
Vi sus ojos brillar y adiviné a través de ellos un cambio en esa persona. Centelleaban, reían , expresaban felicidad. Era como si todo en ella hubiera cambiado de la noche a la mañana. De nuevo había visto la luz a mitad del camino de su existencia, una esperanza le abría nuevos horizontes, apostaba por algo que creía ya fuera de su alcance: la felicidad.
Atrás habían quedado los momentos amargos, ya que aquel estado de felicidad por el que había apostado hacía tiempo se había traducido en muchos sinsabores. Fueron años de tristeza, de angustia, de añoranza por una meta que se había propuesto y que no llego a conseguir. Bien es cierto que hubo momentos buenos pero primaron también los malos hasta el punto de que llegó un momento en que tuvo que decir: “No puedo más. Adiós”.
Sin duda fue una decisión muy dura. Nunca anteriormente se lo planteó ni quería eso para los suyos y para ella. Pero quiso sobre todo ser persona, dignificarse como tal, acabar con esa situación que no llegaba a ninguna parte, que no tenía ya solución. Sé que fue un paso difícil pero aquellos ojos, que por primera vez se habían fijado en aquel ‘príncipe azul’, habían dejado de brillar hacía tiempo, habían perdido la ilusión por la vida. Estaba totalmente desmotivada, deprimida y ello se dejaba traslucir en la pérdida de esa mirada viva, pícara y feliz que en otro tiempo tuvo.
Las cosas a veces no salen como uno quiere y este caso ha sido uno más de los múltiples que constantemente vemos a nuestro alrededor. Me imagino que debe ser muy duro ‘aparcar’ esa etapa de una vida, tan importante por otro lado, pero por encima de todo estaba su felicidad y la de los suyos. Por eso, la última vez que vi la expresión de sus ojos pensé que sólo otra persona podría haber realizado ese milagro.