
Celia tiene una hermana. Se llama Marichu y suelen salir juntas todas las tardes para tomar su café y luego dar largos paseos. Bueno lo de largos es un decir. Todo depende del pie con que se haya levantado ese día y sobre todo es peligrosísima si ha llegado el cambio de estación. Va con la moda, es decir en marzo se compra ya la ropa de verano y los bikinis y en verano ampliará su armario con la nueva ropa de invierno. Imagínense ustedes con el fresquito que hace ahora probarse bikinis en los probadores de las tiendas, ya que prácticamente te tienes que quedar en pelotas. Pero Marichu, que es muy presumida, lo aguanta todo. A ella le privan las tiendas ya sean de ropa exterior, interior o de baño. Tiene colección de bikinis y de medias, que suele comprar en la tienda de su amiga Bárbara, una rubia que dicho sea de paso está muy bien, pero que muy bien, pero no se hagan ilusiones porque tiene pareja y un hijo ya mocete.
El caso es que las dos hermanas en uno de sus paseos cotidianos se enteraron de que en la perfumería donde habitualmente compran sus perfumes y cremitas, había un curso de maquillaje. Ambas se miraron y dijeron que querían apuntarse.
-Solo queda la hora de las 10 de la mañana, dijo la dependienta.
-¡Horror!. Celia y Marichu, que no son precisamente muy madrugadoras, se miraron con signo de interrogación.
-¿Vamos a venir a las 10 de la mañana?, exclamó Marichu que a esa hora suele tener las pestañas más pegadas que una lapa a una roca.
Celia que no es de mucho madrugar tampoco dijo enseguida que sí pues, todo hay que decirlo, es muy presumida y el aprender esas artes la encantan. Marichu, pese a que le gusta ir con la cara lavada y poco más, le pudo al final la curiosidad. Por lo tanto, y después de mucho cavilar, se comprometieron a acudir al curso intensivo de dos horas que impartía un joven de una prestigiosa casa francesa. Nada más y nada menos.
Puntuales se presentaron al día siguiente en la perfumería, donde un total de cinco alumnas, unas más aventajadas que otras, tomaban asiento ante sus respectivos espejos, con bandejita incluida en las que el representante iba dejando los utensilios y las cremas de limpieza, hidratación, suero, correctores de ojeras, sombras de ojos, lápices de ojos y labios, barra de labios,colorete. En fin, de todo. Lógicamente los colores se repartían según el color de tez o de ojos de cada una. Vamos, muy pensado y estudiado para que luego piques.
Marichu, que nunca se maquilla, se puso la cinta en la cabellera cual indio apache para sujetar el pelo y empezó a echarse los potingues. Ella se miraba en el espejo y decía: ¡Que horror, que horror!. La apoteosis fue cuando comenzó a ponerse las sombras de los ojos, todo muy discreto, y a pintarse con el lápiz. Curva por aquí, curva por allá.
-¡A mi no me sale y además para qué me lo pongo si con este párpado caído no se me va a ver nada!, decía.
Pero el joven insistía con la mejor de sus sonrisas en que había que hacer todos los pasos para aprender. Bueno, la verdad es que lo que más la gustó a ella fue cuando tocó el turno del rimel. Bien es cierto que son las pestañas y la boca lo único que se pinta en el día a día. Y un inciso para decir que hace poco se compró un rimel que pulsando un pequeño dispositivo vibra al echártelo. Las pestañas con tanta vibración no sé si se quedarán tiesas, curvadas o medio electrizadas, digo yo. ¿Se siente algo? Le pregunté a mi hermana con recochineo, pues que yo sepa en esa parte del cuerpo humano no hay ningún punto XXX. De risa.
Una vez terminada la sesión, agradecimientos y compras incluidas, pues siempre picas bien porque te falta algo o porque te has encontrado atractiva con ese nuevo color de labios, Marichu y Celia dirigieron sus pasos a sus respectivas casas. Recibieron algún que otro piropo por el camino, todo hay que decirlo, pues estaban muy guapas, aunque Marichu seguía insistiendo en que no se veía, que no se veía y que no se veía. Toda aquella mascarilla debía pesarle un montón, pero, pese a sus protestas, también hay que decir que no se quitó el maquillaje hasta por la noche, según me confesó al día siguiente. Presumidilla ella como su hermana. Cuando regresó a casa su marido anunció su llegada con un ¡Ya me la han restaurado!. Desde entonces no ha vuelto a maquillarse, aunque sigue fiel y su rimel vibrador y a su lápiz de labios.