o sea que vamos a bajar por las escaleras. Nos dirigimos a las escaleras por donde antes habíamos subido y al llegar abajo nos encontramos con la desagradable sorpresa de que habían puesto unas vallas y no se podía salir.
-¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo salimos de aquí?. Las dos amigas se lo toman a broma y vuelven a subir las escaleras.
-Pues yo por el ascensor no bajo, dice María.
-Bueno vamos a bajar por esas otras escaleras que hay al fondo.

Y por allí bajaron y llegaron al vestíbulo, donde por fin empezaron a reconocer algunas tiendas de los chuches y palomitas. No obstante aquello estaba desierto, ni un alma.
Igual que como habían entrado, como dos posesas, María y Celia abandonaron el centro comercial y a todo correr se metieron en un taxi. ¡A casa!.
¡Que aventuras!. Lo tomaron con filosofía, se rieron todo lo que quisieron e hicieron un pacto de secreto total y absoluto. No se lo contarían a nadie. ¡Qué par de pardillas!.

2 comentarios:

circe dijo...

madre mia!! no quiero ni pensar lo que haríais las dos juntas en la T4....Otra cosa no, pero os lo pasaríais pipa!!Para la próxima os vais a tener que hacer un plano del centro comercial...o eso o compraros palomitas y las vais dejando para luego saber volver....Qué dos...

celia dijo...

Palomitas no que se las comen los pajaritos. De todas formas ya lo tenemos bastante controlado.