sábado, 14 de febrero de 2009

El cuentacuentos




María y Celia dirigieron sus pasos hacia el pub donde habitualmente solían tomar una copa, muy contentas ellas después de haber adquirido la primera unas maravillosas barritas de incienso en la tienda de Manolito. Y es que María es muy aficionada a los olores exóticos y sensuales que emanan de esos palitos cuando se encienden y cuyo aroma inunda la estancia de su casa. Dice que la transporta a otros lugares del mundo, a la India, a Oriente Medio y sabe Dios a qué otros países de este planeta. Lo cierto es que la tarde era mala, mala de verdad, llovía y hacia viento, pero ellas tan monas y animadas como siempre entraron en el pub, que ya a esa hora estaba bastante bullicioso.

Se sentaron ante una mesa, que pronto fue atendida por un educado y atento camarero, que les trajo sus respectivas copas y muchos chuches, incluidas unas aceitunas que, dicho sea de paso, son muy buenas para el colesterol. El ambiente se fue animando y pronto se dieron cuenta de que todas las mesas estaban llenas y detrás de ellas había dos caballeros que parlaban amistosamente ante sendos vasos de gin tonic. Hasta ahí todo normal; pero he aquí que de pronto uno de ellos, ataviado con grueso jersey de lana y una bufanda alrededor del cuello, comenzó a leer algo dando una entonación un tanto peculiar como si de ‘El Quijote’ se tratara. Pero aquello no iba de hidalgos, ni caballeros, sino de algo tan simple como la historia de una niña que vendía castañas asadas en la calle.

María y Celia volvieron la cabeza y cual no fue su sorpresa cuando vieron que el sesudo caballero estaba leyendo el cuento de ‘Mariuca, la castañera‘. Si, han leído bien, era un cuento de esos troquelados y que tienen en la portada algún detalle alusivo al tema que trata. En este caso era una mini espumadera de color negra, para revolver las castañas, claro..

¡Dios mío, si esos cuentos me los compraba mi madre cuando yo era pequeña!, comentaban tanto María como Celia. ¡No puede ser esto que estamos viendo y oyendo y menos en un pub!. El caballero al darse cuenta de la atención que prestaban ambas mujeres se dirigió a ellas, les ofreció la espumadera y dijo: son para hacer los huevos fritos en mi casa de soltero. Estaría soltero pero los sesenta no los volvería a cumplir ni en rebajas.

-María sorprendida dijo a su amiga: ¡Anda que estos quieren ligar con nosotras!.
-Pues lo tienen claro, contestó Celia, que no salía de su asombro ante aquellos carcamales, que seguían y seguían dándole a la lectura, mientras ‘el cuentacuentos‘, que portaba un enorme puro en su mano derecha, revolvía con el dedo meñique de la misma mano el segundo gin tonic que le acababa de poner el camarero en la mesa.

Ellos continuaban con su lección habitual y digo habitual pues según comentaron a las susodichas señoras se reunían cada diez días allí mismo y siempre con un cuento distinto para leerlo, claro. Y ojo, sacar sus conclusiones y moralejas. ¡Porque estos cuentos tienen mucha moraleja!, añadieron. Vamos como dos niños.

-María ya no pudo más y dijo a su amiga: encima nos están dando pistas para una nueva cita dentro de diez días. Esto es inaudito. ¿Y con qué cuento nos sorprenderán?.
-¿Dónde adquieren esos cuentos?, pregunto ingenuamente Celia.
-En librerías antiguas.

Ni antiguas, ni gaitas. Mentira cochina y gorda, pues Celia se enteró posteriormente de que se están editando de nuevo estos cuentos. ¿Recuerdan aquel de ‘La ratita presumida‘, precioso que tenía una escoba entre sus manos con la que barría su casita?. Pues ése ha sido el primero que ha salido al mercado y con éxito.

Como ya se acercaba la hora de salir, María quiso obsequiar a su amiga con unas barritas del incienso que había comprado. El caso es que desenvolvió el paquetito que, con lazo y todo, tan maravillosamente había preparado Manolito y se concentró en la tarea de escoger tres barritas utilizando para ello su fino olfato, pues había de varias clases diferentes. O sea, imagínense ustedes el paquetito en cuestión sobre la mesa y la nariz de María prácticamente metida entre ellas. La cuestión es que la escrupulosa selección atrajo la atención de los susodichos caballeros, quienes ya de pie y a punto de salir se acercaron a la mesa de sus vecinas y ‘el cuentacuentos‘, que llevaba la voz cantante, metió su narizota en el paquete de las barritas y exclamó: ¡Huelen igual de bien que ustedes!. ¿Me regala una? María no tuvo otra opción y después de revolver entre unas y otras le obsequió con una de ellas. Estoy casi segura de que estaría pensando: haber si encuentro la que huela peor…

Cuando por fin se fueron, las dos amigas soltaron las carcajadas concontenidas hasta ese momento. Vaya tarde literaria. Una ya no puede ir a un sitio serio, pero al menos se habían reido.

2 comentarios:

circe dijo...

el cuento de la castañera?? tiene algo que ver con es estado etílico de los lectores???---
Ya sabeis el dia en que cae la siguiente cita????....Ya nos contarás...besos

Anónimo dijo...

la proxima cita no se, pero la siguiente entrega es la de "los tres cerditos" y lo mejor de todo el regalo: para los 25 primeros una pata de jamon iberico. para los demas codillo (q para una sopa de ajo tambien vale).asi q suerte, a ver quien pilla... un beso para olivia y otro para tu popeye.